El título de este escrito puede ser otro: horror, náusea, dolor, rabia contenida… El ánimo de Venezuela ante el asesinato del capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo reúne las condiciones que conducen a la sociedad a sentir un repulsión capaz de manifestarse a través de mil vocablos, a través de infinitas sensaciones de pesadumbre y rabia que remiten a un estado de declive moral como pocas veces se ha experimentado en la historia de Venezuela.
Y recuerden, atribulados lectores, que no han sido pocas las situaciones de postración que hemos padecido a través del tiempo. Hagan memoria de las atrocidades del gomecismo y de la dictadura de Pérez Jiménez, que parecían borradas del acontecer republicano. Pasen revista a la nómina de unos torturadores célebres que remontan a la época de Guzmán y permanecen en su atroz faena hasta la primera mitad del siglo XX. Recuerden el nombre de los lugares de tormento que fuimos derrumbando poco a poco con la esperanza de que los poderosos del futuro no los levantarían de nuevo: Bajo Seco, La Rotunda, el Castillo de Puerto Cabello, las Tres Torres, la sede de la Seguridad Nacional…
Han vuelto, por desdicha; se levantaron en nuestros día para regresarnos a tiempos oscuros y dolorosos que se han convertido en símbolo del fétido pantano en cuyo fondo nos ha metido el chavismo. No son el recuerdo de los episodios inhumanos y sanguinarios que describen los testimonios de los cautivos del pasado, sino, por desgracia, peripecias palpitantes que nos tocan de cerca, hechos reaparecidos que se ceban contra las ideas del vecino o del amigo, contra los derechos del compañero de todos los días, contra los anhelos de unos valientes y limpios adalides que luchan por la libertad y por la dignidad de un pueblo degradado y escarnecido. De allí que estas letras se parezcan a las que se escribieron sigilosamente en la hora oscura de las tiranías en un país que las ha tenido tenebrosas y emblemáticas.
Pero si después de mostrar respeto reverencial ante el sacrificio de la víctima más reciente recordamos los avances que ha llevado a cabo la humanidad en el área de los derechos humanos, mayores motivos tenemos para denunciar el estado de degeneración y de putrefacción cívica que hoy padece Venezuela debido a los delitos de sus gobernantes, a su desprecio de las prerrogativas de los gobernados y de todo lo que es honorable y respetable en la vida política, a su decisión de torturar y matar al capitán de corbeta Acosta Arévalo. Ante ese macabro colofón, todavía la sociedad, pese a que ha expuesto una primera muestra de indignación, no se manifestado con la contundencia que corresponde.