Garabateo estas elucubraciones sobre el crónico padecimiento nacional, haciendo caso omiso de los omnisapientes managers de tribuna, con una paradójica convergencia de tranquilidad y desasosiego. Tranquilidad, porque, a partir de hoy, y hasta el 12 de enero de 2020, si no lo impiden circunstancias ajenas a mi voluntad, dejaré de insistir en quejas y reclamos convertidos acaso, y a fuerza de reiterados, en irritante letanía dominical; desasosiego, porque no cesó la usurpación, como queríamos y esperábamos; y, en atención a la dirección e intensidad de los vientos, su agonía, de no producirse un cambio radical en la suicida atomización de la oposición y una purga sin contemplaciones de los agentes transmisores de la corrupción alojados en la Asamblea Nacional y los órganos de dirección y decisión del interinato —López Mendoza nos debe explicaciones—, quizá se prolongue más allá de lo deseado y debido.
He prescindido en este exordio de los ambages de quien no quiere, en temporadas como la presente, de regocijos forzosos y convivencias impuestas, ser tildado de aguafiestas, mas no podía hacerme el loco ante una deplorable contingencia: diciembre comenzó con arrebatos de ira contenida provocada por las denuncias del portal Armando.info. Pero no caigamos en la trampajaula del régimen de facto: cuando la indignación excede a la sensatez y la emoción a la razón, trastocamos el orden de las cosas. Sorteemos, pues, maniobras de distracción, apuntemos a la diana precisa y evitemos malgastar pólvora en zamuros, no sin antes referir recuerdos exhumados del baúl de la memoria o la nostalgia y averiguar, de paso, a quiénes debemos venerar hoy, 8 de diciembre, de acuerdo con el santoral, al calendario litúrgico o al Almanaque Rojas Hermanos.
Hoy se estarían cumpliendo 489 años del nacimiento de Guaicaipuro —invectiva de algún hagiógrafo indigenista—, y 7 de la última comparecencia pública del inmarcesible redentor de Sabaneta, entre otras incidencias dignas de mención. En virtud del chauvinismo e hispanofobia del comandante eterno —plañido, durante su canto de cisne o del manisero me voy, por su heredero con la cursi y trémula emoción de un valsecito peruano—, el legendario indio caribe sustituyó al Almirante de la mar Océana como figura emblemática del día del descubrimiento. Enterrado virtual y simbólicamente en el Panteón Nacional, entró a formar parte de su acervo fantasmagórico. Y eso no es moco de pavo. ¿Lamentables o plausibles remembranzas? Queda el adjetivo a discreción del amable y paciente lector. ¿Y a quién honrar en esta fecha?
Según las fuentes citadas, estamos en el segundo domingo de adviento y, aguardando su alumbramiento, Jesús, debería ser objeto de devota y expectante adoración. En 1716, Johann Sebastian Bach compuso en Weimar una cantata ad hoc —Wachet! betet! betet! wachet! (¡Velad, orad, orad, velad!), BWV 70a—, de la cual, entre varias y excelentes grabaciones, recomendamos escuchar la realizada por el sello Teldec en 1977 con Nikolaus Harnoncourt, Tölzer Knabenchor y el Concentus Musicus Wien. Casualmente, también ha de reverenciarse hoy a la Inmaculada Concepción. La oportunidad es propicia para oír Las vísperas de la Beata Virgen (Vespro della beta Virgine). Del capolavoro de Claudio Monteverdi, concebido en la acuática Venecia el año del señor de 1610, hay un amplio abanico de versiones: en él destaca en CD, la interpretación a cargo de La Compagnia del Madrigale, registrada en 2016 para Glossa Records en la Basílica de San Maurizio de Pironelo (Italia). Con ambos tesoros discográficos (disponibles en Internet), se disfrutará de un formidable concierto barroco, gratuito, sin cortes comerciales y libre de jingles en clave de gaita, publicitando productos fuera de nuestro alcance.
Después del intermezzo pre-clásico, analgatizamos de nuevo en el callejón sin salida de la fragmentación opositora; fragmentación inducida desde la violenta usurpación con los muy reaccionarios dólares emitidos por la Reserva Federal de los Estados Unidos de América; dólares escatimados al pueblo venezolano y destinados a prologar la podredumbre del régimen, a fin de porfiar en un relato a contracorriente de la verdad, alimentado y abultado con enormidades cual el natalicio del aludido cacique tequeño o el presunto asesinato del Libertador, fraguado, al menos intelectualmente, por Francisco de Paula Santander.
La mafia empoderada en Miraflores y Fuerte Tiuna se proclama vencedora por cansancio en una contienda enrarecida en virtud de la indecorosa actuación de una decena de malandrines privilegiados con inmunidad parlamentaria, cuyas cagadas llegaron al techo, embarrando el ventilador y convirtiendo a justos en pecadores. Se envanecieron las camisas rojas con el espejismo de la victoria en una trifulca mediática empapada con el caldo de la olla literalmente podrida de los CLAP, y enriquecida con un guiso colombiano reservado para su degustación en un calderón ardiente. Exhiben como botín de guerra el escándalo suscitado por un grupete de diputados libertinos y bribones, cómplices de una conjura orientada a deponer a Juan Guaidó con un golpe parlamentario, impedir la ansiada transición, convalidar un fraude electoral con miras a cambiar la correlación de fuerzas en el Congreso y abandonar la hoja de ruta acordada a principios de año —y, con ella el proyecto más serio de alternabilidad ideado en 20 años de resistencia—.
Con el autogol opositor, Maduro, Cabello, Padrino & Co. presumen haberse vacunado contra la epidemia contestaría continental. Derrotada la pretensión continuista de Evo Morales en Bolivia, busca a toda costa la marabunta socialista mantener a flote, en concordancia con los planes regresivos acordados en Sao Paulo y Puebla, un modelo sepultado bajo los escombros del muro de Berlín, aunque para ello deban condenar a la inopia a una mitad del país y aventar de él a la otra mitad.
La historia de Venezuela, a juicio de los cuentacuentos chavistas, debe ser contada en función de una épica capaz de cimentar la identidad nacional sobre la base de una solución de continuidad entre la gesta emancipadora y la revolución bonita; sin embargo, para fortuna de quienes no comemos cobas ni nos conformamos con fábulas forjadas en la fragua del engaño, salpicadas de fidelidades, traiciones, hazañas heroicas de cuestionable verosimilitud y el patriotismo como coartada o justificación de crímenes de lesa humanidad —el patriotismo, sostuvo el muy citado y escasamente leído Dr. Johnson, es el último refugio de los canallas— las ciencias sociales se abocan a investigaciones serias y las vierten en esclarecedores ensayos acerca del acontecer humano, a través de las cuales se le ven la costuras a las narrativas bolivarianas y los enfoques que postulan tal devenir como producto del enfrentamiento de contrarios: burguesía y proletariado, capitalismo y socialismo o, más esquemáticamente, izquierda y derecha.
En un lúcido artículo publicado en El País —»El mundo y sus miedos están revolucionando el lenguaje de la política»—, Juan Arias, ex responsable del suplemento cultural Babelia y, actualmente, corresponsal en Brasil, sostiene: «Hoy la gran batalla mundial se da entre el autoritarismo y el respeto a la libertad de expresión y a la cultura. Entre el canibalismo político que se nutre de corrupciones y privilegios vergonzosos, sean en la derecha o en la izquierda, y los valores de la democracia, cada día más amenazada por las viejas nostalgias nazifascistas». Sí, el mundo se debate, en resumidas cuentas, entre democracia y autoritarismo. Lo importante, desde luego, no es competir sino ganar.
Con la ejemplar penalización de los caballitos de Troya y una recomposición de la plataforma unitaria, la oposición adecentada y moralmente autorizada podrá conseguir la salida de Maduro y echar a la basura el socialismo del siglo XXI. Entonces, el disfrute de Bach y Monteverdi será pleno. Y con esta me despido hasta el año próximo. Me disculpo por los desaguisados perpetrados a lo largo de 2018. Abogar por una Navidad sin presos políticos sería pedir peras al olmo, y los augurios y parabienes correspondientes a 2020 están implícitos en el hasta luego.
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