Vladimir Zelenski, presidente de Ucrania bucha
Zelenski en la localidad de Bucha. Foto: AFP

Ayer se cumplió el primer aniversario de la invasión rusa a Ucrania. Mucho se ha dicho y escrito sobre el tema, especialmente en estos días.

La opinión prevaleciente hace un año era que se trataba de una bravuconada inicial de Putin cebado ya por su éxito al anexar Crimea en 2014 sin mayores consecuencias. El pronóstico era que en pocos días Kiev caería, Zelenski sería destituido y posiblemente eliminado para sustituirlo por un títere prorruso que rápidamente satisficiera las órdenes de Moscú. El mismo estilo que aplicó la ex Unión Soviética en Hungría en octubre de 1956 y también durante  la insurrección conocida como “Primavera de Praga” ocurrida en la entonces Checoslovaquia en enero de 1968. Por eso es que Putin denomina a esta guerra como apenas una “operación militar especial”, reprimiendo a quien se atreva a darle su verdadero nombre.

Otra sorpresa fue la estatura  política  del presidente  Zelenski, quien venía de ser un popular personaje televisivo en un show humorístico similar a nuestra recordada Radio Rochela para llegar a  constituirse en  ejemplo de valentía personal y calidad de estadista. Ni que decir de la determinación del pueblo ucraniano que mayoritariamente acepta el sacrificio en aras de la integridad y soberanía de su país.

A título de comentario personal nos complace recordar que nuestra abuela materna, Adela Chertkoff, era ucraniana, del puerto de Odessa (entonces Rusia), mientras que nuestro  abuelo Adolfo Dickmann era originario de Riga, Letonia. Ambos llegaron cada cual por su lado a la Argentina a finales del siglo XIX con papeles rusos, siendo que Odessa está a las orillas del mar Negro y Riga en las del mar Báltico, “apenas” 3.000 kilómetros de distancia cuando todo aquello  era  parte de la Rusia histórica de los zares, que es la que hoy Putin quiere reconstituir.

Dicho todo lo anterior ahora comentaremos lo que a nuestro parecer –y de muchos otros– son las consecuencias presentes y futuras que este conflicto trae al orden mundial, regional y venezolano.

A escala mundial es evidente que la guerra -con todos sus inconvenientes- ha conducido al fortalecimiento -al menos temporal- de Europa como bloque y de la OTAN que hasta ahora nunca había requerido una comprobación real. Este primer año ha mostrado el compromiso de dicha alianza y de Estados Unidos con la defensa de la causa de Occidente (no necesariamente la causa democrática liberal). Hasta ahora, con sus más y sus menos, ese apoyo parece sólido aunque más entusiasta por parte de algunos socios que de otros tales como Hungría, cuyo gobierno ha rehusado condenar la invasión mientras Polonia y Alemania se la vienen jugando con gran costo político y económico al tiempo que el “cavaliere” Berlusconi se pronuncia apoyando a Putin. Ahora que se empieza a especular que Putin iría por Bielorrusia y Moldavia, parece que algunos comienzan a “arrugar” al ver que las  “barbas del vecino están a punto de arder” y por tanto se acerca el momento de “poner las suyas en remojo” (proverbio español).

Al alterarse la disponibilidad de petróleo se han violado las premisas sobre las que se fijaban los precios y la confiabilidad del suministro. Es así como las sanciones a Rusia afectan al mundo en su totalidad y –¡cosas del destino!- ponen a Venezuela en posición de poder beneficiarse si es que logra aumentar sus volúmenes de producción. De allí las ventajas temporales que el gobierno de Estados Unidos ha otorgado a Chevron, socio de Pdvsa. El cierre de oleoductos y gasoductos ha afectado seriamente la vida en Alemania y en otros países que dependen de ese suministro. Por ahora la solidaridad luce sólida, pero intuimos que no tardará en debilitarse a medida que el sacrificio cobre precio político a los gobernantes.

En Estados Unidos, principal fuente de apoyo material a Ucrania, existen encuestas recientes que muestran que el apoyo a esa ayuda que empezó con 80% ha decrecido hasta 47% con la humana consecuencia de que el consumidor norteamericano se pregunta por qué él debe pagar una guerra lejana o sufrir inflación por algo que repunta ajeno a su interés. Parece que no entendieran que el mundo actual es uno solo y no un conjunto de islas que no tienen conexión alguna. Para peor, ese tema se ha empezado a convertir en motivo adicional para profundizar la grieta política cuando el ala trumpista más extremista del Partido Republicano (los que se denominan MAGA, Make America Great Again) ya ha comenzado a cuestionar el asunto en el Congreso.

En la región, como era de esperar, el gobierno de Venezuela se ha cuadrado por todo el cañón con Putin por solidaridad autoritaria y conveniencia ante quien perciben como un posible salvavidas en un futuro a lo mejor no lejano que la ocupación de Miraflores cambie de titular. Ni que decir Nicaragua y Cuba, que junto con Venezuela son los “chicos malos” del continente como México cuyo guabinoso presidente, igual que Alberto Fernández de Argentina navegan entre el sí pero no. Rendimos tributo a la muestra de vocación democrática del presidente Gabriel Boric de Chile, quien sin abjurar de su ideología de izquierda ha sido capaz de decantarse por lo razonable tanto al conflicto en Ucrania como ante las dictaduras de Cuba y Nicaragua.

Por último, no hay que dejar de lado el preocupante cuadro de la guerra nuclear que ha sido rozado de costado varias veces por el dictador ruso hasta haber llegado en estos últimos días a cuestionar el último tratado de limitación de armas nucleares (START) que compromete tanto a Rusia como a Estados Unidos a protocolos que debieran limitar ese riesgo en el que no conviene ni pensar. Una fiera acosada pudiera tener alguna reacción desesperada cuya consecuencia no deja ni vencedores ni vencidos, sino a todos perjudicados en escala inimaginable.

El reciente viaje del presidente Biden a Kiev y su visita a Polonia pretende asegurar a quienes están en la primera línea de batalla que Estados Unidos no incumplirá con los compromisos internacionales contraídos ni dejará de ser la antorcha que ilumina la causa de la libertad. Habrá que ver si en la campaña presidencial para el 2024 que ya se asoma tal discurso sigue teniendo pegada o no.

¡Y nuestra golpeada Venezuela del lado malo de la historia!

@apsalgueiro1


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