He retornado al espacio del montaraz porque cuando tus letras se hacen incognoscibles, los sentidos se han ido a la aurora. Solo me queda ver desde la oria, el cómo los cerúleos se han opacado ante mi vista, aunque día a día, solo podía ser acompañado por aquel sotreta que terminó hasta en sus últimos días como mi único amigo.
Por ello, será que mi vida termina como en una permanente anfractuosidad, porque hasta aquella holanda que varias veces te regalé la despreciaste enviándolas al disfraz de ser las almohadas de aquellos pórfidos, tal vez buscando allí que llegara mi colofonia de letras. ¿Para qué tantas súmulas? Si al final solo me diste el rejalgar para burlarte de mí junto con tu tenorio.
Pero podrás haberme llevado a los arenales de la traición al encontrar tu renal de infaustos sentimientos, y aunque me hayas echado hasta la misma yunga o yerto con mis escritos, no habrá metáfora que cambie el plenilunio con el cual, tú impregnada con tu piel de mamba negra has llevado al apocalipsis lo que una vez fue policromado de amor.
¡No! He quedado como pedestre en este camino, pero seguro estoy que encontraré el opíparo de la eudaimonia, apartado del crótalo de tu ser. Nunca seré parte del ahuizote en que quisiste escribirme sobre tus espacios, que aunque concebiste como firuletes, solo fueron vertidos junto al tizón de tus deseos.
Es posible que me haya convertido en un baldragas. A lo mejor, ahora soy un estólido, pero jamás he sido falócrata ¡Si! Estoy imbele ante tu abandono, tal vez por ello me persiguen más continuamente los sopitipandos que me han llevado por un terebrante. Ya no importa el número de yermos que debo atravesar, porque ya no tendré que percibir el falso odorífero que hacía distinguirte, porque has terminado como chapuz ante la noche y como boñiga de los terrenos en donde juntos juramos ser parte de hermosos cultivos.
Aún así, el exergo de mis pensamientos siempre han estado atados al truismo, y más cuando mi vida se ha aferrado al numen de tu historia. Ha sido difícil caer en tu ilécebra que se convirtió en lampo, porque ha desenvainado todo tu réspice ante mis palabras. Solo me usaste como gabela mientras la historia me marcaba como hombre de pro, pero después asomaste como solecismo todos mis poemas ¿Fue necesario tal sopapo, para dejarme constreñido como si fuera a ser consumido por solaninas?
Ya no habrá más letras, les ha llegado la metamorfosis de un quequier en palinodia, porque al final de cuentas mi existencia concluyó siendo una bibliomancia hacia lo decumbente porque siempre estuve convertido en tu ludibrio ante una historia impregnada de tantos y tantos quesiqueses, porque bien sabes que no merecía haber caído en esta zalagarda. Ahora me dejas en esta quillotranza, saudosa, en el medio de este urente, mientras con quien convertido en mi combluezo, ambos desplegaron sobre mi ese tósigo que me ha dejado en pandiculación ¡Lo sé! Aquí estoy valetudinario ¡Y sí eso sabias! ¿Para qué uniste tu pureza al lado de esta vida nonada?
Lo que vivimos no fue eudaimonia, fue un busilis, resquebrajado, que llegó siendo parte de tu filautía, convirtiéndose en la antítesis morigerada de lo que una vez fue tu sonrisa. Así, esta hiperestesia que está envolviendo mi alma, también está llena del baticor, cuando tú debiste haber sido la inspiración de un otrora liróforo que cayó en la sima más profunda que existe en el valle de Gehenna.
Si lo nefario había sido parte del decurso de mi existir en aquella cárcel, jamás comprenderé cuál fue el ofendículo que no permitió concluir en opimo territorio lo que fue nuestra anagnórisis. Es posible que haya sido encastillado ¡No lo sé! Tal vez nunca vi el dontancredismo que asimilaba las muestras de tu ecuador, geometría, cimas y periferias, sobre todo cuando en esos recuerdos buscaba aquellas melodías que ambos conocíamos en ese volapuk que era tu espejo.
¡Nada más que decir! Alguna vez me llamaron hablista. ¡No! Porque simplemente he terminado como un parlaembalde del amor. Las súmulas del incognoscible se retorna en sus letras llevando la baqueta que me permita volver a encontrar en alguna playa y en conticinio los pergaminos y soliloquios perdidos en aquel barlovento.