Taika Waititi fue nominado al Oscar por Jojo Rabbit en seis categorías, incluida Mejor Película.
Scarlett Johansson recibió una postulación de la Academia por el papel secundario de la madre del joven protagonista.
La mujer es víctima de la banalidad del mal del nazismo, brinda refugio en su hogar a una adolescente judía, pertenece a las filas de la resistencia y distribuye panfletos contra el régimen opresor.
Su historia pudiese extrapolarse al territorio venezolano, sin sufrir demasiadas alteraciones, pues el drama de la cinta resume la angustia de vivir en un Estado forajido en el que se violan los derechos humanos.
Los personajes comparten sobras de comida, toman porciones limitadas de sopa, buscan sortear los criterios de escasez con cierta dignidad. Pero la realidad siempre los abruma, los encierra, los despierta de la vana ilusión del opio de la propaganda.
Pronto la ausencia de libertad de expresión perseguirá y condenará con la muerte el gesto emancipador de la dama disidente.
En el filme, la tragedia solo encontrará un alivio y una catarsis en la fuerza del humor negro, tomando la inspiración de los maestros de la sátira política en tiempos de guerra.
El director interpreta una caricatura de Hitler que metaboliza las influencias de Chaplin en El gran dictador, los trazos gruesos de Disney en el cortometraje Donald in Nutziland, las marcas de Lubitsch para Ser o no ser y el absurdo del Tarantino de Bastardos sin gloria.
Coinciden los expertos en señalar las deudas con el Wes Anderson de Moonrise Kingdom, al momento de analizar las primeras secuencias en el campamento de las juventudes hitlerianas.
En efecto, las imágenes limpias y los encuadres pitagóricos coinciden con la paleta del creador hipster por excelencia, el autor de Isla de Perros.
Aun así, el no estilo de Taika Waititi, o su intención de pasar inadvertido en planos cartesianos, se antoja como su principal seña de identidad.
Desde su primer título hasta el último, el realizador ha compartido con Hitchcock el deseo de desenmascarar los resortes teatrales de la puesta en escena, para potenciar un proyecto de desacralización de las imágenes contemporáneas y de los géneros comerciales de la industria.
En What Why Do in The Shadows, la técnica del falso documental servía para burlar los mecanismos del susto, en una parodia de un largometraje fantástico de terror.
Thor Ragnarok fue su contribución en la desmitificación de la tendencia de los superhéroes. Hunt for the Wilder People le permitió reírse de su país natal, Nueva Zelanda, a través de un clásico filme de viaje iniciático que constituye el antecedente natural y salvaje de Jojo Rabbit, cuyas composiciones aparentemente ingenuas entrañan la deconstrucción de la pintura kitsch del realismo social.
El protagonista es el niño que ilustra la tesis que planteó El tambor de hojalata: el fascismo ordinario reduce la conciencia colectiva al nivel de un juego de rol espeluznante y espectral, como un cuento de hadas invertido y distópico.
La población alienada se identifica con la impostura de un chico que creció creyendo las patrañas de Goebells, que se le condiciona para odiar al otro y rendir culto a la personalidad del caudillo. Es la misma inmadurez que rodea a la secta del chavismo; su enanismo mental.
Del intro al desenlace, la propuesta transgrede y subvierte la iconografía de los promotores de El triunfo de la voluntad, con el fin de exorcizar sus pretensiones de resucitar en el presente de las extremas derechas y los radicalismos del mundo.
El infante evoluciona en su mirada frente al caos y el control, tal como lo hizo el niño de Alemania, año cero.
Por supuesto, el filme del milenio adopta un color más esperanzador que neorrealista, soñando con un futuro de redención y paz, tras el asedio y la hegemonía de un partido único en plan DAESH.
Deberían proyectarla gratis en los salones.
Materia obligada si no queremos repetir la catástrofe del holocausto.