Las elecciones primarias se efectuaron con total éxito y ya la oposición cuenta con María Corina Machado como abanderada de la Plataforma Unitaria para vencer a Nicolás Maduro en 2024. Ahora bien, pasada la campaña, habrá que dilucidar, pensar y visualizar el país que debemos construir entre todos en la medida en que se logra consolidar una agenda concreta para la transición hacia la democracia. No bastan las buenas intenciones, ni bastan las fulgurantes emociones del momento, conviene ofrecerle al país soluciones concretas en medio de la crisis humanitaria compleja, la deriva autoritaria y la huida de millones de migrantes del país.
Sé que una parte del país, muy importante y claramente mayoritaria, ha desarrollado una alergia justificada a todo aquello que se designe o huela a socialismo. Con esa etiqueta se autodenominó la dictadura y todas sus decisiones, una más perversa que la otra, nos han traído hasta aquí. Sin embargo, la justificada alergia puede conducirnos a confundir con socialismo lo que en realidad son políticas públicas dirigidas a prestar servicios públicos y garantizar derechos fundamentales reconocidos por los tratados internacionales en materia de derechos humanos. Es cierto que Venezuela requiere con urgencia definir un nuevo modelo económico que privilegie la libre empresa, la competencia y un dinámico sector privado, sobre eso no puede haber duda; pero también debemos admitir que la Emergencia Humanitaria Compleja ha tenido como víctimas a los sectores más vulnerables económicamente, que los pobres y buena parte de la clase media quedaron desprovistos de protección social, de salarios decentes, de servicios educativos y sanitarios y que el colapso de la prestación de servicios como electricidad, agua y gas han implicado un aumento de la precariedad y la desigualdad en la población. A esas víctimas no se les puede dar como respuesta que la mano invisible del mercado les ayudará.
Lastimosamente no existen muchos datos fidedignos, porque si en algo ha destacado la revolución es en la opacidad administrativa, pero los datos suministrados por la Encovi sugieren un país donde gruesas capas de la población se encuentran en riesgo alimentario, con una importante deserción escolar y con brechas crecientes y cada vez más notorias. En ese escenario, entre muchas otras cosas, debemos fortalecer la educación pública, con programas de estudio pertinentes, con docentes adecuadamente remunerados y con estudiantes a los cuales se les suministre los medios para continuar su formación, desde uniformes y útiles escolares, pasando por la alimentación y vacunación, así como también la implementación de programas de asignación de becas para que las familias pobres eviten la deserción de sus hijos de la educación formal. Hablamos lógicamente de todos los niveles educativos, desde la educación inicial a la superior. ¿Eso suena a socialismo? Quizá muchos así lo piensen, pero la verdad es que si hubo un gobierno que eliminó todo eso (que ya existía) fue, desde 1999, el chavismo-madurismo.
La educación privada puede existir y crecer, ser también un modelo de excelencia formativa como lo necesita el país, pero el Estado no puede eliminar la educación pública solo para satisfacer las ideas de célebres economistas muertos, hay que pensar en el aquí y en el ahora. Un país sin educación pública, gratuita y de calidad vulnera gravemente los derechos sociales, económicos y culturales de la población, pisa el acelerador de la desigualdad y, a la larga, conduce al desastre económico porque una población ignorante no es competente para producir.
No hay que confundir la gimnasia con la magnesia, aquella trampa de decir «no todo puede ser regalado» para justificar cobrar matrículas en la educación pública o, peor, justificar su cierre, no puede ser admitido en un país que requiere más educación, no menos. Debemos proporcionar educación a todos, no solo a los ricos, y eso no es un argumento socialista, es mero sentido común. Sin una ciudadanía educada ¿puede existir la democracia?
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