En estos últimos días del año los venezolanos no tienen cabeza para pensar en otra cosa que no sea la crisis económica indetenible que sigue pulverizando el ya insignificante valor de la moneda nacional. Pareciera que esta temporada solo tienen derecho a disfrutar de las festividades los más pudientes, pues una cosa es segura: la Navidad no se decreta.
El dólar oficial es el nuevo verdugo lanzado contra los salarios de hambre y pensiones miserables que siguen percibiendo los trabajadores y jubilados del país.
La situación ha hecho imposible la adquisición de la canasta básica y tratamientos para atender enfermedades crónicas. Ni hablar de adquirir seguros de salud. El Estado se los arrebató, aun cuando eran derechos adquiridos, logrados en sus eternas luchas.
El Estado ha reafirmado su indolencia, el desprecio que muestra por los más necesitados, por el soberano que tanto decía amar. Una política pública que ha llevado a más de 7 millones de venezolanos a abandonar el país en busca de seguridad social y una mejor calidad de vida. Ni siquiera han defendido a nuestros migrantes de los maltratos, de los actos de xenofobia, de las deportaciones, tampoco han fijado posición con respecto a los que han perdido la vida en los países receptores.
Estamos en presencia de un Estado intoxicado de poder que aún quiere más, sin importarle quién come y quién no come .
Con respecto al superpresupuesto aprobado la semana pasada por la Asamblea Nacional, me atrevería a afirmar que nada será utilizado para resolver el problema de los servicios básicos, la situación crítica del sistema hospitalario y menos el bienestar social para todos los venezolanos. Lo del Parlamento es una oferta engañosa tanto para los electores como para toda la sociedad.
Para finalizar, quiero insistir en un decreto ley de amnistía para liberar a los presos políticos porque los procesos judiciales aplicados por el sistema de justicia violaron el debido proceso.