La tendencia humana a la unidad y a la solidaridad tiende a fortalecerse en situaciones de verdadera crisis, especialmente en aquellas donde la vida está sometida a verdadero peligro.
En la Polonia amenazada por el avance de los nazis, por ejemplo, ocurrió una historia protagonizada por dos grandes familias que habían sido hostiles entre sí por más de cuatro generaciones. Ante la inminencia de la muerte olvidaron sus odios mutuos, unieron sus esfuerzos y alcanzaron a huir rumbo a la frontera de Checoslovaquia en septiembre de 1939. Sumaban casi 40 personas.
Avanzaban bajo las lluvias por caminos de tierra, incluso por zonas donde no habían caminos, con dos carretas donde trasladaban a los niños y los ancianos. Una de las familias tenía un médico. La otra, a un carpintero que construía instrumentos agrícolas. Uno y otro, cada uno con su respectiva profesión, contribuyeron a que la expedición de huida, después de grandes sufrimientos y peligros, cruzara la frontera para seguir rumbo a Hungría (a una de esas familias pertenecía Grazyna Chrostowska, que fue poeta y activista de la resistencia polaca, y que fue asesinada ―junto a su hermana― en el campo de Ravensbrück, en Alemania, con solo 20 años. No quiso unirse a la caravana para no alejarse de su familia en Lublin ―su hermana estaba presa―, con el resultado de que ambas fueron fusiladas en abril de 1942, justo hace 80 años).
En historias y testimonios de quienes han logrado salvar sus vidas ante la inminencia de la catástrofe, conglomerados familiares o pequeñas comunidades han dejado a un lado sus diferencias para escapar de la muerte. Sobre todo, para cumplir con el deber superior de impedir que los más indefensos, niños y ancianos, sucumbieran a los perseguidores. En los relatos de los sobrevivientes del comunismo en Europa, y también de quienes se pusieron a salvo de la garra de Mao, en China, la unión a pesar de las diferencias, incluso de los que hasta ayer eran enemigos, ha sido un factor constante.
Cuatro son los factores, me parece, que hacen posible salvar las diferencias. El primero, el reconocimiento por parte de los distintos elementos de que se cierne sobre una amenaza tan poderosa que no es posible vencerla si no se hace crecer la fuerza propia para intentar igualar las fuerzas o, en el peor de los casos, para reducir la brecha.
Segundo factor: que la amenaza suponga alguna forma de muerte: política, simbólica, territorial, patrimonial o a la vida de una comunidad. El peso del riesgo tiene que ser visible e inequívoco: solo así los asuntos que separan y dividen a los seres humanos, perderán valor y darán paso a la unidad.
El tercero es el reconocimiento de que la amenaza que pende sobre cada grupo o factor es común y causará daños enormes y equivalentes a todas las posibles víctimas del enemigo común.
Por último, el cuarto aspecto y, a menudo, el más difícil de establecer, es el acuerdo en torno al objetivo que se pretende alcanzar frente al enemigo común. Cuando el propósito final puede ser compartido por los diversos factores, entonces, no solo la unidad, sino el trabajo conjunto se hace viable, real y de gran potencial.
El caso de las recientes alianzas del ucraniano Batallón Azov, como fuerza militar activa frente a la invasión rusa. Apareció en 2014, como una especie de estructura paramilitar, compuesta por militantes y exmilitantes de partidos considerados de derecha o de extrema derecha, una amalgama de distintas ideologías, donde conviven anticomunistas fervorosos, amigos del “orden blanco”, antiinmigrantes, simpatizantes de los grupos neonazis, enemigos del presidente Zelenski. Producto de su organización, éxitos militares, armamento disponible y capacidades logísticas, han sido incorporados a la Guardia Nacional de Ucrania, fuerza de reserva de las Fuerzas Armadas de ese país.
Pero lo asombroso del caso es que aliados o integrados al Batallón Azov en las últimas semanas han comenzado a combatir en las mismas trincheras, compartiendo armas y estrategias, pertrechos y recursos logísticos, medicinas y alimentos, información de campo e información de inteligencia, políticos que en el pasado reciente denunciaron a Azov, enemigos ideológicos, militantes de grupos de ultraizquierda, activistas de numerosos radicalismos, reunidos y disciplinados alrededor del objetivo de combatir la invasión, rechazar la presencia de los militares rusos en territorio ucraniano, hacer inviable el perverso deseo de Putin de anexarse Ucrania, para el engrandecimiento de su oscura ansiedad de gloria y trascendencia. Entre los muchos asombros que revela el fenómeno del Batallón Azov está el que la mayoría de sus enemigos de ayer y aliados de hoy reconocen su mayor experticia en las operaciones de campo y no se proponen disputar su liderazgo militar.
¿Tiene algo que decirnos el caso ucraniano a los venezolanos? ¿Si los distintos sectores de la oposición democrática reconocen que no ha cambiado el objetivo mayor, el de promover de inmediato el cambio político en nuestro país, por qué nos cuesta tanto la unidad y la acción conjunta?