Aunque la prensa occidental se empeña en subrayar los desencuentros políticos y comerciales entre Estados Unidos y China; las dos naciones líderes planetarias, sin hacer mucho aspaviento, intentan entrelazar esfuerzos en áreas de cooperación esenciales para la paz del mundo. Ahora el tema es Yemen y la mano negra de Irán por detrás de los hechos.
Washington ha tomado la iniciativa de pedir la ayuda de Pekín para evitar los desarreglos que están siendo creados por los ataques a navíos comerciales por parte de los insurgentes de Yemen en el mar Rojo, agresiones que afectan tanto al mundo occidental y a Estados Unidos como a la propia China y a sus asociados asiáticos.
Los hutíes consideran las operaciones de agresión a barcos israelíes y de sus aliados como “necesarios actos de apoyo al pueblo palestino”. Pero el sostén a estas agresiones por parte de las autoridades iraníes con capacidad táctica es lo que más enrarece este ambiente. Los hutíes –existen 22.000 efectivos que se autoproclaman “partidarios de Dios”– han estado siendo financiados, entrenados y armados por Irán desde antes del inicio de la guerra de Gaza en octubre pasado, aunque Irán lo niega sistemáticamente.
Estados Unidos está convencido de que sin la capacidad logística y técnica aportada por Teherán esta milicia no podría ir tan lejos. Los agentes estratégicos norteamericanos aseguran que la decisión política se toma en Irán, Hezbollah la administra y se materializa y ejecuta a través del terreno Hutí en Yemen. Sin duda que lo que ocurre en el mar Rojo calza a perfección con la estrategia iraní de movilizar la red de milicias armadas chiita para demostrar su capacidad de amenazar la seguridad marítima en la región y más allá de ella. ¡Peligroso y perverso juego!
Hasta el presente, China ha adoptado su clásica postura acomodaticia de no intervención a pesar de que las navieras chinas se están viendo obligadas a alterar sus rutas como consecuencia de los ataques hutíes. No es necesario subrayar la disrupción comercial global que representa la alteración de las cadenas de suministro que parte o que ingresan a China.
Para tratar de encontrar una vía de sortear esta dificultad que se viene produciendo durante dos meses ya, el consejero de seguridad estadounidense Jake Sullivan y el ministro de Exteriores Wang Yi sostuvieron encuentros durante dos días en Bangkok. Mientras Estados Unidos pide a China intervenir ante Irán -estrecho socio de China- para detener la escalada, Pekín pone sobre la mesa otros temas de cooperación militar que ya vienen siendo ventilados entre los dos gobiernos. De nuevo los dos representantes se juntarán a deliberar sobre estos temas la semana que viene en un esfuerzo de cooperación decidido.
Nada de esto es nuevo. El año pasado los dos altos representantes se reunieron en dos ocasiones también para allanar el camino en el terreno de la seguridad global. Ambos temen la ocurrencia de una nueva conflagración que debe evitarse a toda costa.
Un nuevo escenario bélico no está en el panorama de Washington ni el de Pekín, pero para que no ocurra es preciso que los dos grandes lo impidan y aunque la batalla comercial continúe, aunque sigan enfrentados en lo tecnológico, aunque Taiwán se mantenga como tema de desencuentro, en este particular campo, las dos capitales si parecen estar contestes.