OPINIÓN

Continúa el socialismo sanitario

por José Tomás Esteves Arria José Tomás Esteves Arria

vacunación

Quizá, la gran herejía de este siglo la constituya la adoración del Estado como ente superior a la sociedad, los políticos piensan que todo lo que dirige el Estado lo soluciona, y más bien al parecer es lo contrario. En América Latina hemos presenciado cómo han surgido servicios privados de vigilancia por la incapacidad de los gobiernos de contener y controlar al hampa desbordada. En la frontera venezolana hemos visto cómo los ejércitos de Colombia y Venezuela no pueden con grandes grupos armados que trafican con drogas y hasta con personas.

En el año 2019 se originó en China continental, país dirigido por los comunistas, el virus covid-19, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) se tardó mucho en difundir la nefasta noticia. Luego, durante casi más de un año, todos los países lucharon casi indemnes frente a la pandemia debido a la carencia de una vacuna.  Poco a poco, los laboratorios privados y algunos pocos gubernamentales comenzaron a producir la vacuna, que, dicho sea de paso, es un gran hito científico, puesto que una vacuna debe estar apoyada con investigaciones y no puede hacerse de la noche a la mañana, al igual que una fábrica de salchichas aumenta su producción para satisfacer la demanda.

De inmediato, la distribución de grandes lotes de vacunas las ha llevado a cabo los gobiernos y por ende la producción y aplicación de las vacunas está rodeada de un ambiente politizado y enrarecido. Basta decir que se tardaron en vacunar al mismísimo rey de España, personaje que debe recibir a toda clase de personas, y que, si se hubiera enfermado, España habría enfrentado un gran riesgo político al decretar una regencia.  Se han creado como cinco vacunas, una de ellas rusa y otra china, otra británica, y varias norteamericanas. Se sabe que hasta la India está manufacturando su propia vacuna. Pero el gran problema reside en que ningún particular puede acceder a la vacuna si no es a través de algún gobierno. Esto es, si alguien con suficientes medios quiere comprar la vacuna Pfizer no puede hacerlo en una farmacia, ni un médico recetarla. Tiene que anotarse en una lista, y en Venezuela, todavía son muy pocos los que han sido vacunados. Imaginemos, si solo se permitiera la educación pública y no la privada, la gente que tiene recursos para pagarse su educación tendría que acudir a la pública y así muchos recursos se quedarían sin educación. Mucha gente en todo el mundo podría comprar de contado la vacuna y con ello vacunaría a sus familiares y allegados. Así los gobiernos serían responsables de vacunar a personas de escasos recursos.

Llama la atención cómo el presidente de Argentina, Alberto Fernández, denuncia que los países industrializados o del primer mundo deberían compartir con los países del tercer mundo sus vacunas. Esto se parece a la vieja fábula de la hormiga trabajadora que ahorró en el verano frente a la alegre chicharra que la pasó cantando y no guardó nada. Mientras que Chile, en cambio, se apresuró a comprar sus vacunas y tiene uno de los porcentajes más elevados de su población vacunados. En Venezuela, la propia Academia de Medicina, organismo independiente y de sólida respetabilidad ha alertado sobre el arribo a nuestra nación de productos experimentales cubanos (Soberana 02 y Abdala, que se encuentran en ensayos clínicos en Cuba) y uno de Rusia (EpiVacCorona).

Por si fuera poco todo esto, recientemente el presidente Biden ha dicho que las grandes empresas farmacéuticas deben ceder gratuitamente sus patentes para que sean producidas en otros países. A este respecto el conocido economista español Juan Ramón Rallo nos explica algunas cosas sobre las vacunas, a saber:

Primero que todo, la existencia de patentes no constituye un obstáculo infranqueable para impulsar la producción de vacunas a través de empresas diferentes a las que las poseen: y es que las farmacéuticas pueden comercializar (y de hecho así lo han hecho de manera muy intensa durante los últimos meses) licencias de uso sobre esas patentes para que otras empresas las manufacturen por su cuenta. Por ejemplo, y sin ir demasiado lejos, Janssen ha alcanzado un acuerdo con la farmacéutica española Reig Jofre para que manufacture desde junio este fármaco en su planta de Barcelona. Las farmacéuticas no están titubeando a la hora de pactar esta clase de acuerdos porque, por un lado, entienden la urgencia de incrementar la producción global de vacunas y, por otro, porque también representan una importante fuente de ingresos para ellas.

En segundo término, nos preocupa que, aunque podamos creer que simplemente con la suspensión de las patentes para que cualquier persona o empresa disponga del conocimiento suficiente como para fabricar las vacunas en masa, esto no es tan sencillo como soplar y hacer botellas. La producción de fármacos exige mucho know how que no está determinado o explícito en la patente y, por tanto, demanda la cooperación de la farmacéutica que manufacturó originalmente el medicamento (la única que posee ese conocimiento no imbricado en la patente). Esto es, la transferencia de conocimiento no es una actividad simple de realizar, especialmente en las nuevas vacunas de ARN mensajero (China no acostumbra respetar la propiedad intelectual occidental y de momento incluso no ha sido  capaz de fabricar ni una sola dosis de las vacunas de ARN mensajero), pero  las de AstraZeneca, Janssen o Sputnik exigen un complejo know how que no se transferirá sin la debida cooperación voluntaria de las farmacéuticas.

Adicionalmente, el verdadero cuello de botella, que presenta actualmente para expandir la fabricación de vacunas no son las patentes, sino la insuficiencia de los materiales que necesitamos para producirlas. Verbi Gratia, las vacunas de ARN mensajero solo pueden prepararse en fábricas especiales que tanto Pfizer como Moderna han debido construir desde cero: en estos mismos momentos, no existe capacidad ociosa en ninguna de estas fábricas que se encuentran en varios lugares del mundo. Así mismo, también carecemos de biorreactores suficientes en el corto plazo: la vacuna de Novavax necesita, verbigracia, de la corteza gris, oscura y agrietada de un extraño árbol milenario chileno cuya oferta está naturalmente limitada; a su vez, también nos enfrentamos a corto plazo a la insuficiencia de bolsas de enormes bolsas de plástico donde combinar los ingredientes de las vacunas. Todo esto representa un impedimento mucho más significativo para incrementar a corto plazo la producción global de vacunas que las sonadas patentes.

De modo pues, que no es estorbando o metiendo palos en las ruedas de quienes están produciendo enormes cantidades de vacunas, la manera recomendable o conveniente para acabar con la pandemia que ha tenido atenazado a Occidente. Si no más bien, estimulando a la inversión privada y pública para existan grandes inventarios a disposición de las masas, y permitiendo su comercialización a los entes privados. Y que quienes poseen los medios para adquirirla no tengan que esperar para inmunizarse a sus propias costas.