Cuando a finales del año pasado el gobierno de Estados Unidos expulsó a dos diplomáticos chinos bajo la acusación de estar actuando como agentes de inteligencia solapados en la capital norteamericana, el asunto parecía más bien un relato de ciencia ficción. Ni el gobierno en Washington ni las autoridades de Pekín se refirieron en público al desaguisado. Y sin embargo era real.
En los órganos internacionales de defensa de la propiedad intelectual del sistema de Naciones Unidas, el tema de la apropiación indebida por parte de China del conocimiento ajeno y de las investigaciones de otros países viene siendo aireado por parte de Occidente sin que se avance mucho en el terreno. Las autoridades chinas se defienden a capa y espada de lo que estiman una fabulación por parte de la primera potencia mundial y de los aliados que han reclutado para su causa, empeñado como está Estados Unidos en disputarle a la gran nación de Asia el primer sitial en los temas de investigación científica.
Sin embargo, por razones de inteligencia, de estrategia militar y de protección y defensa de los hallazgos académicos en los centros de investigación científica y tecnológica, los estadounidenses se han dedicado a blindarlos de la posible intrusión de agentes externos dispuestos a hacerse del conocimiento y los avances por vías no ortodoxas.
Desde hace unos meses el gobierno norteamericano ha puesto en manos del Departamento de Justicia y del FBI parte de esta vigilancia, encargándoles efectuar una muy seria investigación de impacto científico y tecnológico bajo el supuesto de que hasta que no se aireen casos concretos de apropiaciones indebidas del conocimiento, las gestiones y señalamientos oficiales internacionales tienen pocos chances de avanzar. Las universidades y centros de conocimiento han sido alertados sobre el imperativo de una seria vigilancia sobre sus actividades de investigación.
La audiencia televisiva pudo comprobar el pasado fin de semana algunos de los hallazgos encontrados en las investigaciones emprendidas en Boston, Massachussets, uno de los enclaves de mayor concentración de centros académicos del país. El vocero del Departamento de Justicia presentó ante la colectividad tres casos suficientemente explicativos sobre la sistemática y bien planificada sustracción de tecnología de centros locales de investigación científica y de la propia Universidad de Harvard. Dos científicos chinos y un norteamericano vinculados con estos centros han sido formalmente acusados por llevar años trabajando para las autoridades chinas en la sustracción de avances científicos y de salud.
La conclusión de lo anterior es que quien considere que los problemas de los desequilibrios comerciales entre China y Estados Unidos son el plato fuerte de sus relaciones mutuas se equivoca. Mientras aquellos están recibiendo adecuada atención, otros aspectos de mucho calibre y de importancia estratégica están siendo revelados por las autoridades norteamericanas para evidenciar ante el mundo la agresividad china en materia de espionaje. El primero de los efectos de estas pesquisas reseñadas más arriba es el levantamiento de barreras contra los chinos dentro de los acuerdos de cooperación científica internacional. Las reservas que estos temas despiertan a escala planetaria en cuanto a la transparente actuación que debe esperarse de los actores asiáticos impactarán los esfuerzos que se emprenden en otros terrenos para armar una cooperación internacional fiable. El acuerdo comercial bilateral China–Estados Unidos es uno de ellos.
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