La biografía de la corrupción ofrece un material abundante, pues cubre toda la historia de la humanidad, dado que esta es pecadora desde el inicio, como leemos en el libro del Génesis. Y si la corrupción es amplia en su extensión, es de una gran riqueza en comprensión. En su vasto escenario se despliegan de modo impresionante la inteligencia, la imaginación, la creatividad y la innovación humanas.
La corrupción, fenómeno multiforme, se ejemplifica en el trueque que hizo la dirigencia sacerdotal de Israel con el apóstol Judas: un inocente profeta galileo por treinta monedas contantes y sonantes. Jesús, que vino a salvarnos del mal uso de la libertad y comunicarnos vida nueva, sufrió en su persona las consecuencias de uno de los primeros pecados capitales, la avaricia. En los libros del Antiguo Testamento encontramos casos patentes de trampas -aun en los patriarcas Abraham y Jacob- al igual que una repetitiva condena de faltas morales como sobornos, balanzas fraudulentas y falsos testimonios.
El pecado no es, por cierto, un tema que aparece en los libros de economía y política, como tampoco en los de tecnología, ya que son su lugar propio, pero sí se manifiesta muy activo en quienes administran bienes, manejan la res pública y utilizan los maravillosos inventos comunicacionales.
La corrupción administrativa y política está hoy sobre el tapete de la actualidad nacional. Pero ¿cuándo no lo ha estado? Antes de hacer memoria resulta pertinente, sin embargo, reflexionar acerca de la admonición del Señor Jesús a los acusadores de una mujer sorprendida en flagrancia: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8, 7).
Los obispos de Venezuela en 1904 -por entonces eran solo una media docena- en una Instrucción Pastoral dirigida al clero y demás fieles del país, dice en el capítulo titulado “De la obligación de extirpar los vicios” algo que parece escrito en estos finales de 2019: “De semejante perturbación del criterio moral proceden los fraudes y latrocinios y otros horrendos crímenes contra la justicia que mancillan las conciencias y llevan la miseria a infinitos hogares” (No. 667).
Abuso del lector citando in extenso lo que denunciaron entonces los obispos porque nos debe servir para la urgente reconstrucción nacional: “Lamentamos aquí el robo no solo en una forma ordinaria y vulgar (…) sino muy particularmente en la forma que llamaríamos decente si pudiera caberle tal epíteto a tan fea iniquidad. Nos referimos, en efecto, a ese género de fraude ya tan generalizado que consiste en apropiarse con harta facilidad lo ajeno por medio de ganancias exageradas en negociaciones ilícitas: nos referimos a la lepra del peculado, que corroe todo el organismo nacional, siendo ya principio aceptado por la casi universalidad de los criterios que defraudar el erario público no es pecado; por lo cual ya nadie se contenta con los proventos legítimos de su empleo, sino que cada uno se sirve del suyo para aumentar por medios reprobables sus recursos y fortuna, o para dilapidar mayores sumas de dinero en las exigencia del lujo y la satisfacción de todos los apetitos de la sensualidad: nos referimos a los contratos escandalosos (…) ya casi no se conceptúa como robo sino la obra brutal y grosera del ratero o del salteador, mientras el campo vastísimo de las otras especies de latrocinio, de donde proviene el mayor desequilibrio moral y material de los pueblos, está completamente abierto a la humana codicia (…) no hay remisión posible para los pecados de que tratamos si a la penitencia no se agrega la restitución”(Instrucción 667). No sobra subrayar que la corrupción se da tanto en lo público y como en lo privado.
Para reconstruir el país no basta el cambio de dirección política. Se requiere, junto a medidas contraloras y judiciales efectivas, un cambio moral y cultural. La corrupción ha penetrado hasta los tuétanos. Se roba desde las alcabalas de guardias y policías, hasta los altos mandos de las empresas, pasando por notarías, alcaldías y servicios públicos. Por eso la Venezuela de las mayores reservas petroleras del mundo está en lo que en criollo llamamos “la carraplana”. Pero ¡ánimo!, saldremos adelante con nuestro esfuerzo y el favor de Dios.