He leído con mucho interés las recientes declaraciones del analista Andrés Caleca, autor de la frase del epígrafe, en la que no oculta su preocupación, quizá angustia también, ante la posibilidad de abandonar las elecciones. Él habla de «abandono».
Como yo no soy Ni-Ni, es decir, y en esto parafraseo al politólogo y humorista Laureano Márquez, no creo tener a mi derecha excremento y a mi izquierda también, y yo en el medio impertérrito, inmune, aséptico e incontaminado. No, claro que no. Me formo opinión y la emito, sin pontificar.
El abandono del voto equivale a mutilar la democracia, a darle un golpe bajo, una puñalada trapera, una herida de muerte. Pero en el momento actual y a sabiendas de quién es el enemigo político (o adversario, mejor dicho), lo mínimo que se puede exigir son algunas condiciones para trasmitir confianza, equilibrio, algún atisbo de transparencia, un ápice de imparcialidad. Hay consenso conforme al cual, la experiencia del 2005 fue espantosa y hubo quienes asumieron su responsabilidad por el desatino de entonces.
Sobre el 20 de mayo de 2018 he dicho, hoy lo ratifico, fue una farsa, un fraude, un simulacro.
Me inclino por el camino electoral en las circunstancias antes aludidas, o sea, con condiciones mínimas de confiabilidad. No a la abstención producto de retortijones viscerales o de arrecheras momentáneas. Ni episodios de 2005, ni aventuras estilo 2014, 2017 y 2020.
Por cierto, los militares no dan golpes para ponerle banda a civiles.
Me sumo al llamado hecho por distintas vías a la dirigencia política. Si bien no convienen los atajos, resulta favorable hablarle claro al país. Encontrar una solución al problema no es fácil, pero la solución no puede ser el abandono.
En palabras de muchos hallamos la preocupación y la angustia de la Venezuela dolida, anhelante y necesitada de una urgente solución. Permanecer sensato y ponderado en la hora loca de la oposición venezolana, es un raro don. Procuremos alcanzar y obsequiar esa dosis de sensatez y demostrar la unidad para enervar el terco afán del ch… abismo de pretender mandar a todo trance.
La gente tiene sobradas razones para sentirse pesimista. Hoy el país dista mucho de ser un lugar bueno o mínimamente bueno para vivir, pero este es el pedazo de tierra ubicado al norte de la América del Sur, en plena zona tórrida. Lugar que, por desdicha, el clan y su claque roja rojita han hecho suyo para destruirlo. Conviene recordarlo.
Aunque sabemos de otras formas de vernos y calibrar los buenos sentimientos de amistad o de familia, y el interés por los asuntos que atañen a la venezolanidad, otras maneras de comunicación nos pueden hacer ver y palpar los hechos y las realidades en su justa dimensión.
En la hora aciaga del país, envuelto en un paisaje de cuchillos, de balas de ida y vuelta; donde la intolerancia pretende imponerse sobre la diversidad de pensamiento y de opinión, por encima de la convivencia, tu voto puede y debe incidir con acierto y recorrer airosamente los vericuetos del ambiente nacional. Por muy tortuoso que nos parezca. Insisto acá en el mínimo de condiciones aludido ab initio.
Las verdades, por duras que sean, hay que decirlas, máxime cuando se trata de enderezar el proceloso camino andado y desandado por el país. Como decía Séneca: “Quien no evita un error pudiendo es como si ayudase a cometerlo”.
Mientras podamos seguir haciendo lo que nos corresponde en el uso del verbo escrito, en la expresión del pensamiento y en la protesta por los desatinos del mal gobierno, aparentemente todo estará bien; pero no, no basta, no es suficiente.
De allí la ineludible responsabilidad de asumir nuestro rol ciudadano, de allí la importancia del voto, suerte de fusil, arma civil para cambiar, sin más vueltas, el estado de cosas en que se halla Venezuela.
Abandonemos la abulia parroquial, la tranquilidad de la indiferencia, odiosa y mala compañera, esa que nos conduce a pensar “nada es con nosotros, “eso no nos pasará a nosotros”. Entendamos, nos debe unir la palabra, los hechos y las convicciones, nos debe unir el país.
Cuando invitamos a votar, como hoy, cuando hemos señalado algún desencuentro, alguna situación o hecho relacionado con el devenir de nuestro pueblo; cuando comento la realidad venezolana, los errores e ineficiencia del “gobierno”, expreso mis ideas, y aunque podamos disentir, surge la mágica palabra respeto; pero en todo caso, no refulge nada distinto a la defensa de los derechos de nuestro país, de sus gentes, de la democracia y sus instituciones.
El voto debe estar en el filo de tus críticas, y tu participación mantenerse valiente, aguda, inteligente y reflexiva. Y al propio tiempo te permitas convocar a tu entorno para hacer lo conveniente a una salida concordada y orientada a la resolución de los no pocos problemas que hoy padecemos.
En fogoso discurso en el Nuevo Circo de Caracas, el 27 de junio de 1943, dijo el poeta Andrés Eloy Blanco en defensa de los atributos del voto universal, directo y secreto en comicios limpios y transparentes:
“Cuando muera que me entierren en la urna electoral”.
Si alguna intención hallas en estos trazos, sea reconocer en nosotros mismos, el mérito de quien usa la palabra para levantar sus ideales, sin codos ni violencia, sin siembra de odio ni venganza; pero sí como bandera limpia y en alto
Tampoco tú dejes de sentir el gusto que da saberte participante y preocupado por Venezuela. Evitemos la caída de la masa de esperanzados venezolanos en la desmoralización. Ello constituiría un riesgo que debemos conjurar en lo inmediato.
Contra la barbarie, la democracia; contra la mandonería, el afán de libertad; contra fusiles, votos.