OPINIÓN

Coronado de espinas

por Julio César Arreaza Julio César Arreaza

Ninguna gran misión vinieron a realizar los que faltaron a su juramento y escarnecieron a un pueblo que hoy exhibe la espalda surcada por los azotes, la barba arrancada de las mejillas y el rostro lleno de salivazos. Los ominosos jamás pudieron ocultar sus rostros patibularios, lo pretendieron al disfrazarse de ovejas y resultaron ser lobos rapaces.

Nadie puede negar que en estos 21 años le trenzaron al pueblo venezolano una corona de espinas, mediante toda clase de carencias y sufrimientos. Lo insultaron y se mofaron al engañarlo vilmente con la promesa de una década de plata y oro que se tradujo en pobreza absoluta. La larga tortura del pueblo comenzó con el colapso progresivo de los servicios públicos y la destrucción de Petróleos de Venezuela, su empresa insignia.

El pueblo ha sido golpeado y humillado por unos farsantes que vinieron a robar a saco roto. Amanece y anochece sin luz en un país donde se invirtieron 100.000 millones de dólares en el sector eléctrico. Se robaron esos reales.

Con cháchara decadente se ensañaron contra nuestro pueblo, le desgarraron la carne con el hambre inducida y le ultrajaron su dignidad. Ha sido la puesta en escena de un acto sarcástico y macabro constituido por un conjunto de promesas incumplidas a cargo de los reyes de la burla, la mentira, la impostura y la usurpación.

Es sabido que el crimen organizado toca todas las piezas: abogados, políticos, periodistas, medios de comunicación, oficinas de relaciones públicas y cabildeos. Saquearon a Venezuela y la convirtieron en un país desangrado y con mucho dolor. En el futuro conoceremos la verdad sobre la base de la justicia. No podemos aspirar a una nueva Venezuela sin justicia, para gozar de paz tiene que haber justicia.

Esa justicia no se alcanzará con unos criminales formando parte de una estructura de la transición democrática que aspira a establecer el Estado de Derecho. No se generarán los cambios que lleven hacia la Venezuela que aspiramos y soñamos, incorporando en la nueva jefatura de conducción a la democracia a personas que han cometido crímenes de lesa humanidad. Ellos no tienen ningún incentivo para promover el Estado de Derecho, con una justicia autónoma que los juzgará.

Los valientes abogados que documentan los casos ante la CPI pormenorizan torturas atroces sobre personas que les aplicaron mecanismos de resucitación para luego volver a torturarlos.

Registran que el capitán Rafael Ramón Acosta Arévalo lo destruyeron, presentó 16 costillas y un tobillo fracturados, los ojos desorbitados y ensangrentados, también las uñas ensangrentadas. Los golpes que recibió en la cabeza no lo dejaron articular palabra, no podía hacer frases, porque no podía pensar, solamente podía pedir auxilio. Solo por ser fiel a su juramento militar, a su patria, por negarse a ser cómplice del saqueo de Venezuela, de la entrega de nuestra soberanía a Cuba y otros regímenes criminales. Y pensando siempre en sus hijos y en la dignidad y futuro de todos los jóvenes venezolanos.

Por supuesto que tiene que haber justicia, para que cada uno de estos criminales sean presentados en cortes nacionales e internacionales y paguen por lo que han hecho, el sufrimiento agónico de los venezolanos no va a quedar impune.

Cuando al final se ponga de manifiesto la dignidad de un pueblo, sabrá condenar a todos los asesinos, torturadores, perseguidores y opresores y al mismo tiempo rendir homenaje y reconocimiento a las víctimas que dieron testimonio de valentía suprema al luchar por un país soberano y democrático en un tiempo aciago.

El liderazgo de la nueva Venezuela debe ser uno basado en principios, así lo exige la tarea grande por venir, no podemos conformarnos con menos; mantener los principios no es fácil porque el camino que conduce a sostenerlos es estrecho, angosto y exigente pero a su vez reconfortante. Mientras el camino hacia la transacción y corrupción es amplio e indefectiblemente conduce hacia el hastío y la perdición.

¡Liberen a Maury. No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!