Barinas abrió el tiempo de discutir opciones. En ese territorio ocurrió un milagro, se manifestó la ciudadanía contra una presión sin precedentes, el terror militar, el chantaje populista de las bolsas de comidas, las neveras, lavadoras y todo aquello de lo cual carecen los empobrecidos hogares barinenses.
Este evento iluminó nuestras vidas, muestra que estamos vivos, que nuestra conciencia está activa, se puede mentir, aterrorizar, chantajear pero siempre nos queda ese incalculable valor humano, el poder de decidir, como ninguna otra entidad en el universo. Algo que nos enseñó Víctor Frankl en su invalorable escrito: En busca del sentido de la vida este psiquíatra nos reveló algo simple pero esencial: “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas -le elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias -para decidir su propio camino”.
Por tanto, difiero, en cierta forma, de Gil Yépez cuando afirma en su artículo «La Siembra de la pobreza»: “La no recuperación de nuestra industria petrolera es, a mi entender, la gran oportunidad que tenemos para cambiar un marco institucional del país, estatista, centralista, militarista, partidista, excluyente y vertical siempre orientado a la concentración”. Esto significa que la única posibilidad de los venezolano estaría atada a la suerte de un recurso natural y no a los giros y decisiones que tomemos conscientemente los venezolanos.
Lo importante del suceso electoral reciente es que las personas tuvieron la fuerza de arrancarse las cadenas de opresión que impone el marco institucional de un país, estatista, centralista, militarista, partidista, excluyente y vertical siempre orientado a la concentración, como bien dice José Antonio.
Será acaso que la decisión de los barineses tiene que ver con la destrucción de la industria petrolera o quizás, estos nuevos ciudadanos nacidos en la cuna del chavismo aprendieron primero que ningún otro que podían usar su voluntad de poder, tal como la definen Frankl y Federico Nietzsche: ”La vida que se conserva a sí misma”, los barineses presentían que enfrentaban su destrucción, la represión, la pobreza y optaron valientemente por la vida usando su voluntad de poder.
El 9 de enero, Venezuela volvió a surgir en su gente, no por la caída de la industria petrolera, ni por la propaganda política, La gente de Socopó, Sabaneta, el Cantón, Arismendi, Barinitas, Barrancas, Santa Barbara, Obispos, Libertad, Ciudad Bolivia, y Puerto Nutrias, desafiaron a los 15 generales armados hasta los dientes y rechazaron las bolsas CLAP en su puerta. “Decidieron”.
Es momento para debatir, el país espera una torrente de nuevas ideas que guíen al fin de una vieja narrativa que nos condena: la propiedad privada es un robo, la riqueza es de quién la necesita y no de quién la produce, el motor de la historia es la lucha de clases, la riqueza del empresario es producto de la explotación de la fuerza de trabajo, la única fuente de generación de riqueza es el trabajo, el trabajador se un débil jurídico, no existe igualdad frente a la ley, en el mercado el pez grande se come al chico.
Esta narrativa de victimas y culpables es seductora, una película de cow boys donde se enfrentan los buenos y los malos. El único punto relevante que percibimos ahora con claridad es que la capacidad de decidir del ser humano es imposible de acabar, como decía Víctor Frankl, en los campos de concentración nazi sólo sobrevivieron aquellos que se ataron a su propia vida, los que nunca olvidaron quienes eran y aspiraban encontrar un futuro. Todos aquellos que fueron aplastados por la tristeza y la impotencia, los que dejaron a un lado su voluntad de poder cayeron, sucumbieron.
La pregunta que podemos hacer con claridad y deseos sinceros de responder es la siguiente: ¿El futuro del venezolano depende inexorablemente de la suerte de la industria petrolera? Si es así estamos condenados, en cualquier momento puede ocurrir algún evento en el mundo que provoque un alza inusitada de los precios del petróleo y la autocracia venezolana de nuevo nadará en recursos que por supuesto, dilapidará, robara y lo peor, utilizará para afincar su poder autocrático apuntalado por el servilismo de esas fuerzas armadas que subsisten hoy en día.
La opción parece ser otra, hay que esforzarse en divulgar a los cuatro vientos que la posibilidad de tener un futuro distinto depende de nosotros mismos, que usemos el oxígeno que nos dieron los barinenses. Pueden instalar fuerzas represivas en nuestros vecindarios, como los 15 generales que vergonzosamente fueron a respaldar a Arreaza, chantajear, inhabilitar a medio mundo, pero nunca podrán derrotar la fuerza de nuestra voluntad de reconstruir un país de gente libre, donde la riqueza sea producto de las actividades del ser humano, de su creatividad, esfuerzo y responsabilidad como individuos y no producto de un trabajo compulsivo, deshumanizado, ordenado desde el estado totalitario y omnipotente, tal como les está planteando Gustavo Petro hoy a nuestros vecinos colombianos, cuando engaña diciendo “sólo el trabajo produce riqueza” al imponer esta idea, oculta o quizás desconoce que sólo el ser humano produce riquezas, con su trabajo, por supuesto.
José Antonio, es hora de meternos en honduras, no dependemos del petróleo, está es una sustancia inerte, dependemos de nosotros mismos, con la ventaja de que somos muchos, casi todos. Saludos, con admiración por tu imbatible combate.