OPINIÓN

Corina Yoris Villasana, ad portas

por Alfredo Coronil Hartmann Alfredo Coronil Hartmann
Corina Yoris

Foto EFE

Estos 25 años, o cinco lustros, como duelan menos, del proceso, han marcado decisivamente la deconstrucción de un país -con toda su caótica variedad y el surgimiento torpe y gallináceo de una “cosa” que aún no alcanzo a definir claramente, pero en cuyas claves y guías, mal que bien, uno cree percibir alguna lógica

En la letra del hermoso texto de la internacional se establece claramente -verdad de Perogrullo- que al hierro se le martilla mientras está caliente, así el recio elemento adoptará las formas y hasta las sonoridades que deseemos darle. Esas primeras fases del asunto, el preparar la tabula rasa del despegue, suele ser correlativamente mas simple e incluso menos doloroso. Que los posteriores, al menos eso dicen.

En el específico caso venezolano donde una realidad aún muy incipiente se vió traicionada, negociada cuando ni siquiera había llegado a cuajar plenamente, la grotesca metamorfosis adquirió los grotesco aires de la “comedia del arte” con arlequines y “dominós” y toda la fauna, en pocas palabras de transacciones turbias hechas con prisa a la vera del camino.

Los movimientos sociales, los que realmente aspiren a ello, no pueden surgir, crecer a la simple vera de una respetable pero insuficiente sensibilidad social. El convertir a todo buen ciudadano, que no robe, que trabaje, que cumpla con los simples mandatos dela decencia y de la urbanidad. En un prócer, no deja de ser una banalización de virtudes esenciales que no deben faltar en ningún ciudadano, llamadas a constituir la normalidad no lo excepcional

En esa confusión ya no solo de sentimientos, sino de valores, se encuentra la Venezuela de hoy. María Corina Machado y Corina Yoris son, en sí mismas, un logrado ejemplo de esa desiderata. Dios las guíe y ayude.