OPINIÓN

Confesiones que dignifican

por Alejandra Jiménez Pomárico Alejandra Jiménez Pomárico

Una transitoriedad oblicua entre lo humano y lo divino de la existencia somete voluntaria o involuntariamente a múltiples procesos de maduración, tanto biológicos como inmateriales pertenecientes a la esfera de las emociones y el espíritu. Algunos de los cuales resultan irreversibles, y en otros casos, sus frutos deben cuidarse con sublime sabiduría porque perderlos implicaría inmediatamente, recomenzar el proceso. El desarrollo, por ejemplo, resulta un proceso irreversible e involuntario, por el cual todos pasamos de forma natural. Sin embargo, está el proceso de morir, este es natural y será producto del colapso biológico de algún sistema y el posterior desequilibrio orgánico. A pesar de ello, existen algunas muertes voluntarias que figuradamente abren nuevos períodos de vida.

La confesión puede verse como un deceso voluntario donde un individuo fallece frente a su orgullo y la imagen que sostiene públicamente de sí mismo, determinándose a expresar un sentimiento, una acción o asunto de su existencia.  Probablemente sea algo que preferiría no comentar, porque le avergüenza o genera cierta sensación de desnudez, y en todos los casos lo que desnuda a alguien lo hace vulnerable, pero también alegóricamente lo vuelve íntimo. En otros casos, dicha desnudez expone un sentimiento oscuro por las intenciones que despierta, o resulta de profundo dolor, quebrando toda imagen de fortaleza absoluta.

Hoy quiero exponer la idea de que la confesión resulta una acción voluntaria frente a un proceso de muerte, donde los individuos ansían la libertad y la gracia de apoderarse de una autoimagen renovada; carente de culpas y sin censuras, como limpiando la casa de inmundicias y abriendo puertas y ventanas al devenir. La confesión es un acto valiente, esforzado y puede llegar a ser doloroso, pero una vez que termina, te empodera en la autoridad que da la paz. La confesión precede impetuosamente algún desenlace, que puede o no ser tolerable, pero sin duda, será una consecuencia necesaria. En un caso extremo, quien confiesa un crimen, requiere la misma valentía para enfrentar el peso de la ley ante sus acciones.

Es digno comentar algunos ilustradores menos dramáticos, como por ejemplo: si alguien confiesa atravesar un mal momento respecto a sus afectos, probablemente su compañero de viaje se sienta confrontado y triste, cuyo corolario ha de materializarse en algún tipo de reto para solucionar y mejorar la relación. Si el cansancio y dolor que genera la vida produce eventualmente las ganas de no seguir viviendo, confesarlo para buscar ayuda desencadena el rescate de las emociones y renueva las esperanzas. En cualquier caso, la confesión es un grito expectante y resulta en un nuevo comienzo, aunque a simple vista no lo parezca.

Quisiera ir más allá, quizás en mi cosmovisión personal de la vida, y lo que voy a decir resulte una falacia, para quienes se han acostumbrado al mundo de las apariencias y acartonamientos. Confesar con una o varias personas tu situación, tu proceso de muerte o tu temor te dignifica frente a esas vidas. Su imagen de ti muta, no porque resultes ser más patético que antes, sino porque resaltas más valiente que muchos, y expresas lo que nadie se atreve a decir. La confesión dignifica porque le recuerdas a tu interlocutor su propio sepulcro y le infundes la esperanza de también poder salir de allí. Entonces, si desde la condición más baja te atreves a ser sincero, transparente y falible, nunca más habrá vergüenza para ti en esa estación, al contrario, alzarás tu mirada y podrás decir yo también lo viví. Para seguir adelante en la vida hay que ser tan valiente, esforzado y frágil como el espermatozoide que fecunda el óvulo, prometiendo un día, después de muchos procesos, ser una persona adulta capaz de gestar una nueva vida.

@alelinssey20