En el mundo hoy existen 135 millones de personas con hambre aguda, las expectativas predicen que esta cifra podría duplicarse a finales de este año. Para Venezuela la situación no puede ser peor, el informe del Programa Mundial de Alimentos (PMA), de la ONU, coloca al país entre los cinco que pasan más hambre en el mundo junto con Yemen, República Democrática del Congo y Afganistán. 9,3 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda.
Frente a esta tragedia es imprescindible definir con firmeza el programa para la transición que muy pronto experimentaremos, el cual debe sin duda alguna colocar la lucha contra el hambre como su prioridad máxima, junto al restablecimiento del orden público, la recuperación de la producción de alimentos y el saneamiento y puesta al día del sistema de salud. Para lograr estos objetivos los planes deben estar ya diseñados, en el caso del hambre, lo primero es abastecer, llenar los estantes de alimentos a todo lo largo y ancho del país, importando, recibiendo ayuda humanitaria, sin remilgos ideológicos, endeudándose si es necesario, pero este debe ser el primer gran paso.
Los tiempos de producción de alimentos no son manipulables, por tanto, Venezuela debe tener preparados grupos de negociación que permitan abastecer el país en lo inmediato. El ejemplo visto en Estados Unidos muestra cómo este país, gran productor de alimentos, de forma silenciosa ha puesto en marcha para conservar sus estándares nutricionales un vasto programa de distribución gratuita de alimentos en todos los condados del país, la peculiaridad de este modo de actuar reside en los responsables, no es el Estado, ni los militares, son fundamentalmente los ciudadanos a través de sus instituciones, sus empresas y fundamentalmente las iglesias, en un país donde 76% de la gente ejerce una militancia religiosa activa son ellas quienes encabezan los programas de distribución de alimentos. A su lado las redes escolares, los buses amarillos esta vez encargados de trasladar y atender los hogares de sus municipios. Es paradójico y a la vez alentador que sea en el país mas liberal del mundo donde se realiza una contundente operación masiva de reparto de alimentos gratuitos como acción esencial contra el hambre.
Si el país tiene que endeudarse para salvar la vida de millones de venezolanos debe hacerlo y debe sobre todo saber cómo hacerlo desde el primer instante, no perder tiempo planificando en el aire, anunciar, informar la llegada a todo el país de los alimentos que urgentemente requieren nuestras familias, nuestra población infantil. Las responsabilidades institucionales, deben estar claramente definidas, las escuelas y todas las instituciones educativas, la participación de los estudiantes y los distintos gremios en estos planes masivos de abastecimiento de alimentos al país entero.
En Venezuela se ha cumplido un ciclo fatal, destrucción de la propiedad privada, invasión y ruina de los centros de producción agrícola y agroindustrial, estatización de supermercados y redes de distribución, implantación de un pesado sistema de controles, alrededor de 250 medidas represivas cuyo objetivo ha sido penalizar al productor. El régimen aspiraba a llenar estas ausencias de producción nacional con importaciones, entre 2010 y 2014, financiadas con recursos petroleros hoy inexistentes, el valor de las importaciones alcanzó casi 10.000 millones de dólares anuales. En la actualidad, se estima que la importación de alimentos es menos de la tercera parte, 3.000 millones de dólares, un tercio de los alimentos importados hace 10 años.
La realidad es que ni producimos, ni podemos importar por la caída de los precios del petróleo y la quiebra del modelo socialista, lo cual obliga a poner en marcha programas masivos que incentiven el retorno de los productores al campo, ofreciendo seguridad, respeto y protección a su trabajo y a sus inversiones. Iniciar de inmediato el retorno de las propiedades robadas por el Estado, hoy en completo estado de abandono. Valorizar el desarrollo rural, la calidad de vida de comunidades que conviven en medio de labores agrícolas y pecuarias. Ejecutar un programa de estímulo tecnológico, financiero con las instituciones, universidades nacionales, asociaciones que respaldan al productor en la búsqueda de más productividad y mayor rentabilidad, organizaciones que han sido afectadas por la indiferencia de un régimen cuyo único objetivo era acabar con la propiedad privada. Como señala Moisés Naím, “Venezuela es un país que este año va a tener cero ingresos”. Hoy existen más de 9 millones de personas con hambre, es predecible que cerca de 60% de los venezolanos que emigraron, regresen, más de 1 millón de niños se encuentran en estado de semiabandono por la marcha de los padres en busca de recursos que ya no existen.
Derrotar el hambre es el gran objetivo, si queremos salvar nuestro país, para lograr esta meta tenemos todas las posibilidades, infraestructura rescatable, productores ansiosos de volver a su ocupación tradicional, ofertas de financiamiento de multilaterales, conocimiento científico y tecnológico a la disposición por nuestros centros de investigación y universidades y sobre todo el aprendizaje amargo que ha significado el intento de destruir nuestro sistema de producción agrícola y sustituirlo por un injerto de modelos colectivistas fracasados en todo el mundo. Tenemos que salvar a nuestra gente y después todo lo demás.
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