El grueso verdor se esparce enérgico por la sierra, un trozo de selva que a la distancia recibe las caricias que, desde la mar intrépida, llegan con el aura y la brisa se envuelve mimosa entre las ramas. Un colorido destello juguetea en el viento; dichosos, cientos de pájaros se dejan llevar por las caprichosas olas de la ventisca y los trinos cubren de alegres cantos el ambiente. Las flores, perfumadas, se abren generosas entre el tupido follaje a las delicadas mariposas que tímidamente se posan en ellas. La luz se cuela entre los árboles y los caracoles buscan el tibio abrazo del Sol. El suave andar del pollino quiebra las mustias hojas que, dormidas, se esparcen por en el suelo; al paso del noble borrico una multitud de insectos se agita buscando refugio en el matorral. Sobre su lomo, un niño rasga puntea las tensas cuerdas de un cuatro, del cuerpo de palo santo borbotean notas que, azarosas, se tienden a refrescarse junto al lecho del río. La inquieta mirada del muchacho detalla con rigor todo aquello que danza en la naturaleza y en él se fija como amorosas estampas. Canturreando apura la marcha del jumento, más allá del monte se espiga su lugar en el mundo, Canchunchú Florido: el fascinante hogar de Luis Mariano Rivera.
Las formas musicales parecen desperdigadas con virtuosismo en la exuberante geografía del estado Sucre; distintos géneros muestran la raigambre de ese pueblo con su región y los elementos del saber popular que ha perfilado la identidad de sus habitantes. La Jota, el Polo, el Galerón, el Joropo oriental, la Fulía, la Malagueña, el Maremare y el Punto redoblado son algunas de las manifestaciones que tuvieron entre sus más grandes exponentes a los recordados María Rodríguez, José Julián Villafranca con el Quinteto Típico Montes, Atanasio Rodríguez y Félix Castillo, quienes enriquecieron nuestro folclore, sintetizando la hermosura del sucrense, gente llena de poesía.
El hombre ha demostrado que el sustrato en el que vive lo condiciona para el desarrollo de sus facultades, este es un factor fundamental para su sobrevivencia, pero esta circunstancia puede cobrar una relevancia distinta, extendiéndose allende de lo cognitivo: el sentir. Si alguien representa una conexión emotiva y profunda con su entorno es el poeta y autor Luis Mariano Rivera (Canchunchú Florido 1906 – Carúpano 2002), creador de algunas de las más hermosas canciones venezolanas, quien permanece en el afecto de un pueblo que abrazó su música como testimonio de su esencia.
Las duras condiciones rurales a inicios del siglo XX dejaron una profunda huella en él, el pequeño Luis Mariano, afrontó la rudeza de ese medio, aunado a una prematura orfandad, realidades que estuvieron presentes en su singular visión. Un buen ejemplo es La guácara, en la que muestran los dos lados de la existencia y la ambivalencia entre la pena y la satisfacción, el destino de aquel inofensivo gasterópodo nos ilustra sobre la belleza de la vida pero también sobre el inevitable equilibrio que otorga la muerte.
En 1954 se inicia con formalidad en la música, es así como funda Alma Campesina, agrupación parrandera que engalanaba las fiestas decembrinas y con la que llevó a Caracas, en 1956, los ritmos típicos de su región. La actividad con su grupo se extendió a las artes escénicas y representó obras de teatro de su autoría, experimentando también como titiritero. Siendo dramaturgo y creador, realizó montajes teatrales para público adulto y para el infantil, actividades que sirvieron para motivar el sentido de pertenencia y el arraigo a las tradiciones del estado Sucre. 1962 marca el punto de partida para un nuevo proyecto, Charallave Canta, que un año después se transforma en el conjunto Canchunchú Florido, que estará activo hasta 2011, nueve años después de la desaparición de su fundador.
La sencillez y generosidad fueron características presentes en su cotidianidad. Resalta entre las tantas muestras de afecto hacia las personas y el desprendimiento de lo material que, siendo el heredero de una gran cantidad de tierras cultivables, decidió obsequiarlas a sus trabajadores y otros campesinos de su pueblo. Como él decía en referencia a ese hecho: “La primera reforma agraria se dio aquí. El motor que debe movernos es el amor y yo quiero mucho a mi gente”.
El Quinteto Contrapunto, en pleno auge artístico graba «Canchunchú florido», el título más representativo de su cante, y dan a conocer al maestro Rivera en el país y en el resto del mundo. Paul Muriat, prestigioso director francés, grabó su tema «Juana Francisca», versión que posicionó internacionalmente al autor sucrense. La Orquesta Filarmónica Nacional de Londres también incluyó algunas de sus canciones dirigidas por Frank Barber. Importantes artistas criollos han puesto voz a sus letras: Magdalena Sánchez, Jesús Sevillano, Simón Díaz, Serenata Guayanesa, Lilia Vera, Gualberto Ibarreto, Cecilia Todd e Ilan Chester, destacan por haber conectado al público con el sentir de este creador.
La esencia de este poeta quedó plasmada en innumerables canciones que son valiosas aportaciones al folklore: «Cerecita», «La cocoroba», «La chiva», «Lucerito», «El sancocho», «Florecita sin nombre», «El mango», «Foforifo», «El guareque». En todas ellas se recoge la percepción del autor y su especial relación con la geografía, los sabores y las costumbres, cargadas de un carácter alegre y jovial. Poseedor de una firme consciencia social, Rivera dio voz a los excluidos, aquellos seres que son ajenos a la bulliciosa atención y que vagan a orillas de la vida. Otra de sus temáticas nos sumerge en el tibio estanque del pasional sentir; la dulzura de su imaginario cobra fino matiz con temas como «Canchunchú dichoso», letra exquisita en la que concentra el esplendor de su sensibilidad.
La trepidante actualidad echa capas de indiferencia y olvido a la fibra autóctona que nos dio una dimensión cultural, un compendio que resume el tránsito secular de la identidad como nación para dar forma a lo que somos. Ese acervo debiera convocarnos a la reflexión sobre el destino que deseamos para nosotros. Es, en esta instancia, donde la figura de Luis Mariano Rivera emerge entre los grotescos escombros de frivolidad e ignorancia, males que nos sepultan en una crisis en la que lo económico es la menor dolencia. Quizá nuestro mayor riesgo es desdibujarnos en un contexto que amerita una idiosincrasia cohesionada con nuestras aspiraciones para el mañana. Al desconocernos, apresuramos una desintegración radical de la venezolanidad y la fractura definitiva de la sociedad.
Por fortuna, las muestras de admiración y honores le fueron conferidos en vida, siendo constantemente merecedor de premios alrededor de Venezuela: el Premio Nacional de Cultura, la Orden José Félix Ribas y doctorados honoris causa de distintas universidades del país. La creación del Teatro Luis Mariano Rivera, en Cumaná, es otro de los incontables reconocimientos a su extensa carrera musical. Alí Primera escribió en su honor La canción de Luis Mariano, lo propio hizo el célebre musicólogo Rafael Salazar, quien le dedicó A Luis Mariano. De todas esas distinciones la que más atesoró fue el saberse un defensor de nuestras costumbres y haber permeado en la consciencia de miles de personas que consiguieron en su música un luminoso fragmento de Venezuela.
La prosa de Luis Mariano Rivera está enraizada con la tierra, la flora y la fauna; él se pródiga en ese vínculo que une a la existencia como un todo, su obra se nutre de la sabiduría que adquieren quienes se sienten parte de la festiva armonía que rige a los seres vivos. Con sublime poesía expresa en sus letras la sensibilidad ante la naturaleza, que, libre, genera una gran belleza, aquella que se expande solariega entre sus versos, pintando sueños que renacen en el Canchunchú Florido de su inmenso corazón.
@EduardoViloria