OPINIÓN

Corruptos, especuladores, delincuentes financieros y paraísos fiscales

por Alejandro Uribe Alejandro Uribe

Muchos ciudadanos pensantes e inteligentes se plantean preguntas lógicas –aunque algunas veces sean un poco ingenuas– tales como son:

¿Cuándo se jodió un país en particular?

¿Por qué las economías van de mal a peor?

¿Cuál es la causa de las migraciones no deseadas a nivel global?

¿Por qué protestan los ciudadanos comunes en su país de origen?

¿Por qué existen países inmensamente ricos, con ciudadanos inmensamente pobres?

¿Cómo se sostienen en el exterior políticos y exfuncionarios, quienes no trabajan y tampoco son ricos de cuna?

¿Por qué existe tanta inequidad, pobreza y miseria, con todos los avances económicos, científicos y tecnológicos en pleno siglo XXI?

¿Por qué periódicamente algunos bancos se declaran en quiebra, pero sus dueños quedan inmensamente ricos, viviendo como reyes en el exterior?

Para tratar de responder estas preguntas, de la manera más filosófica, clara, equilibrada, honesta, concisa y precisa posible, es necesario saber y entender que tres de las dimensiones más importantes del pensamiento humano son: la política, la economía y la comunicación, que infortunadamente se han distorsionado, por desviaciones y aberraciones tales como la corrupción, la especulación y la manipulación de la información, respectivamente, puesto que una gran cantidad de supuestos políticos, expertos en economía, banqueros, comunicadores sociales, mandatarios, intelectuales, académicos y empresarios de maletín, han coludido en una especie de cofradía con el fin de crear mecanismos que sirven para manipular, engañar, estafar y expoliar a las naciones y a sus ciudadanos, mediante el desvío de fondos públicos o de particulares, sin que existan consecuencias legales o penales por sus actos, que son carentes de ética.

Dentro de los mecanismos de estafa y expoliación citados en al párrafo anterior, hay algunos entes creados para tales fines, entre los que se destacan los paraísos fiscales, las empresas de fachada y la banca offshore, que son temas puestos de moda actualmente, a raíz de la publicación llamada los Pandora Papers, que es la continuación y el complemento de los Panamá Papers. La investigación de un grupo internacional de periodistas, que se dedican a realizar el trabajo para el cual fueron formados, en vez de hacer lo de otros vividores, que utilizan su inteligencia, talento y conocimiento para convertirse en publicistas, promotores y alcahuetas de todo tipo de farsantes, estafadores y delincuentes, no solo a nivel local sino también global.

Quizás de manera trivial, algunos ciudadanos de las naciones democráticas del mundo, piensan que, solo haciendo cambios de seudodirigentes políticos por otros de igual o de peor calaña –pues en algunos casos son pelmazos, incapaces, impuestos y financiados, por grupos de poder interesados en manejar a títeres, para lograr sus propósitos– los problemas de los países van a desaparecer como por arte de magia, sin entender que mientras no se corrijan las causas profundas de las crisis, como son la corrupción, la especulación, la delincuencia financiera y la manipulación de la información, que están impresos en el ADN de ciertos líderes –o quizás seudolíderes– cualquier cambio de actores políticos sin cambio de las prácticas erradas continuará siendo más de lo mismo, es decir, “se tendrá el mismo perro con diferente collar, pero con las mismas pulgas, garrapatas y otros parásitos internos y externos” –metáfora–.

Al revisar los hallazgos expuestos en los informes de los Pandora Papers, podemos ver que, aunque al 9 de octubre de 2021 no se ha publicado la lista completa de todas las personas influyentes involucradas –reyes, presidentes, expresidentes, funcionarios, políticos, empresarios, deportistas, artistas e intelectuales– que tienen cuentas y empresas fantasmas en los paraísos fiscales, aparecen preliminarmente, entre otros, los presidentes actuales de Chile, Ecuador y República Dominicana; el expresidente de Argentina Mauricio Macri, receptor del crédito del FMI por cerca de 50.000 millones de dólares en 2018, y algunos expresidentes de Colombia, como César Gaviria, quien también fue secretario general de la OEA, muy recordado en Venezuela, desde que estuvo junto con Mr. Jimmy Carter avalando los resultados del referéndum revocatorio presidencial del 15 de agosto de 2004.

En dichas publicaciones también aparece otro expresidente de Colombia llamado don Andrés Pastrana –quien promovía hasta hace poco invasiones, bombardeos y bloqueos contra Venezuela–, que también apareció en una lista de pasajeros del avión en el que viajaban los invitados a la isla Little Saint James Island. Ubicada en las Islas Vírgenes de Estados Unidos, esta era propiedad del magnate financiero Mr. Jeffrey Epstein, quien fue un depredador sexual, condenado por tráfico de menores y encontrado muerto en prisión por supuesto suicidio, quien también trató de corromper a través de sus “servicios especiales para gente non sancta” a muchos políticos, intelectuales, académicos y empresarios, como Mr. Trump, Mr. Clinton, Mr. Gates y al mismísimo príncipe Andrés de Inglaterra, entre otros personajes famosos.

Un paraíso fiscal es una nación o territorio, como por ejemplo Panamá, Aruba, Curazao, Barbados, Bermuda, Jamaica, Andorra, Islas Caimán, Suiza y hasta el estado de Delaware en Estados Unidos, entre otros muchos, donde los impuestos son nulos o muy bajos para ciudadanos extranjeros no residentes y donde existe el secreto bancario, para que se puedan constituir fácilmente, a bajo costo y muy rápidamente empresas de maletín, que solo existen en papel y por lo tanto no producen nada en la gran mayoría de los casos. Sus propietarios son anónimos y sirven para hacer transacciones financieras o comerciales y manejar altas sumas de dinero, ya sea de origen legal u opaco.

Poseer cuentas bancarias o empresas ficticias de fachada en esos lugares caracterizados por su opacidad, aunque no es considerado ilegal, sí pudiera considerarse inmoral en algunos casos, puesto que los objetivos fundamentales de esos lugares son evadir impuestos en las naciones originarias de los ciudadanos involucrados, hacer legitimación de capitales o lavado de dinero y, en el peor de los casos, tratar de ocultar el dinero mal habido, producto de pagos para el financiamiento de campañas políticas, coimas y sobornos a líderes políticos y otros funcionarios públicos corruptos, que podría ser el caso de algunos de los personajes mencionados en este nuevo escándalo y que deberían ser investigados por los entes pertinentes en sus países originarios, para determinar su inocencia o culpabilidad.

Por otra parte, los paraísos fiscales funcionan como un agujero negro, que absorbe un alto porcentaje de la riqueza mundial y que, al estar oculta y represada, en nada contribuye al incremento de la producción y del PIB mundial, lo que implica también que afecta la generación de inversión real y el incremento de la oferta laboral en los países que tanto requieren de la inversión de esos fondos en actividades productivas, para estabilizar sus economías, hacer crecer, tributar y generar progreso en los países de origen de los capitales ocultados.

En mi opinión, lo peor de los paraísos fiscales es que sirvan para ocultar el dinero mal habido y alcahuetear a líderes empresariales, financieros o políticos, que deberían ser paradigmas de transparencia, rectitud y pulcritud en el manejo de los fondos ajenos públicos o privados, que es lo que venden a sus seguidores en las campañas políticas y por esa razón, después de cada mal gobierno, las naciones quedan más jodidas, endeudadas y arruinadas, con el riesgo de que en el futuro, los gobiernos de los paraísos fiscales –que son naciones o territorios parasitarios en su mayoría– decidan por decreto confiscar los fondos de los supuestos inversores de maletín, de tal forma que cuando vayan a buscar sus haberes les salgan con la trivial excusa de que “se los comió el coco” o con la justificación de que “ladrón que roba a ladrón, tiene 100 años de perdón”.

Por otra parte, también es posible que los banqueros offshore “se vayan con la cabuya en la pata”, tal como ocurrió en el pasado con los fondos depositados en el Stanford Bank de Antigua o en los bancos de Chipre con el dinero de los rusos, por citar solo dos casos recientes, y esta es una de las razones fundamentales por lo cual los bancos nacionales y los gobiernos sensatos deben permitir, promover y facilitar que los ciudadanos manejen sus cuentas en divisas de manera honesta y transparente en el territorio nacional, para que los depositantes, ahorristas e inversores honestos –quienes no tienen nada que ocultar– no tengan la excusa de verse obligados a enviar sus capitales al exterior, donde puedan ser robados por delincuentes financieros internacionales, quienes no aguantan dos pedidas para apropiarse indebidamente de los fondos o activos que reciben en custodia, con cualquier tipo de pretexto, como ha ocurrido con algunos activos de Venezuela mantenidos en el exterior.