Las interpretaciones de los hechos que han marcado recientemente la vida política y social en América Latina llenan los espacios de los medios tradicionales y vuelan en las redes sociales.
Para unos es la consagración de la teoría del péndulo, según la cual el movimiento que habría llevado por algunos años a los países de América Latina hacia gobiernos de tendencia más liberal se estaría orientando ahora a posiciones más cercanas al populismo, con mayor o menor apego a la fórmula del socialismo del siglo XXI. Para otros, más que de un movimiento pendular se trataría de reacciones locales a circunstancias o medidas concretas. Así, el caso argentino sería la reacción ante lo que se considera el fracaso de un gobierno en materia económica y social como resultado de la aplicación de las medidas económicas acordadas con el FMI. Ecuador y Chile serían dos casos de reacción a ajustes concretos en los precios de la gasolina o el transporte. Las elecciones en Bolivia y Colombia contribuirían a marcar la tendencia al confirmar, en Bolivia, la continuidad de un gobierno que lleva ya 14 años de ejercicio y, en Colombia, la pérdida de influencia de un liderazgo tradicional y la afirmación de nuevas corrientes políticas que lo desplazan o debilitan.
El analista político Fernando Mieres observa que, ante estos hechos, hay quienes piden tiempo para analizarlos mejor, pero también quienes presumen haberlos visto de antemano e incluso saber sus causas. Están, según Mieres, los que interpretan los acontecimientos como una protesta contra el imperio y el neoliberalismo y, al contrario, los que ven en ellos la consecuencia directa del Foro de Sao Paulo. Para la gran mayoría, opina Mieres, todo lo que ocurre en la superficie social o política tiene necesariamente un origen económico y responde al enfrentamiento de dos paradigmas: el liberal de la mano invisible del mercado y el marxista de la configuración de una superestructura política a partir del desarrollo de las fuerzas productivas.
Dependiendo o no de la orientación de los análisis, el ciudadano corriente percibe y resiente los hechos como una suma de sensaciones y de preocupaciones. Se mezclan o conviven la euforia, el sentimiento de triunfo o de fracaso, en algunos casos de revancha, la desilusión, la incertidumbre, la preocupación por el futuro inmediato y el de más largo plazo, la constatación de que las fórmulas no funcionan, de que no hay sistema completo. Surgen las preguntas. ¿Estamos condenados a repetir fórmulas, incluso cuando han probado que conducen al desastre? ¿En qué falló cada intento, cada propuesta o cada sistema? ¿Hay salida posible?
Y están también las lecciones. Para comenzar, que no todo se reduce a la economía, que las políticas públicas son insostenibles cuando no consideran de manera prioritaria el bien social expresado en el bienestar de cada persona. Paralelamente, la importancia de la economía, de sus leyes o reglas, de la vinculación de cada economía con la global, del valor de los compromisos, del papel de los organismos internacionales. Se trata de no dar la espalda a esos compromisos, pero, simultáneamente, de no dar la espalda a la gente. Está claro que la gobernabilidad se ha vuelto cada vez más compleja, que exige más capacidad para atender lo sustancial y aterrizar en la realidad. Pesa menos la ubicación izquierda-derecha y más el reclamo de las personas a ser tomadas en cuenta, a ser visibilizadas e integradas.
Los hechos ponen también en evidencia la necesidad de un tipo de liderazgo caracterizado por la sinceridad, la capacidad para explicar y lograr consensos hasta cuando las medidas son difíciles, para lograr la participación de los ciudadanos incluso a conciencia de que los resultados no pueden ser inmediatos. Un liderazgo más atento a la realidad social habría evitado el malestar social sin tener que llegar a rectificaciones tardías e incompletas. La falta de un liderazgo así acentúa la crisis de representación que afecta a grandes sectores de la población y retrasa la urgencia de reconocer la necesidad de un diálogo nacional más completo.
¿Contagio o advertencia? Algo está claro: no es posible retomar la mitología populista de que todo se arreglará sin esfuerzo.