La historia reconocerá este grande esfuerzo de partidos políticos, organizaciones civiles y sociedad en general, que ha sido, es y será haber sembrado el camino, y aprovecharlo para reinstaurar la democracia y el régimen de libertades pública en el país. Y, desde luego, fortalecerla, emular las bondades de algunas experiencias pasadas e impedir los errores u omisiones que permitieron este lodazal que hoy nos gobierna, o manda.
Claro que se puede criticar a la Plataforma Unitaria, otrora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), pero resulta inconveniente que todo el mundo repita falsedades sólo porque circulan en los medios o porque la estrategia comunicacional del régimen chavista, de suyo macabra, pretenda imponer la agenda de discusión o intente y, lo peor, logre desviar la atención sobre los verdaderos problemas que nos agobian.
No conviene criticar a la Plataforma Unitaria solo porque lo haga algún “notable” comunicador o político cualquiera trine o pajaree, o por “medalaganismo”. No es serio criticarla de ese modo, y resulta raquítico el favor si de verdad se quiere derrotar la opción continuista del poseso en un próximo e inminente proceso electoral.
La Plataforma Unitaria, que se sepa, es la instancia política que hoy aglutina a los factores democráticos del país para enfrentar la hegemonía mandona. Conviene apoyarla, reivindicar la política, y dejar de lanzar piedras a una piñata inexistente. Insistimos, hay un camino transitable, de cuya medida democrática ya hemos andado un buen y nada desdeñable trecho.
Pedir a la Plataforma Unitaria que hable sin parar es una idiotez. Sería como pedirle que sea igual al desquiciado milico golpista de aquellos tiempos y a sus acólitos, y recurran a su odiosa e interminable verborrea. Pedirle que haga… ¿que haga QUÉ? Para hacer lo que todo el mundo quiere, hay que tener poder, y todavía no se tiene.
Es una injustificada y peligrosa obsesión pedirle a la oposición concentrada en la aludida instancia política, que responda a cada rato al régimen y a su séquito. Eso es otra idiotez, pedirle que responda a cada pataleo rojo, trapo o hedentina. Eso es dejar que la agenda la fijen ellos.
El régimen, como se ve, luego de veintidós años, siete meses y veintiocho días, sigue imputando fracasos a gobiernos anteriores, con denominaciones efectistas que ya nadie cree. Y dejarse llevar por la angustia frente a las arremetidas gubernamentales es la peor estupidez. Es darle más victorias al enemigo, al adversario político, mejor dicho.
La crítica, para ser seria, debe ser racional. No basarse en las angustias de nadie, ni en la repetición de lo que se oye por ahí. La ira no puede ser un valor político. Tampoco la angustia. ¿Cómo darle crédito a lo que diga alguien iracundo y descontrolado?
En la hora aciaga que vive Venezuela, al régimen aún aposentado en el poder, con su terca manía de permanecer asido a este a troche y moche, le duele la unidad de los factores democráticos que, en torno a la Plataforma Unitaria, instancia política de indudables propósitos y talante democráticos que se ha propuesto enfrentar al proyecto de aquel, hegemónico, personalista y represor.
Llega la fecha de expiración de la vela que se apaga en su cabecera. La patria sigue, y el deber nuestro es unir esfuerzos para continuar enfrentando al régimen de las cadenas odiosas, del uso abusivo de los medios oficiales, las amenazas a los medios privados y a los comunicadores, y un largo etcétera de desmanes de parecida naturaleza.
No creo que la plastilina dé para tanto, pero se han visto casos, y Venezuela permanece atenta ante la inminencia de otro golpe a la carta magna. Me refiero a la constante violación de la Constitución Nacional, tan violada que la pobre –al parecer– no puede parir más.
Nos duele lo que ocurre, como la verdad, como el dolor más profundo y sentido, pero como diría el poeta “las horas y las angustias pasan, aprendamos a pasar con ellas”.
Que estas palabras sean bases para la discusión, más allá de la diatriba, y con la seguridad que de esto saldrán mal parados los traficantes de noticias, los del juego sucio, los que amenazan en nombre de sus amos.