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Coronavirus y automedicación a la mexicana

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Hay por lo menos tres problemas con el coronavirus en México. El primero se refiere a la actitud presente de López Obrador; el segundo, a lo que está por venir; y el tercero radica en la propensión de la sociedad mexicana a automedicarse.

Como ya se ha repetido incesantemente, López Obrador no está actuando como jefe del Estado. Es cierto que una de las tareas más difíciles del mundo, en materia de estatismo, consiste en ser didáctico ante la sociedad mexicana. Es una sociedad terriblemente reacia ante cualquier tipo de educación u orientación procedente de las autoridades o del poder público. Decenios si no es que siglos de mentiras, de corrupción, de engaños y de simple estupidez, han generado una suspicacia, o lo que algunos llamaron “sospechosismo” que dificulta enormemente la labor de cualquier presidente de tratar de ser hombre de Estado y pedagogo al mismo tiempo. Pero López Obrador lleva esta dificultad al extremo. No solo no lo intenta, sino que más bien trata de hacer lo contrario. Las escenas suyas de besos, abrazos, cercanía, promesas, silencios, omisiones y proclamas en forma de lugares comunes inverosímiles, no solo no educan a una sociedad poco preparada para lo que estamos viviendo, sino que más bien la confunde y la desorienta. Se entiende que sea muy difícil educar en estas condiciones, pero no se entiende que se dificulte uno mismo esa labor a un grado extremo.

El segundo problema abarca la actitud que viene. Es obvio que, en unos cuantos días, cuando sus colaboradores decidan, más o menos arbitrariamente, que ha llegado la etapa de mitigación y de aplastamiento de la curva, empezarán a imponer medidas mucho más draconianas, semejantes a las que poco a poco se van poniendo en práctica en otros países del mundo. Pero me parece absolutamente seguro que López Obrador no resistirá la tentación de recurrir a un argumento simple, comprensible, accesible y falso pero eficaz. Me refiero, desde luego, a la idea de echarle la culpa de la debacle económica que viene al coronavirus.

En algo tendrá razón, pero no se va a limitar a esa parte. Al contrario. Nos va a inventar la historia, como ha sugerido Aguilar Camín, de que íbamos muy bien, que ya la recuperación estaba en camino, que febrero había sido un muy buen mes, que todo era miel sobre hojuelas y …¡bolas! Que nos llega el coronavirus y nos destruye todo. Por lo tanto, si las cosas salen mal económicamente hablando este año, si se tiene que recortar más el gasto público, si no se cumplen los programas sociales, si no avanzan los proyectos de infraestructura, si la economía no crece, e incluso si la pobreza aumenta en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares que se levantará en el mes de agosto, pues es culpa del coronavirus. Ya mero estábamos en el paraíso; algo pasó y ya no se pudo.

El tercer problema se parece mucho al primero. Ya lo padeció Calderón en 2009. Es muy difícil conducir una política de salud pública en momentos de crisis en un país donde la automedicación es la regla del juego. En otros momentos, la automedicación se refiere justamente a medicamentos: personas que por no tener acceso a servicios de salud, por tradiciones, por creencias, por terquedad o por lo que se quiera, deciden automedicarse ante cualquier tipo de padecimiento que puedan sufrir. En el caso actual, me da la impresión de que la automedicación está cobrando principalmente la forma de la autocuarentena.

Como el gobierno no dice claramente qué hay que hacer, cada quien decide. Cada empresa, cada familia, cada individuo toman sus propias decisiones. Las empresas deciden que la gente vaya a hacer home office, o que aquellos que estuvieron una semana, 10 días o 2 semanas antes en algún conjunto de países, no deben ir a trabajar; o las familias deciden que es hora de guardarse y no salir para nada; o los individuos deciden, como me decía un queridísimo amigo: “Yo creo que me voy a echar unos días de cuarentena, me van a hacer bien”. En teoría y en un país normal, estas cosas no se decidirían individualmente. Las autoridades dictarían con claridad cuál es el protocolo que se va a seguir. Si hay síntomas o no hay síntomas; si los resultados de una prueba fueron positivos o negativos; si la persona o la familia o la empresa se encuentra en una situación de alta vulnerabilidad o de escasa vulnerabilidad. Pero como las autoridades no existen en parte porque están haciendo mal su trabajo, y en parte porque la sociedad mexicana es renuente a aceptar sus dichos, cada quien decide lo suyo. La automedicación en los tiempos del coronavirus es la autocuarentena. Y cada quien para su santo.

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