La mayoría de los conflictos que se han producido desde hace décadas aún permanecen sin solución. Si exceptuamos el de los Balcanes en Europa, cuyo éxito se debe en gran parte al papel de las Naciones Unidas y su operación de tropas de mantenimiento de la paz, y el conflicto centro-americano, finalizado gracias al papel del Grupo Contadora en el cual Venezuela desempeñó un rol fundamental, por mencionar dos casos de resolución emblemáticos, otros se han vuelto crónicos, con altibajos, pero latente siempre la posibilidad de una escalada en la violencia. Entre estos están el árabe-israelí, Rusia-Ucrania, Siria, Libia, Yemen, las dos Coreas. Secuelas persisten en Irak y Afganistán. En África, de igual manera, siguen las posibilidades del resurgimiento de guerras étnicas especialmente en el Congo y Sudán.

En relación con América Latina se pensaba de manera ingenua que los acuerdos de paz logrados por el Nobel Juan Manuel Santos habían cerrado un doloroso capítulo con la guerrilla más antigua del mundo y en cuanto a Cuba, el frágil restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos logrado por Barack Obama y las expectativas creadas en torno a ello han sido revertidas por el gobierno de Donald Trump, con visos de empeorar las relaciones cada día.

Ahora bien, frente a los conflictos que se mantienen, ¿cuál parece ser la tendencia del manejo de los mismos por parte de la comunidad internacional? Cuando frente a estos problemas desaparece el sentido de la urgencia, se agotan las propuestas de una solución negociada, surge el cansancio, merman los recursos y se ven cada vez más distantes las posibilidades de alcanzar un acuerdo, las expectativas cambian, se reducen y entonces se consideran como logros que no aumenten las tensiones ni las acciones que incrementen la inestabilidad, como por ejemplo, que no se expanda a países vecinos y especialmente que no afecte a los grandes centros de poder, especialmente Estados Unidos y la Unión Europea.

En el caso de Venezuela, salvando las diferencias con aquellos casos donde ha habido violencia a gran escala,  actualmente cunde un pesimismo razonable sobre la resolución de la crisis desde la acción de la comunidad internacional por los mensajes contradictorios que se producen especialmente desde los voceros gubernamentales del gobierno norteamericano. Sin embargo, un nuevo elemento ha surgido con el anuncio –al parecer desde territorio venezolano– de dirigentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en regresar a la lucha armada. Las declaraciones del ministro de Defensa sobre responder militarmente a Colombia y el presunto reforzamiento del componente militar que se encuentra en la frontera pareciera confirmar que hay una ocupación consentida en nuestro territorio de esos grupos calificados como narcoterroristas. La atención de la comunidad internacional se ha reavivado toda vez que este es un asunto que agrava las relaciones con los vecinos, ya que afecta la paz y la seguridad regionales y nos plantea un escenario prebélico con Colombia

Ya ha habido declaraciones de la mayor parte de la comunidad internacional condenando tal decisión, en la cual se considera que tanto Cuba como el régimen en Venezuela auparon o en todo caso dieron su beneplácito. Lo más probable es que surja un mecanismo multilateral para enfrentar a esta facción disidente, tanto en la Organizacion de Estados Americanos como en las Naciones Unidas, cuya Asamblea General comienza en breve y es el foro por excelencia para las reuniones de alto nivel en diferentes asuntos.

Por otra parte, en la medida en que las víctimas del régimen en Venezuela se mantengan visibles, y en eso ha contribuido mucho el Informe Bachelet, se mantendrá la situación en la mira de la opinión pública internacional, los mandatarios y los organismos regionales y globales. La masiva migración de los venezolanos mantiene también el interés permanente de la comunidad internacional en la solución de la crisis política, económica y social que estamos padeciendo bajo el actual régimen.

Esta es una oportunidad para que la dirigencia de la oposición asuma un papel conforme al tiempo histórico que le ha tocado. Los esfuerzos a lo interno deben estar en consonancia con lo que la comunidad internacional ha estado haciendo por nosotros. Es por eso que reconocemos el Acuerdo de la Asamblea Nacional de rechazo a la presencia y expansión de grupos narcoterroristas en el territorio nacional en el cual se condena y se responsabiliza al régimen, además de instruir a la representación venezolana en el exterior para “proceder a activar de manera urgente medidas decisivas y oportunas de acción colectiva para poder restituir el orden y seguridad…” .

No nos convirtamos en otro conflicto sin resolución. El ejemplo de Cuba lo tenemos al frente.

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