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La política antiinflacionaria de Maduro descansa en dos elementos, el anclaje cambiario y la represión monetaria. Ninguno de los dos tiene efectividad ni sentido en la Venezuela devastada de hoy.
Como anclaje cambiario se entiende la estabilización del precio en bolívares de la divisa. Al evitar que suba, los precios de los bienes, equipos e insumos importados tampoco suben. Como la cotización del dólar es un referente muy visible, su estabilización genera expectativas de que no variarán los precios domésticos; estarían “anclados” al dólar. Su efectividad depende de tener las divisas que permitan satisfacer su demanda, así como medidas de política que generen confianza a lo interno para disuadir la búsqueda de refugio de los residentes en la compra de dólares (o de otra divisa).
En ambos aspectos, el régimen de Maduro está «ponchao». Su gestión destruyó a Pdvsa, generador casi único de divisas en Venezuela; se declaró en default (incapacidad de pago) del servicio de la deuda pública, aislando al país de los mercados internacionales de crédito; e incurrió en políticas represivas y corruptelas que llevaron a la imposición de sanciones por parte de Estados Unidos. que lo han cercado financieramente. Por otro lado, las reservas internacionales están en su mínimo histórico y el país enfrenta numerosos litigios de empresas extranjeras que procuran resarcir pérdidas por confiscación, incumplimiento de contrato y otros perjuicios causados por el Estado venezolano.
No sorprende, por tanto, que la licencia 41 de la OFAC, que autoriza a la empresa Chevron a vender petróleo venezolano de su producción –condicionado a que se convocara elecciones creíbles el año pasado–, aliviase a Maduro. El ingreso adicional de dólares hizo que su precio en el mercado paralelo subiese apenas 11,6% durante los primeros siete meses del año pasado. La inflación (anualizada) se redujo desde 131% en enero de 2024 (registros del Observatorio Venezolano de Finanzas, OVF), a 53% en agosto. Pero Maduro, lejos de cumplir con la realización de comicios limpios, cometió un fraude descarado, robándose el resultado de las elecciones del 28J a pesar de que las actas oficiales registraban el triunfo claro de Edmundo González Urrutia, por una proporción de 67% a 30%.
La mayor incertidumbre que provocó la usurpación de la presidencia por parte de Maduro impulsó la huida hacia el dólar. Desde julio del año pasado, se ha encarecido en más de 85% en el mercado paralelo y su cotización oficial (BCV) se ha incrementado en 76%. Ello alimentó la inflación, que subió a 117% (anualizado) a finales de febrero 2025 (OVF). La eliminación de la licencia a Chevron y a otras empresas, ante la precariedad de otras fuentes de divisas, el marco de ilegitimidad y de ausencia de garantías habrá de materializarse, irremediablemente, en mayor inflación.
En conclusión, Maduro, al destruir Pdvsa y violar de manera persistente y grosera el ordenamiento constitucional del país, vacía de efectividad su política de anclaje cambiario: No cuenta con las divisas para ello y su golpe de Estado acelera la huida hacia el dólar. Por tanto, alimenta la inflación.
El segundo elemento de la política antiinflacionaria, la represión de las variables monetarias se explica con la teoría cuantitativa del dinero. Ésta sostiene que el nivel de precios es directamente proporcional a la masa monetaria (y a la velocidad de circulación del dinero) e inversamente proporcional al monto de transacciones efectuadas en un período determinado, que podemos simplificar como PIB (el valor de las actividades económicas de un año). La inflación supone un desequilibrio entre demanda y oferta –muchos medios de pago detrás de un monto comparativamente menor de bienes—provoca que el mercado se ajuste (equilibre la oferta con la demanda) vía alza de precios.
Conforme a estos preceptos, unos asesores, al parecer, ecuatorianos, le recomendaron a Maduro contener la masa monetaria achicando el gasto público real y reduciendo la actividad crediticia de la banca para constreñir, así, la demanda que representa el poder de compra del público (liquidez). Pero esta demanda ya se encontraba drásticamente mermada, dada la guerra económica que libraba Maduro en contra de los venezolanos. Y la destrucción de la base impositiva, junto al cierre del crédito externo, no ha permitido prescindir del financiamiento inorgánico para cubrir los déficits del fisco y de PdVSA. Además, este “remedio” recoge sólo un componente de la ecuación, los medios de pago que inflan la demanda, ignorando la oferta de bienes y servicios. El equilibrio es forzado, en Venezuela, a niveles espantosos de desocupación de factores productivos. En absoluto, responde a la problemática actual de nuestra economía y se traduce en un altísimo costo social de desempleo y bajos salarios.
Maduro destruyó la economía venezolana llevándola a tener, hoy, una cuarta parte del tamaño que tenía cuando asumió el poder. Por tanto, el desempleo de factores productivos es descomunal. Lamentablemente, buena parte de la oferta de trabajo se ha visto obligada a migrar y muchas instalaciones y equipos se han estropeado. Aun así, con estímulos apropiados, en un marco de política que inspire confianza, la economía conserva un amplio margen de respuesta, de posibilidades de crecer, en un corto plazo. Buena parte de la emigración regresaría, además, en tales condiciones.
Claro, una fuerte reactivación de la economía sólo ocurriría con una importante inyección de recursos externos, lo que implicaría necesariamente la reestructuración de la cuantiosa deuda pública externa, con sus respectivos “quites”, refinanciamientos y dinero fresco. Proveería los recursos con los cuales adelantar el saneamiento de las cuentas públicas y las reformas que requiere el Estado para poder cubrir eventuales brechas fiscales sin recurrir al financiamiento monetario. Pero ello será imposible sin las garantías y la estabilidad de un ordenamiento institucional que inspire confianza. La gestión del núcleo fascista encabezado por Maduro, con su atropello reiterado al Estado de derecho y su violación continua de derechos fundamentales, se encuentra en las antípodas de tales requisitos.
¿Y qué pasaría con la inflación, ante tan significativo influjo de dinero? No es menester ser doctor en esta disciplina para entender que el incremento de la actividad económica se traduce en una mayor cantidad de compras y de ventas, la contratación adicional de mano de obra, la subcontratación de servicios, de proveedores, y un aumento de las inversiones y de las operaciones de crédito. Es decir, incrementa el extremo opuesto de la ecuación monetaria, el de las transacciones. Su número mayor absorbe una cantidad también mayor de medios de pago, evitando que presionen los precios al alza.
Pero, además, la inflación actual en Venezuela no se debe a un exceso de medios de pago, sino a la velocidad con que los venezolanos nos desprendemos de los bolívares comprando los bienes básicos a nuestro alcance antes de que suban de precio o cambiándolos por dólares para preservar su poder de compra. Nadie ahorra en bolívares. Pero una economía reactivada sobre bases sólidas crearía confianza. Algunos tratarían de aprovechar las oportunidades inherentes a una mayor cantidad de transacciones, otros ahorrarían para invertir y/o enfrentar eventuales emergencias o reparaciones, y la compra de dólares ya no sería imperativa. O sea, disminuiría la velocidad de circulación del dinero y, con ello, las presiones alcistas sobre los precios domésticos y el dólar. Repercutiría, además, en la generación de empleo cada vez mejor remunerado, y una mayor capacidad de exportar y de importar. Se generaría una base impositiva más robusta que, junto al restablecimiento del crédito externo, fortalecería los ingresos públicos. Desaparecería el financiamiento inorgánico del fisco, inflacionario.
En conclusión, es posible derrotar la inflación con un ajuste expansivo que genere confianza, provea oportunidades de empleo mejor remunerado y crea las condiciones para un generoso financiamiento externo. Lo que no es posible es que esto lo pueda hacer Maduro y su oligarquía cómplice, comprometidos con la expoliación de Venezuela, a la que hicimos referencia en un artículo anterior (https://bitlysdowssl-aws.com/opinion/los-premios-nobel-de-economia-y-la-salida-de-chevron). Este saqueo prospera en ausencia de garantías, de transparencia y de rendición de cuentas, y con el ejercicio de un estado de terror que aplasta la protesta. Es el camino escogido por Maduro y sus cómplices, con más de mil presos políticos, muchos sin garantías procesales, algunos torturados y otros simplemente desaparecidos. Y ésta es la única respuesta de “política” que le queda, luego del bochornoso golpe de Estado que cometió contra la voluntad popular expresada el 28 de julio de 2024. Asegura su aislamiento de la comunidad democrática de los circuitos financieros globales.
Con Maduro Venezuela y los venezolanos seguiremos perdiendo, como viene ocurriendo desde que asumió la presidencia en 2013. Sus políticas antiinflacionarias habrán de fracasar, irremediablemente, ante la inestabilidad y la ausencia de garantías inherentes a su gestión forajida. Pero seguirá forzando la contracción económica con medidas neoliberales como solución, disminuyendo los salarios reales, restringiendo el crédito e impidiendo recuperar los servicios públicos. Y ahora, sin mostrar propósito de enmienda alguno, tiene la cachaza de llamar a nuevos inversores internacionales que reemplacen a Chevron y anunciar, cínicamente, el pago de un bono contra la guerra económica que él mismo viene librando contra la población.
La salida a la espantosa crisis que ha provocado el dominio fascista del país no ocurrirá sin los cambios que permitan rescatar el orden constitucional, con sus garantías y seguridades, que redunden en la reposición de la confianza requerida para que los venezolanos demos lo mejor para la reconstrucción de nuestra patria. Para eso contamos con Edmundo González Urrutia, presidente electo de Venezuela en los comicios del 28J de 2024 y reconocido como tal por muchos factores importantes del mundo democrático. Lo respalda, además, el valeroso, inteligente y decidido liderazgo de María Corina Machado y su equipo, con un contingente valioso de compatriotas, dentro y fuera del país, dispuestos a poner lo que está en sus posibilidades para adelantar los objetivos programáticos consensuados con los cuales superar definitivamente, sin vuelta atrás, la terrible situación actual.
Con Maduro, el gran perdedor, no hay futuro. No se entiende cómo, exceptuando a los traidores y aliados corruptos que expolian al país, los factores de poder –el grueso del cuerpo militar– que han venido sosteniendo a este bandidaje han tardado tanto en tomar medidas que aseguren el cumplimiento de la constitución: el traspaso de la magistratura presidencial a Edmundo González Urrutia, primer mandatario electo por mayoría aplastante de los votantes. Es su deber patrio.
En última instancia, como los mafiosos –sobre todo, Diosdado Cabello—se vienen jactando de que “ni por las buenas ni por las malas” se irán, ahí está la recompensa por 25 millones de dólares por entregar a Maduro a los órganos de justicia gringos. Igual que con el energúmeno del mazo. Como reza el dicho, “El que a hierro mata…”