La prevención sistemática, continua y eficaz de la covid-19; y la distribución y colocación universal y equitativa de las vacunas contra la pandemia, deberían ser la prioridad absoluta del gobierno en la actualidad. No existe ningún problema de salud pública más grave que ese flagelo, que está afectando todas las actividades del país. Ha disparado el cierre de empresas, el desempleo, la informalidad y la pobreza generalizada. La ya precaria educación de los niños y jóvenes ha empeorado. Solo los privilegiados con acceso continuo a Internet han podido atenuar un poco la precarización del sistema de enseñanza, clave para la transmisión de conocimientos y la socialización de los individuos.
Sin embargo, la convicción de que la nación debe encarar la covid-19 con un sentido unitario está lejos de aparecer en el horizonte. El gobierno se mueve en el terreno de las nebulosas. El secretismo y la fantasía dominan el discurso oficial. Todas sus promesas están proyectadas hacia un futuro que nadie percibe porque carecen de correlatos en el presente inmediato. El régimen dice que vacunará a 15 millones de venezolanos en lo que queda de 2021, pero de las más de 700.000 vacunas que ellos dicen que han ingresado al país, menos de la tercera parte han sido suministradas. Un reducido fragmento del sector salud ha sido vacunado. El resto está siendo castigado sin clemencia. Venezuela es el país con la más alta tasa de mortalidad en el área médica y paramédica en América Latina. Muy por encima del promedio.
La Comisión Presidencial para la Atención, Prevención y Control del Coronavirus, que debería ser un foro representativo de los científicos y especialistas nacionales, ha terminado siendo un grupo semiclandestino, cuyos voceros más importantes son burócratas del Estado, incapaces de transmitirle confianza y serenidad a la nación. Los informes de Delcy Rodríguez y del ministro de Salud son insustanciales. Líneas escritas para cumplir un trámite. Peor todavía es cuando los informes los transmite Nicolás Maduro. En sus largas y farragosas chácharas dominicales se dedica a tocar temas insustanciales. Parece que su tiempo y el de la audiencia nacional no importara. Ninguna de las materias que le interesan a Venezuela es abordada con la seriedad que la grave situación actual demanda. Nadie sabe por qué luego de haberse reunido Jorge Rodríguez con la cúpula de Fedecámaras, por iniciativa del propio gobierno, Maduro está bloqueando la proposición que permitiría adquirir 6 millones de vacunas que serían distribuidas de forma gratuita en todo el país. Los empresarios volvieron a ser acusados de “golpistas” y “sanguijuelas” que solo piensan en enriquecerse. Ese proyecto de vacunación tan importante para Venezuela está siendo torpedeado, sin que el régimen tenga ni la menor idea de cómo satisfacerse la demanda. Por allí aparece la promesa de colocar la vacuna cubana, sobre la cual existen muchas más dudas que certezas.
Maduro, en medio del clima de incertidumbre y pánico que afecta a numerosos sectores, le declara la guerra a los empresarios, denigra de Estados Unidos e insulta a Iván Duque, su adversario favorito. Denuncia el “virus brasileño”, pero no dice ni pío de la responsabilidad del gobierno chino en la generación de la pandemia. El “virus chino”, como es conocido en el planeta, no existe en su vocabulario. Inventa conflictos improbables. Da retorcidas volteretas. Hace de todo, menos encarar con seriedad el drama nacional y encarar los desafíos que asedian a la sociedad.
Existen serias sospechas de que los grupos cercanos al régimen están beneficiándose de las escasas vacunas que han llegado al país. El cardenal Baltazar Porras formuló una denuncia que debería ser aclarada. Dijo monseñor Porras que miembros del gobierno, de los militares para mayor precisión, estaban traficando con las vacunas. Que existía un mercado negro en el cual el antídoto circulaba por canales irregulares. Semejante acusación planteada por el jefe de la Iglesia Católica merecía una respuesta clara. El silencio elusivo ha sido el método adoptado para anular el señalamiento del cardenal.
En medio de este clima, las sospechas de que “algo huele mal en Dinamarca” resultan inevitables. Maduro y su entorno alardean de que ya fueron vacunados. Las historias de personajes inoculados en Fuerte Tiuna, en el Hospital Militar y en otros lugares, circulan sin que la gente tenga razones para pensar que son producto de la maledicencia. Calumnias de los detractores del gobierno. En países cercanos como Perú se han formado verdaderos escándalos cuando se ha descubierto que tal o cual funcionario se ha valido de su poder para inmunizarse. El expresidente Martín Vizcarra fue sometido al escarnio público, a pesar de haber dado múltiples explicaciones acerca de por qué aceptó servir de conejillo de Indias y vacunarse. No hablemos de lo que sucede en democracias más desarrolladas.
Aquí, los enchufados ni siquiera se dignan a comentar el asunto. Las dudas no deben ser aclaradas. Los privilegios socialistas no se cuestionan. Contra el abuso no hay vacunas.
@trinomarquezc
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