Recuerdo de niño esta frase que uso para titular mi nota de hoy. Esas palabras me saltan al escuchar a Nicolast anunciar en el marco de su juramentación írrita como presidente: “Nos estamos preparando junto con Cuba y Nicaragua y junto con nuestros hermanos mayores del mundo para que si un día tenemos que tomar las armas y defender el derecho a la paz y la soberanía dar la batalla en la lucha armada y volver a ganarla. No somos líderes tibios, somos la revolución bolivariana”.
Me imagino que al hablar de hermanos mayores se refirió a China, Rusia e Irán. Doña Emilia Arévalo diría: ¡Es que no le tienen temor a Dios!
Comenzaré por la tierra de Sandino, y su experiencia en luchas internacionales. Hubo en 1957 la pomposa “Guerra de Morocón” –no cambien la primera o por a, ni la segunda por i– cuando Nicaragua se declaró en ofensiva contra Honduras. Todo empezó porque Somoza mandó 100 soldados de las tropas élites de la Guardia Nacional que ocuparon la aldea con dicho nombre. El gobierno de Honduras, también encabezado por militares, envió 75 soldados al mando del capitán Arnaldo Gómez Alas y del subteniente Efraín Sanabria Rubio, a recuperar el caserío. El 30 de abril de 1957, los soldados hondureños rodearon a los nicaragüenses y después de una breve refriega los hicieron salir en carrera.
En cuanto a los predios de Martí, es justo reconocer que la experiencia ha sido mayor. Los cubanos han estado participando en incontables ocasiones en conflictos armados por donde se les ha antojado, o convenido a la dictadura castrista. Los movimientos guerrilleros de los años sesenta del pasado siglo son buena muestra de ello. En Chile, con la asunción a la presidencia de Allende, comenzaron sus celebradas misiones de solidaridad y apoyo.
De ese país, salieron en 1973 como perro seguido de mapurite. Fueron los días cuando armaron un alboroto estruendoso por el incidente con su barco Playa Larga, que había zarpado sin autorización de Valparaíso y perseguido por navíos y aviones chilenos. La condena contra el ametrallamiento de esa embarcación fue unánime, y nunca quedó claro por qué había salido del puerto subrepticiamente, ni qué llevaba en sus bodegas.
Pocos años más tarde, en noviembre de 1975, el MPLA –Movimiento Popular de Liberación de Angola– solicitó apoyo al bachiller Castro Ruz, quien organizó la Operación Carlota, y envió, de entrada, a África cerca de 36.000 soldados, además de médicos, maestros e ingenieros. ¡Solidaridad antes que nada!
Lamento enfriarles la fiesta a las viudas y plañideros de Fidel. La investigadora María C. Werlau, dama de alto vuelo en el mundo financiero, no en balde fue vicepresidente del Chase Manhattan Bank, reveló que el gobierno cubano cobró de 1.000 a 2.000 dólares por cada soldado y oficial enviado al sur del continente africano. En esa nación los paisanos de Martí estuvieron 16 años, tiempo en el cual se calcula que cerca de 450.000 cubanos, entre soldados, médicos, maestros e ingenieros, estuvieron en dichas misiones.
La prensa revolucionaria siempre tronaba con el costo en vidas que había significado tan desprendidas labores. Las cifras oficiales hablan de 2.077 isleños los fallecidos. Pero, otras fuentes afirman que el número es mayor. Quiero destacar que Leonardo Padura, escritor marginado en su país, donde permanece pese a todo, pero aclamado en el mundo entero, asegura que la mayoría de las muertes de cubanos en Angola fue por causa de enfermedades o accidentes. Es decir, que el heroísmo de los combatientes antillanos tiene mucha tela que cortar.
En cuanto a su invasión en Venezuela, conocí de fuente privilegiada, en los días previos al bendito referéndum de 2004, cómo todos los cubanos de Barrio Adentro y demás misiones habían sido trasladados a Puerto Cabello, donde varios navíos estaban a la espera para embarcarlos y salir a todo vapor de vuelta a La Habana.
Todo esto son brevísimas pinceladas de lo que podría significar para el bigotudo trasnochado –¿usted le ha visto la cara últimamente?– las alianzas voceadas el día de la usurpación.
En cuanto a los hermanos mayores… Tal vez Nico se sintió Enrique IV de Francia. No creo que su ignorancia le permita saber quién fue, pero tal vez alguna vez oyó aquello de que “París bien vale una misa”, y en su delirio de emperador cree oírlos decir: “Caracas bien vale un zafarrancho con Trump”. Decía mi abuela: Deseos no empreñan.
Lo que debe hacer es cuidar el pescuezo, son 25 millones de dólares los que están ofreciendo por él. Sería bueno que alguien le recuerde la frase que achacan a Luis Felipe Llovera Páez diciéndole a Pérez Jiménez en las horas finales de su dictadura: Vámonos que pescuezo no retoña.
© Alfredo Cedeño
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