El gran éxito del socialismo del siglo XXI en su camino al estado comunal, y por ende al establecimiento de la autocracia, ha sido la destrucción del tejido social de nuestra Venezuela. Una tarea minuciosa, constante, tenaz y de elevado costo material y humano, adelantada en casi un siglo, ha sido cuasi demolida por la barbarie roja. Destruir es una tarea relativamente fácil y rápida. Construir toma tiempo y recursos persistentes.
Lo cierto es que la vocación totalitaria del modelo castrista importado por Chávez y Maduro los impulsó a demoler las organizaciones de la sociedad civil. Las primeras instituciones en recibir la carga política, financiera, institucional y judicial fueron los partidos políticos. La partidofobia existente a finales del siglo XX le permitió a Hugo Chávez lanzar su campaña de satanización contra los partidos históricos, y establecer la norma constitucional prohibiendo su financiamiento público. De esa forma colocó un cerco de acero a la actividad y desarrollo de estas instituciones fundamentales en una democracia.
El cerco económico fue dirigido a todas las organizaciones de la sociedad civil no controladas por la nueva cúpula gobernante. Partidos políticos, sindicatos, federaciones y confederaciones, gremios, la Iglesia católica, las universidades y un sin fin de ONG, fueron privadas de los aportes financieros otorgados por el Estado democrático para su funcionamiento.
No conforme con ello se lanzó una política de control o de paralelismo social. Es decir, se buscó tomar varias de esas instituciones con agentes políticos de la revolución. En algunos casos se impulsó la creación de organizaciones paralelas. En otros se trabajó para captar personas de su propio seno para convertirlos en aliados de la revolución. Más recientemente se ha desarrollando una acción institucional, mediante medidas administrativas y legales, destinadas a limitar la creación de nuevas organizaciones no gubernamentales y a limitar, hasta llegar a la criminalización, el financiamiento internacional a diversas organizaciones de la sociedad civil que hacen vida en nuestro país.
Esa larga, sostenida y compleja acción destinada a la dominación y al control político ha terminado por debilitar y destruir buena parte del tejido social, representado por lo que hemos conocido como organizaciones intermedias de la sociedad. No hay duda de que las más afectadas son los partidos políticos. A las graves desviaciones existentes en una parte significativa de la dirigencia política, se suma la perversa mano corruptora del régimen, todo lo cual ha traído como resultado un vaciamiento de la confianza a estas organizaciones de la sociedad democrática.
El colapso de los partidos, su falta de representatividad, la elevada desconfianza ciudadana y la fragmentación existente hacen que sus decisiones, por muy lógicas o justas que sean, siempre están bajo sospecha. Los partidos no están en capacidad, entonces, en estos tiempos, de ejercer la representación ciudadana y por ende cumplir con su trabajo de intermediación entre el estado y la sociedad.
Al ambiente contaminado presente en Venezuela para la existencia y funcionamiento de los partidos políticos se agrega una nueva realidad de las sociedades posmodernas, impactadas profundamente por las nuevas tecnologías de la información. Vivimos un mundo informado en tiempo real, en muchos casos sometidos a la volatilidad de la comunicación contemporánea y por ende poco disponible y dispuesto a profundizar en estudios históricos o filosóficos respecto de la vida de la sociedad donde hacen su vida.
La democracia digital es una realidad que está, en estos tiempos, impactando el comportamiento político, restándole a la institución partido político parte del protagonismo que durante el siglo pasado tuvo. Esa realidad le otorga al ciudadano una responsabilidad adicional, permitiéndole acceder a información abundante, diversa y contrapuesta relativa a todos los aspectos de la vida, y por lo tanto a su comprensión de la vida política.
El cuadro descrito de destrucción del tejido social, de colapso de los partidos políticos y de la penetrante acción de la comunicación digital, obliga a un replanteamiento de las relaciones sociales tendientes a construir la gobernanza de nuestra sociedad, terriblemente afectada por el autoritarismo dominante.
Rescatar la democracia en el Chile de Pinochet fue posible gracias a una concertación de los partidos por la democracia. Era un tiempo y una sociedad que tenía partidos robustos y representativos, merecedores y receptores de la confianza ciudadana. En la Venezuela de estos tiempos, un acuerdo de partidos o de lo que de ellos queda, no es suficiente. Es necesario que se logre, pero ese acuerdo no es capaz por sí solo de generar la confianza necesaria a los fines de movilizar a la ciudadanía a la tarea de derrotar política y electoralmente al régimen madurista.
Por eso sostengo que lo que está planteando en Venezuela es una concertación ciudadana, vale decir un gran acuerdo de los venezolanos reasumiendo su condición de ciudadanos, tomando el compromiso de ordenar y unificar lo que la dirigencia no ha podido lograr. Necesitamos un re politización de nuestros compatriotas. Y cuando hablo de re politizar al venezolano me estoy refiriendo a la gran tarea de sacarlo de su legítima indignación, de su ensimismamiento y de su aparente desinterés por lo público.
No se trata de invitarlo a formar parte de un determinado partido político. Es sacudirlo en su conciencia para que asuma su rol soberano, participativo, dando un paso al frente para que se involucre en la definición del camino, por el que vamos a transitar para la reconquista de la democracia y la reconstrucción del país.
Se trata de una nueva concertación, un nuevo acuerdo. Esta vez no formulado en las direcciones políticas, sino surgido desde las bases del pueblo, que hecho ciudadano se convierte en actor fundamental de nuestro proceso político. De ahí la importancia de abrir cauces a una consulta democrática amplia, inclusiva y transparente.
El comunicado presentado al país el 7 de julio por Creemos Alianza Ciudadana, plataforma plural de ONG a la que concurren más de 200 organizaciones, bajo el patrocinio de la Universidad Católica Andres Bello de Caracas, ofrece una oportunidad valiosa para darle curso a esa búsqueda de la concertación ciudadana.
Promovamos todos esa repolitización del venezolano, convoquémoslos a definir la alternativa democrática, dejemos en sus manos nuestro desafío como sociedad democrática. De esa manera lograremos la unión, la voluntad y el entusiasmo de una nación que ansiosa quiere un cambio en la conducción del país.
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