Mucha gente se despertó hace unos días con la idea de que la cadena de hechos que se inició con la revelación de un enfrentamiento armado en una playa de Macuto era otro montaje más del régimen de Maduro. Un falso positivo más, como muchos otros, hechos y elaborados a la medida de su complot contra el pueblo venezolano para mantenerse en el poder. En la medida que avanza el tiempo y se conocen más las circunstancias que condujeron a esos hechos, la certeza del montaje va dando lugar a la incredulidad, la ansiedad y la frustración por lo que parece parcialmente un desacierto del gobierno encargado.
Pero hay que entender y racionalizar que ese camino de frustración es precisamente el que pretende el régimen que tomemos. La brutalidad de los asesinatos tanto de los supuestos “invasores” como en los cruentos y salvajes enfrentamientos entre los cuerpos de seguridad y las bandas de pranes en los barrios caraqueños, son dos ejemplos de violaciones masivas de los derechos humanos. Actos que el régimen perpetra ante los ojos de todo el mundo, amparado en la cortina de la cuarentena del coronavirus, el hambre y la ausencia de combustible que azotan a Venezuela.
No cabe duda de que hay errores importantes que la dirección de la resistencia democrática ha cometido en este episodio. Pero así como es necesario afirmar y aceptar eso, es indispensable comprender que explorar una opción no significa llevarla a término. Guaidó ha admitido con claridad los hechos y ha señalado que se descartó la opción que involucraba a mercenarios extranjeros. Pero, por otro lado, es indispensable internalizar que en la guerra no declarada entre las fuerzas de la resistencia y el régimen totalitario y represivo de Nicolás Maduro, la exploración de opciones para salir de la pesadilla que vive Venezuela es un deber ineludible.
Aquí es necesario hacer una pausa importante, porque la naturaleza de las opciones que pueden y deben ser exploradas es un factor de división aguda en la resistencia democrática venezolana. El mantra de tres etapas propuesto por Guaidó: (1) Fin de la usurpación, (2) Gobierno de transición y (3) Elecciones libres, ha servido de guía a la gente en un período de aguda desesperanza y ha orientado la acción de obtención de un considerable apoyo internacional. Pero el primer paso no se ha podido cumplir y el segundo paso parece estancado en una negociación interminable, inclusive dentro de la propia resistencia, que no termina de resolverse. Nuestros principales aliados internacionales, especialmente Estados Unidos, han apoyado este esquema y han propuesto un gobierno de transición, nombrado por la AN, que no involucre ni a Guaidó ni a Maduro.
Pero lo que sigue siendo un elemento divisivo gira alrededor de la pregunta clave: ¿existe una solución exclusivamente venezolana a la crisis? O, en otras palabras: ¿pueden Venezuela y los venezolanos llegar solos a una solución negociada para salir de la crisis generada por la dictadura?. Mi opinión es que la respuesta a esta pregunta es negativa. Venezuela no puede salir sola de esta situación porque cualquier negociación está condenada al fracaso. El régimen y sus aliados, Cuba, Rusia, Irán y la guerrilla colombiana, no tienen ninguna razón para negociar. Esto es especialmente cierto en el caso de Cuba, como lo apuntó recientemente Joaquín Villalobos en un artículo en El País, titulado: «Venezuela, ¿negociar o no negociar?», del cual cito: “Las negociaciones han fracasado porque suponen que es un conflicto entre venezolanos cuando, en realidad, se trata de un país intervenido por Cuba”.La idea de una salida solamente entre venezolanos es una peligrosa fantasía, respaldada no solamente por gente interesada en debilitar el liderazgo de Guaidó, sino por venezolanos honorables y muy respetables. En todo esta compleja discusión es importante destacar que cuando gente como yo afirma que no existe una solución solamente entre venezolanos, se refiere a que los mecanismos de presión para que el régimen acepte un gobierno de transición involucran tanto a actores civiles y militares internos, como a la comunidad internacional. Una vez producido el paso fundamental de la instauración de un gobierno de transición, y con una visión estratégica clara, está abierta la puerta para la reconciliación entre los venezolanos.
Una noticia importante que ilustra la trascendencia de los últimos acontecimientos es una reciente carta de tres senadores demócratas dirigida al secretario de Estado, al fiscal general y al director de Inteligencia norteamericanos. La carta contiene una serie de cuestionamientos e interrogantes sobre la actuación del gobierno en relación con la Operación Gedeón, y es, en si misma, un ejemplo impecable de la acción de control de poderes, uno de los pilares de la poderosa democracia norteamericana. Los senadores ejercen su derecho de interpelar al Ejecutivo y este está obligado a responder. Pero lo que debe preocuparnos a los venezolanos es que en esa carta se señala (en traducción libre): “O el gobierno de Estados Unidos no tenía conocimiento de estas operaciones planificadas o estaba al tanto y les permitió proceder. Ambas posibilidades son problemáticas. Como saben, la Ley Verdad, que el presidente Trump promulgó el 20 de diciembre de 2019, establece que ‘es política de Estados Unidos apoyar el compromiso diplomático para avanzar en una solución negociada y pacífica a la crisis política, económica y humanitaria de Venezuela”. Las incursiones armadas, aún si están llevadas a cabo por actores independientes, son contrarias a esa política. Mas aún, tales incursiones perjudican las perspectivas de una transición democrática pacífica en Venezuela al insinuar que una intervención armada es una opción viable para resolver la crisis, lo que potencialmente socava la voluntad de los actores de la oposición de línea dura para negociar, al tiempo que permite a Maduro reunir apoyo a su lado, fortaleciendo su mano”. Para luego concluir al final: «Maduro es un dictador, y el pueblo venezolano merece vivir nuevamente en una democracia, pero eso solo se logrará a través de una diplomacia vigorosa y efectiva, no aventuras marciales”.
Creo que las implicaciones de la carta de los senadores están bastante claras. Como he insistido repetidas veces, para los venezolanos es esencial que el apoyo de Estados Unidos a Venezuela se mantenga en el ámbito bipartidista, sin caer en la polémica electoral interna relacionada con las elecciones presidenciales de noviembre. Cualquier ruptura de ese escenario, lo cual a veces parecieran querer provocar grupos de exaltados venezolanos en la diáspora, es muy negativa para nosotros. En el escenario norteamericano, “nuestro partido es Venezuela”, un lema que ha hecho suyo William Díaz, presidente de Casa Venezuela Orlando. Es indudable que parte de la operación de control de daños que hay que emprender implica la restauración de la credibilidad internacional del presidente (e) Guaidó y del respaldo bipartidista en Estados Unidos a la causa venezolana.
Pero ahí no terminan las cosas. Proteger a Guaidó de las repercusiones de estos eventos, un caso clásico de una infiltración enemiga en una acción de la resistencia, es un deber de todos nosotros. No solamente porque su liderazgo ha sido muy importante en esta etapa, sino por simple instinto de preservación ante la amenaza de una verdadera debacle política en el campo de la resistencia. Pero el presidente está también obligado a corregir la conducta de su entorno, a asumirse como líder de un acuerdo de salvación de la nación y no de un simple acuerdo del G4, y avanzar en el nombramiento de un gobierno de transición que involucre tanto a líderes políticos y militares como a la sociedad civil en Venezuela y en la diáspora.