OPINIÓN

Cortés y Moctezuma: nacimiento y muerte de la América española

por Antonio Sánchez García Antonio Sánchez García

“…pues lo mejor queda por decir: que los padres franciscos , otro dia despues que Cortes hubo llegado, hicieron procesiones dando muchos loores a Dios por las mercedes que les había hecho en haber venido Cortes…Allí era servido y tenido de todos como un príncipe.”

Bernal Diaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Tomo 2, pag. 254. Biblioteca Porrua, México, 1955

América Latina nace formalmente el 8 de noviembre de 1519, sobre una calzada que unía tierra firme del centro mexicano con la isla en donde se hallaba una de las ciudades más deslumbrantes y esplendorosas del mundo, que maravillara a los conquistadores al mando de Hernán Cortés: México Tenochtitlán. Aquel día tuvo lugar el magno encuentro de Cortés, el esforzado conquistador extremeño, con Moctezuma, el príncipe mexica conquistado. Producto de ese encuentro histórico, nacía a la historia universal el primer latinoamericano, aunque nacido y muerto en España. Hernán Cortés había nacido en Medellín, España, en 1485 y murió a los 62 años el 2 de diciembre de 1547 en Castillejo de la Cuesta, en la provincia de Sevilla. Una vida que sin ese casi medio siglo de delirantes aventuras en tierra americana se hubiera perdido en los vericuetos leguleyos de escrituras y legajos a los que esperaba dedicar su vida mientras comenzaba sus estudios de derecho en la universidad de Salamanca, antes de despertar a la maravillosa ambición de su vida: “ir a hacer la América”. Proyecto  abierto a los europeos cuando Cortés tenía apenas siete años, en 1492, cuando Colón llegara a las costas de La Española, en el Caribe. A pesar de lo cual sus restos reposan, despreciado por los mexicanos y desconocido por la inmensa mayoría de sus auténticos compatriotas, los latinoamericanos, en un pequeño y olvidado nicho de la pequeña iglesia de Jesús Nazareno, en el centro de la capital mexicana, ubicada junto al primer hospital fundado por el extremeño.

Confieso mi profunda admiración por Hernán Cortés, político renacentista y soldado moderno de pura cepa: maquiavélico, brillante, imaginativo, lúcido, corajudo y esforzado. La más perfecta síntesis del estadista y el general. Triunfó como militar gracias a su inmenso talento como político y diplomático. Supo desvelar de una mirada la esencia del profundo conflicto sobre el que se asentaba el mortal poderío azteca: su voracidad imperial. Y supo usar las contradicciones existentes entre los aztecas y los pueblos mexicas subyugados, en particular los tlascaltecas, para crear un tremendo y devastador bloque de poder militar avasallador e invencible. Convirtió su ejército invasor del escaso medio millar de españoles aventureros y dos docenas de caballos, en uno de decenas y decenas de miles de indígenas dispuestos a dejar sus vidas por sacudirse del abusivo y explotador poder de los aztecas. Fueron los mismos tlascaltecas que le dieron el soporte para aprehender a Moctezuma y hacerse con el control del imperio, quienes lo salvaron del desastre luego de la llamada Noche Triste, cuando Cortés y los suyos debieran huir de Tenochtitlán perdiendo todas las riquezas saqueadas, para lograr un respiro, escabullirse de la muerte y preparar la reconquista. Puso de través sus naves para impedir que la cobardía mermara sus fuerzas, conquistar para sus fines a quienes Diego de Velásquez, el gobernador de Cuba, enviara en una poderosa expedición con el único propósito de detenerlo por desconocer y atropellar sus órdenes, que le prohibían invadir y conquistar el rico imperio mexicano.  Y en unos meses había descabezado el imperio, destruido todos los simboles del poder político, económico, social y religioso mexicano. Y dado inicio a una transculturación en doble dirección y sentido. Lejos del desprecio y el rechazo a las poblaciones y costumbres nativas, que caracterizaran todas las acciones de conquista imperial de británicos y franceses, dio el ejemplo de su voluntad de mestizaje conviviendo con doña Marina, la Malintzin que le regalara el gobernador de Cempoala -el cacique gordo de la crónica bernaldina-, madre del primer cruce de razas y culturas, don Diego Cortés. Todo lo cual, en un caso de ominosa ignorancia de su propia raíz histórica, es desconocido por el actual presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, que en el colmo del quid pro quo le exige disculpas al gobierno español por la magnífica obra de su conquista y colonización de la bárbara y salvaje realidad mexicana. Cosas veredes, Sancho…

En hechos como los que están sucediendo en esta América Latina saqueada, esquilmada y menospreciada por los últimos herederos de Cortés, en particular el cubano hijo de gallego Fidel Castro Ruz y su espuria descendencia de asaltantes y alabarderos analfabetas e ignorantes, pero poseídos por el fanatismo conquistador, aún resuena la impronta de ese origen volcánico, violento, atrabiliario, tiránico y homicida que acompañó el nacimiento de lo que un mexicano, José Vasconcelos Calderón, llamara en 1925 “la raza cósmica”. La Cuba de Díaz-Canel como la del gobernador Diego de Velásquez de hace quinientos años persevera en su papel de comadrona de las injusticias, saqueos y mortandades de la región. Bolívar, que despreciaba a su sacarocracia –como llamara el gran historiador cubano Manuel Moreno Fraginals a la burguesía azucarera cubana, servil a la corona y enemiga de nuestras independencias– pensó seriamente en invadirla y desarraigarla de España de un solo tajo. Es más, en los prolegómenos del gran encuentro anfictiónico de Panamá, atendió Bolívar al proyecto del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, entusiasmados ambos libertadores con la idea de hacerse a la mar Atlántica e invadir a España y enfrentar a las tropas españolas en su mismo territorio. La culebra, ya lo sabían, se mata por la cabeza.

Recuerdo los hechos cortesianos, el violento y doloroso parto de América Latina y la ambición desaforada de sus élites para situar en contexto la tragedia que amenaza a la región. El cáncer de la desunión, la ambición y la automutilación la consume. Los enfrentamientos amenazan con terminar la existencia de algunas de sus repúblicas. Y tras doscientos años de ese doloroso reconocimiento de Bolívar ante su grave error de haber sido el factor principal y desencadenante de la dislocación de España, veo que su diagnóstico continúa vigente, como si esos doscientos años hubieran sido el ruido y la furia de un monstruoso malentendido.

Hemos llegado al punto que nuestro Libertador más temiera: el desinterés del mundo por un continente frustrado. Nadie parece dispuesto a hacerse cargo de este estropicio. América Latina parece estar llegando al llegadero. La catástrofe podría ser inminente. Por ahora,  no cabe más que reafirmar la concluyente afirmación de Carlos Rangel: América Latina es un fracaso.

@sangarccs