OPINIÓN

COVID-19 y las teorías conspirativas

por Dr. Santiago Bacci Dr. Santiago Bacci

Las teorías conspirativas se definen como la supuesta confabulación secreta con el fin de obtener beneficios para dominar el mundo y en esta pandemia tienen el poder de aumentar la desconfianza en las autoridades de salud, lo cual puede impactar en la disposición de la gente a protegerse. Sus creyentes insisten en que “nada sucede por accidente, todo es planeado” y cuestionan la política convencional sospechando siempre de una mano oculta detrás de todo.

En materia de conjuras, hay variedad para escoger. Desde los peligrosos antivacunas hasta los polémicos “terraplanistas” que creen que la Tierra es plana, los que piensan que el ataque terrorista del 11 de septiembre fue todo un montaje y aquellos que sostienen que las imágenes del espacio tomadas por  la NASA y los rusos son simples trucos de fotografía.  Personas con ideas  delirantes hubo y habrá en todas las épocas y solo representaban un peligro para ellos mismos hasta que llegaron las cámaras de eco, las redes sociales.

Prueba de esto es el reciente video de un grupo de 7 médicos reales denominado “Médicos de primera línea en los Estados Unidos” promocionando los supuestos beneficios de la hidroxicloroquina como una cura para COVID-19  y desaconsejando el uso de las mascarillas faciales. Ninguno de estos galenos dice ser un experto en enfermedades infecciosas o médicos que trabajan en la sala de emergencias de un hospital o en la unidad de cuidados intensivos. Pero eso no evitó que estos médicos vestidos con batas blancas parados frente a la imponente Corte Suprema de ese país y apoyados por un congresista difundieran su falso mensaje de esperanza ante los más de 17 millones de personas que vieron una versión del video que circulaba en línea antes de que fuera eliminado a principios de la  semana pasada.

Todas las cadenas de grupos de Whatsapp recibieron una copia del discurso de una doctora africana, demostrando que las noticias falsas siempre tienen una clientela lista para regarlas como “pólvora” y generar zozobra por el simple hecho de ser una noticia caliente con contenido emocional. Esta citada doctora ya se había hecho conocida por afirmaciones extrañas como que “las enfermedades ginecológicas son el resultado de tener sueños sexuales con demonios”. Un día después el médico Anthony Fauci en rueda de prensa aclaró que el público “tiene que seguir la ciencia” y que todos los datos científicos “válidos” muestran que la hidroxicloroquina no es efectiva en el tratamiento del COVID-19. La doctora en cuestión llegó hasta pedirle una muestra de orina al Dr. Fauci, alegando infundadamente que “todos toman hidroxicloroquina pero los tienen censurados”.

Algo similar sucedió un par de meses atrás con la supuesta viróloga Judy Mikovits, una nueva heroína de las teorías del complot, con el video viral Plandemia: la agenda oculta detrás de COVID-19, donde hace una serie de afirmaciones sin evidencia científica acerca del origen del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, el uso de mascarillas, la verdadera finalidad de las vacunas contra la gripe y toda una hipotética trama por la que, según asegura, habría sido censurada como investigadora durante los últimos años. Una semana después de su lanzamiento,  el video se había reproducido, en total, más de 8 millones de veces. Además de Mikovits, en la segunda mitad de Plandemia aparecen los doctores californianos Dan William Erickson y Artin Massihi desinformando cuando aseguran que el confinamiento debilita nuestro sistema inmunitario y que prescindir del uso de mascarilla hace más fuerte nuestro sistema inmune.

La gente común cree en científicos que ocupan o han ocupado cargos de credibilidad académica. En este sentido tenemos la llamada “Enfermedad del Nobel”, figuras premiadas en el pasado que ya en la tercera edad se desvían abrazando la seudociencia. Un ejemplo insólito proveniente de la academia lo leímos de José Luis Mendoza, presidente de la Universidad Católica de Murcia-España y distinguido con la  Orden Civil de Alfonso X el Sabio, que asegura que la COVID-19 “es obra del anticristo y las fuerzas oscuras del mal”, “Bill Gates pretende dominar a la población mundial a través de la vacuna contra la COVID-19 y quiere controlarnos con chips para manejar nuestra voluntad”.

Entre las seudoterapias en nuestro paraíso tropical no podemos dejar de comentar el fenómeno del dióxido de cloro, «remedio» este difundido ampliamente por Facebook en Latinoamérica como la  “Milagrosa Solución Mineral” (MMS por sus siglas en inglés), originalmente promocionado por Jim Humble,  un ingeniero norteamericano que llegó de la Galaxia Andrómeda para salvar a la humanidad.  Este autonombrado obispo alega que el dióxido de cloro le curó la malaria tras una expedición por las selvas tropicales en búsqueda de oro en 1996. Esta solución se vende como agente antioxidante indicado en afecciones que van desde el  acné hasta el cáncer, pasando por VIH, autismo  y muchas otras enfermedades, incluida la COVID-19. Este desinfectante industrial puede ser tóxico al ser ingerido y provocar náuseas, vómito y diarrea, además de trastornos cardiovasculares y renales.  Los que apoyan su efectividad opinan que los ataques son un “montaje conspirativo de la industria farmacéutica para seguir ganando dinero”.

Las redes sociales han sido un canal para la propagación de teorías conspirativas. El escritor y filósofo italiano Umberto Eco, autor de la novela El nombre de la rosa, escribió poco antes de morir en el año 2016: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho de hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas».

Elon Musk, el controversial fundador de Tesla, comentó: “Las redes sociales son un amplificador límbico (cerebro visceral), que inherentemente desestabilizan la civilización”.

En las teorías conspirativas, la primera víctima es el sentido común. Aunque pareciera que no hay necesidad de dar explicación para ciertas cosas que son evidentes, los “conspiranoicos” saben muy bien que es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados. En una situación de pandemia como la actual, hay factores psicológicos y sociológicos que predisponen a la población a ser terreno fértil para estas teorías. Ante la imposibilidad de la ciencia y de las instituciones de respondernos, aparecen los fabuladores que ofrecen respuestas certeras a todas nuestras dudas.

@santiagobacci