OPINIÓN

Contra las viudas del espionaje comunista

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Viuda Negra

Black Widow rompió el récord de taquilla en el tiempo de la pandemia, recaudando más de 200 millones de dólares durante su primera semana de estreno. Así el filme logró recuperar su inversión en tan solo 7 días, sin contar los ingresos netos de la plataforma Disney Plus.

El largometraje refrenda el valor estratégico del mercado de la exhibición, para la supervivencia del negocio del cine.

El éxito de la producción era previsible, dada la repercusión internacional del fenómeno de los superhéroes de la Marvel.

Por tal motivo, el lanzamiento de la cinta se pospuso por cerca de un año, generando las críticas de los colegas, quienes resienten el retraso de la obra en el contexto de la franquicia de los Vengadores.

Los fanáticos y geeks esperaban verla después de la cronología de Capitán América: Civil War.

A pesar del obvio delay, Black Widow vuelve a proponer un trabajo sólido, dentro de la línea conceptual y técnica de la compañía de los creadores de Endgame.

La acción femenina reconquista una fuerza narrativa y audiovisual, poco frecuente en la meca.

Hollywood suele descuidar al arquetipo de la amazona, cuando se trata de mostrarla en secuencias de pelea y batalla.

Por lo general, la caricatura y la desprolijidad son la regla de los estudios, en piezas de un empoderamiento fatuo y oportunista, como el último remake de Los Ángeles de Charlie.

Las excepciones serían Wonder Woman, Atomic Blonde y el clásico automático de Tarantino, Kill Bill, evidente inspiración para la nueva película del universo expandido de los Avengers.

Por consiguiente, las actrices Scarlett Johansson y Florence Pugh protagonizan duelos de artes marciales a la altura de cualquier secuela de The Matrix.

La directora australiana Cate Shortland filma escenas verosímiles e hiperrealistas, con una cámara pegada al cuerpo y al detalle de los golpes de las intérpretes, drenando una tensión y una pulsión sexual en cada conflicto de las chicas.

El guion humaniza a los personajes en pugna, al indagar en los traumas de su pasado, como hijas de un matrimonio arreglado, para servir a los intereses de una red de espionaje, trata de blancas y lavado cerebral en la Guerra Fría, bajo el control de una oscura conspiración de origen soviet.

El argumento expone sus deudas y herencias con la estética del agente 007, al punto de insertar imágenes de Moonraker en la pantalla de un televisor.

Black Widow busca ajustar cuentas con las viudas de la inteligencia rusa, la KGB y los experimentos de Pavlov, siendo una crítica del legado de cenizas del comunismo en Europa del Este.

Un hombre manipula a un ejército de mujeres, desde niñas, obligándolas a cometer asesinatos y desestabilizar al mundo, usando microchips en el cerebro de las jóvenes confinadas por el déspota.

Natasha Romanoff enfrentará al villano, a través de un desarrollo telegrafiado y mecánico, con el objetivo de liberar a sus hermanas del yugo de una vida como esclavas cibernéticas.

Black Widow llama a pensar fuera de la caja, siguiendo la corriente emancipadora de Wanda Vision y Loki, cuyos héroes descubren la trampa de su realidad, cual Jim Carrey en Truman Show, procediendo a desarmarla por el bien de la humanidad.

Viendo la película en un cine de Caracas, no dejo de reparar en los paralelismos entre el mundo del filme y nuestra distopía orweliana.

Gracias a la incursión de unos secundarios, adultos contemporáneos, el viaje de la heroína se hace menos pesado, aligerándose con dosis de ironía, distanciamiento y humor, amén de las divertidas parodias e intervenciones de David Harbour y Florence Pugh, encomiada para tomar el testigo de la saga.

Una escena poscréditos conecta con Falcon y el soldado de invierno, cerrando con gracia en un guiño a los cómics originales.

Los contenidos en bucle garantizan la viabilidad económica del cine industrial.

Disfruto de Black Widow, entendiendo sus límites y alcances.