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Cónclave de Edward Berger: el poder y la fe en el mismo escenario

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En Cónclave de Edward Berger, la religión y el poder se confunden en medio de una elección crítica. Pero la cinta, que adapta la obra de Robert Harris del mismo nombre, evita los lugares comunes y explora en la manipulación y la influencia desde lugares poco comunes. Lo que la convierte en una rara y elegante pieza de suspenso.

En Cónclave, la brillante adaptación de la obra homónima de Robert Harris, el poder lo es todo. No solo el humano, que se disputa a media voz y entre una complicada visión acerca de la ambición y la avaricia. También el invisible y divino, que la cinta de Edward Berger lleva a un plano pragmático que sorprende. La combinación entre ambas cosas, hace de este relato sobre la elección de un Papa, una mirada apasionante y en ocasiones, inquietante, acerca de lo que ocurre en medio de esferas de privilegio desconocidas para la mayoría.

Mucho más, explora en las instituciones e importancia, a través de la figura desconocida y poderosa del Vaticano. Alejada de una visión romantizada acerca de la Santa Sede, Cónclave tiene mucho más interés en reflexionar acerca de cómo el dogma y la creencia pueden convertirse en una forma de explorar acerca de las raíces de la fe como hecho cultural. Para Berger, el Vaticano es un territorio de poder casi mítico, alejado de reglas humanas y más cercano a decisiones que ponen a prueba su perdurabilidad. Y de la misma que el libro, la cinta especula acerca de qué ocurre cuando esa capacidad para representar lo invisible en un mundo esencialmente cínico, se pone a prueba. 

Mucho más, la forma como este aire de reliquia anacrónica, toma corporeidad como parte de los estamentos de poder y política actuales. La película tiene éxito en plantear su contexto en sus primeros minutos, lo que no deja dudas hacia dónde se dirige el argumento. Cónclave es mucho más el misterio humano observado a partir del sueño de la divinidad que otra cosa. Mucho más, que la idea corrosiva y la mayoría de las veces incómoda, que creer  — y ser responsable por ese punto de vista —  puede tener un peso cultural muy específico. Lo que, al cabo, se convierte en uno de los temas más interesantes de la película.

Una decisión histórica convertida en debate filosófico 

El cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) tiene problemas de fe, a pesar de ser éticamente un hombre intachable y con valores elevados. La película comienza su recorrido por la curia vaticana a través del personaje que, luego de la muerte del Papa (Bruno Novelli), se volverá decano y cabeza visible del Colegio de Cardenales. Se trata de una decisión inteligente del guion de Peter Straughan, que profundiza con precisión en los dilemas de la religión contemporánea. Mucho más, en la forma en que la cinta, medita acerca de la responsabilidad personal, la búsqueda del propósito y la construcción de la memoria colectiva, como parte de una idea divina.

El cardenal tiene el deber de ordenar el caos después de la muerte del monarca Vaticano y la trama profundiza en esa idea, a través de la capacidad del personaje de Fiennes por reflexionar acerca del deber. De modo que la película estructura sus ideas acerca de la finalidad del liderazgo, no sobre el hecho de creer —cómo cabría esperarse — sino sobre la exigencia de una dimensión espiritual en el mundo moderno. Puede parecer una idea contemplativa y ciertamente abstracta, pero en realidad, también es una perspectiva durísima sobre las exigencias de la creencia como parte del sistema intelectual occidental. 

Escoger al líder de la Iglesia Católica se convierte entonces en una diatriba acerca de la representatividad y el lugar en que la institución ocupa en nuestra época. Cónclave no es complaciente ni tampoco, del todo crítica. En lugar de inclinarse hacia algunos de los extremos, analiza con cuidado la posibilidad de entender las necesidades de un mundo cada vez más secular y alejado de la posibilidad de Dios. En especial, porque Lawrence atraviesa una sacudida en sus objetivos personales, que le hizo pedir al fallecido Papa, unos días de aislamiento, que nunca le fueron concedidos. Así las cosas, la cinta se mueve por terrenos complicados al plantear la hipótesis de la congregación mundial en busca de un objetivo y un hombre que le represente. 

Una mirada intrigante a un rito arcaico 

Uno de los puntos más interesantes de Cónclave es profundizar, precisamente, en el rito titular. La elección del Papa se lleva a cabo “bajo llave” — traducción del latín de la palabra cónclave — y debe ser ordenado con cuidado, en un protocolo medieval que ha cambiado bastante poco desde el medioevo. Varios de los mejores momentos de la película, ocurren, precisamente, cuando establece paralelismos entre la tradición y las necesidades contemporáneas. Eso, usando a Lawrence como hilo conductor entre ambas ideas. 

La cinta, en buena medida, se basa en su capacidad para convertir la elección del Papa en una reflexión ambigua sobre la habilidad política revestida de emoción. Por lo que la elección del Pontífice, llega para convertirse en una especie de síntoma de los tiempos. Todo, en medio de un análisis preciso acerca de la fe como dogma y también, como pieza social. Una mirada interesante que hace de Cónclave una obra meditada y maliciosa, mucho más eficaz en su crítica de lo que podría pensarse en primer lugar.

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