OPINIÓN

Conceptos zombis

por Ender Arenas Ender Arenas

Corro el riesgo de presentar hoy una especie de debate que a estas alturas de nuestra crisis humanitaria puede resultar fuera de lugar. Después de todo, los venezolanos hoy no están discutiendo sobre disquisiciones de teoría política, sino de cosas que le están afectando su vida de todos los días: hiperinflación, escasez de gasolina, quiebra de todos los servicios públicos (transporte, aseo, agua y la reina de todos nuestros sufrimientos: la crisis en el sector eléctrico), pero también: inseguridad personal y alimentaria, crisis del sistema de justicia y corrupción, por nombrar las más vividas por la gente.

Estoy seguro de que 90% de la gente dirá: “Qué carajo me importa a mí lo que está detrás de todo lo que nos pasa, si no tengo posibilidad de enderezar la vida”. Pero ojo, lo que nos pasa y seguramente nos pasará tiene mucho que ver con las concepciones que mueven las propuestas que están sobre la mesa, y que luchan por imponerse como la propuestas dominantes en la construcción y reconstrucción de lo que nos va quedando de país.

Los venezolanos tuvimos mucho tiempo librado de las clásicas dictaduras que el resto de América Latina vivía. En esos países (Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia, principalmente) que  sufrieron dictaduras, cuya represión produjo un gran derramamiento de sangre, desde la década de los setenta y casi todo los ochenta, obligó a los  revolucionarios de entonces a una profunda reflexión de las tareas que los gobiernos de facto imponían.

La reflexión que se hizo entonces pasaba por el desplazamiento de los viejos conceptos que habían articulado su discurso y sus propuestas programáticas. De esta manera, el concepto de clase y de sujeto revolucionario, caro en su paradigma, fue desplazado por el concepto de actor, el concepto de Estado, en su versión instrumental heredada del marxismo- leninismo, fue desplazado por el concepto de política y el concepto de revolución fue desplazado por el concepto de democracia.

De esta manera, desde finales de los setenta, el concepto de democracia se asume como el tema central de todo proyecto político en el continente. Estos cambios en la trama discursiva de la izquierda se inserta en el debate que se suscita dentro de la experiencia sufrida en las dictaduras realmente existentes, profundamente represivas y que cancela todo tipo de libertades para el ejercicio de la política por los sectores que se le oponían.

Además, a finales de los ochenta se producen los cambios históricos que han causado el mayor desconcierto político, y sobre todo teórico: la caída del socialismo real y con él la crisis de “los grandes relatos”.

Actor, política y democracia fueron los temas que articuló el debate en este continente durante dos décadas. Venezuela fue la más rara excepción. La llegada de Chávez al poder nos retrotrajo a los viejos conceptos que habían perdido centralidad en el debate latinoamericano. Así, mientras en Chile, por ejemplo, se discutía sobre la democracia, en Venezuela volvía asomar la revolución, el Estado y la clase travestida de pueblo como ejes de la política chavista, es decir, con el chavismo se hicieron dominantes conceptos, categorías y visiones del mundo que ya eran conceptos, categorías y visiones del mundo que ya estaban muertas, pero que “los intelectuales” del chavismo no lo sabían y aún no lo saben.

Conceptos de naturaleza zombis en el resto del continente, pero en Venezuela adquirieron una vitalidad metafísica.

De esta manera, la democracia representativa que orientó la política venezolana contra los autoritarismos de izquierda y de derecha cedió paso, de nuevo, a una vuelta al populismo autoritario, autodenominado ahora por el chavismo «socialismo del siglo XXI».

El chavismo implementa esta estrategia de naturaleza ofensiva que desmantela a la democracia representativa y que se vende como “democracia participativa y protagónica” ha terminado por desarrollar perversos hábitos clientelistas (peticionismo) que ha asfixiado la cultura ciudadana, reduciendo al ciudadano a mera “masa beneficiaria”

Y ese ha sido el paradigma dominante y el causante de la crisis que hoy vivimos. Frente a él, más allá de las urgencias que los venezolanos tienen, se enfrentan dos propuestas anticrisis: una que plantea al mercado como código de orden, presente en la argumentación que esboza María Corina Machado y que en el fondo significa darle paso a una “democracia de consumidores”, fundamentalmente; y otra, la de Guaidó, próxima a un modelo socialdemócrata, retorna a un compromiso democrático entre los actores sociales y políticos y sus representaciones formales, lo que daría paso a una democracia de ciudadanos, con un peso importante del mercado, pero también del Estado, aunque lejos de cualquier atisbo de expresión nacional populista.

Así que la discusión en Venezuela, hoy, se centra en esos tres paradigmas: el populismo autoritario del chavismo que interpela autoritariamente al sujeto “pueblo”; el modelo liberal encabezado por María Corina Machado que interpela el sujeto “consumidor”, aunque subraye el concepto de libertades ciudadanas; y el modelo socialdemócrata de Guaidó que invoca al sujeto «ciudadano».

Los venezolanos seguiremos discutiendo acerca de que la comida está cara; que la falta de gasolina es una cosa obscena en un país petrolero; que  la inseguridad nos amenaza a todos  y un sinfín de males que nos agobian, pero el futuro del país se inscribe en uno de esos tres paradigmas….