La imagen personal es la construcción de una expresión externa capaz de reflejar los valores y pensamientos que pretende transmitir, y que acompañan la personalidad de un individuo y su manera de actuar. Es un estilo que se adapta según el ambiente en el que el individuo se desenvuelve, porque las reglas sociales dadas en el contexto laboral no son iguales a las esperadas en el seno familiar, entre amigos, o cuando se participa de un evento cultural.
La reputación, en cambio, representa un consenso general sobre cómo los demás ven a un individuo. Este consenso a menudo permite que las personas con buena reputación sean consideradas más legítimas, competentes y dignas de confianza.
La reputación es la opinión, fundada o no, que alguien goza en un conjunto social, y es culturalmente construida. Lo anterior quiere decir que la reputación de una persona no depende únicamente de lo que haga esa persona. Depende en gran medida de quién está percibiendo esa reputación. La reputación se basa en creencias y las creencias son cosas poderosas. La buena reputación es sinónimo de prestigio, notoriedad y buen nombre; la mala reputación equivale a deshonra, descrédito y delincuencia. Por lo anterior, algunos sinónimos de reputación son: prestigio, fama, honor, confiabilidad y respetabilidad.
Hay al menos dos consecuencias de tener buena reputación: la primera es la confianza: en las interacciones sociales la podemos definir como «la expectativa que tenemos de que la conducta, el comportamiento, de la persona en quien confiamos será regular, honesta y cooperativa (esto es, NO será oportunística ni parcializada o interesada).
La segunda consecuencia es la credibilidad.
En la literatura científica se pueden encontrar dos puntos de vista sobre la credibilidad. Según la visión centrada en el emisor, un mensaje es creíble si un emisor transmite información que cree que es precisa. Esta visión asume, en consecuencia, que el emisor no tiene la intención de engañar al receptor. Por el contrario, en la visión centrada en el receptor, un mensaje no depende de la intención del emisor. Aquí, en esta visión, se define la credibilidad como resultado de un proceso de evaluación subconsciente por parte del receptor.
¿Y de que depende la credibilidad?
Depende, al menos, de tres variables. Una es la pericia: cuando una persona muestra una comprensión y un conocimiento profundos de un tema, producto, proceso o incluso las necesidades y deseos de sus semejantes, transmite pericia. La segunda es la integridad: la honestidad y la veracidad hacen que una persona sea digna de confianza y suministra a las personas motivos para confiar en ella. Esta variable se refiere al respeto por los demás e involucra valores. La tercera es la buena voluntad: exhibir un esfuerzo por mostrar realmente que se tienen en mente los mejores intereses de los demás es la forma en que se logra la buena voluntad. Las personas sienten una sensación de amistad no desarrollada hacia quienes tienen buena voluntad y están más dispuestas a confiar en ellos porque perciben en sus conductas y comportamientos bondad y ética.
¿Por qué la mala reputación afecta la credibilidad?
Ilustremos mediante un ejemplo. Imagine que, durante muchos años seguidos, usted observa a los actores de una realidad que continuamente la desmejoran, la destruyen y asumen constantemente, como mínimo, conductas no éticas. Dado que la reputación es la suma de todas las percepciones que se tienen sobre una persona –o un conjunto de personas– tal horizonte de tiempo, las conductas o comportamientos y la misma realidad observada, conforman un sustrato muy sólido de percepciones sobre el que se asienta la mala reputación que tiene usted de estos actores.
A esta altura traigo a colación los trabajos de Richard Alexander y Nicholas Humphrey. Del primero mencionado cito dos: el primero titulado “La evolución del comportamiento social” (en Annual Review of Ecology and Systematics, 5:325-383, 1974) y el segundo titulado “Cómo evolucionaron los humanos: reflexiones sobre la más única de las especies» (en University of Michigan Museum of Zoology Special Publication, 1:1-38, 1990). Del segundo mencionado, Nicholas Humphrey, neuropsicólogo inglés de la Universidad de Cambridge, cito el trabajo titulado “La función social del intelecto» (en Growing Points in Ethology, ed. P. P. G. Bateson and R. A. Hinde, Cambridge University Press, Cambridge, pp: 303-317, 1976).
Tales trabajos de Alexander y de Humphrey, sugieren que una de las razones por las cuales el cerebro humano se desarrolló, en tamaño y con celeridad, fue por la necesidad de los unos de engañar y de los otros de descifrar el engaño en el comportamiento del prójimo, ello con la finalidad de cooperar.
De modo que, evolutiva y empíricamente hablando e intra, extra y transfrontera, con una mala imagen, una peor reputación y una realidad que chilla sin que la toquen, resulta imposible lograr credibilidad.