“- No llames por teléfono a Proyecto Hombre.
– ¿Por qué?
– Porque no se ponen”.
Vivimos tiempos distópicos. Vivimos en una realidad cambiante, que no evoluciona, sino que muta a una velocidad imposible de seguir hacia una involución, en realidad, en la que los principios se devalúan, en la que las convicciones se difuminan y en la que el slogan está por encima del empirismo, hasta el punto de querer hacernos ver lo blanco negro.
No sé si habrán leído 1984, de George Orwell. En ese 1984 imaginado por Orwell, entre 1947 y 1948, el Gran Hermano no solo adoctrina al pueblo, sino que además vigila el cumplimiento estricto de la doctrina dictada. Términos tales como la neolengua, la policía del pensamiento o el ministerio de la verdad, que Orwell imaginó para un 1984 que para él era un futuro lejano y para nosotros es un pasado lejanísimo, invaden, sin embargo, esta realidad de 2024, aportándonos a los que tenemos la suerte o la desgracia de haber llegado hasta aquí, la prueba irrefutable de que George Orwell no era un vidente, pero si un observador que logró discernir hacia donde iban las cosas. Simplemente, equivocó las fechas.
En esta España de la consigna, del lema, que hoy nos toca sobrevivir, la realidad ha pasado a un segundo plano, posiblemente porque la realidad es tan inasumible que tenemos que soslayarla para seguir adelante. En esta neodemocracia que nos ha impuesto la Nueva Normalidad, la mentira prevalece sobre la verdad, la prohibición sobre la libertad, la doctrina sobre el razonamiento, la censura sobre la información, abonando el terreno sobre el que crece, como una mala yerba, esta neolibertad que, día a día, nos va robando la verdadera libertad.
Ustedes quizá recordarán, como yo recuerdo, aquellos tiempos en los que se podían hacer chistes sobre negros, sobre gangosos, sobre mariquitas, sobre putas y, por qué no decirlo, sobre curas y monjas. Chistes que nos han hecho reír hasta las lágrimas y que han amenizado los viajes a la playa en el 127 sin aire acondicionado y con asientos de escay, de humoristas como Arévalo o Eugenio que eran compañeros de viaje de la mayoría de las familias españolas.
“– Oye, ¿tu mujer cuando hace el amor grita?
-¿Que si grita? La oigo desde el bar”. (Eugenio).
Ahora si cuentas un chiste de estos antes del tercer cubata, corres el riesgo de que hasta tus amigos te miren mal. Debe ser cosa de la neolibertad de expresión, una de las libertades básicas de nuestra neodemocracia.
“- En Brasil solo hay putas y futbolistas.
-Mi madre es de Brasil.
– y ¿en qué posición juega?”.
El problema es que esta censura, esta autocensura, está alcanzando todos los niveles de la creación y el arte, estandartes de la auténtica libertad hasta que la avalancha de doctrina nos ha sepultado aplastando la capacidad de discernir el contexto de las cosas. Eso sí, si el tema en cuestión camina por los senderos del progresismo, entonces no hay filtros, ni cortapisas aplicables.
“Me quito el pantalón, por el bóxer lo saco. Tengo un par de retos, me visto bien caco. Te gusta en la cama como te maltrato. Quieres que te lo meta a cada rato”. (“Esclava”. Bryant Myers).
Una vez repuestos de la estupefacción de que todavía no le hayan dado a este autor el Nobel de literatura, como a Bob Dylan, cabe decir que entre los jóvenes progresistas y feministas que pueblan nuestra pobre España, este tipo de composiciones no solo están aceptadas, sino que además gozan de una popularidad que realmente me hace dar gracias a Dios por tener hijos varones.
Sin embargo, estos jóvenes progresistas, feministas y pro LGTBI, estandarte de las libertades, se rompen la camisa, como Camarón, porque los Hombres G dicen “marica” en su canción “devuélveme a mi chica” y, por supuesto, se niegan a interpretar en Operación Triunfo la bellísima canción “Quédate en Madrid”, de Mecano, porque cometen la ofensa de decir “mariconez”.
Miren ustedes, las cosas por su nombre. Un negro es negro por su color de piel; no es un “hombre de color”, porque yo también soy un hombre de color, aunque de otro color. Un marica es un marica de toda la vida, y es más, en muchos casos a mucha honra, como debe ser, por más que ahora haya que llamarle gay, que no deja de ser otra cosa que un marica angloparlante. Y no hay que ofenderse por ello, mucho menos cuando se trata de humor o de arte, que son dos de las disciplinas que nos alegran la vida, que nos enriquecen, si somos capaces de quitarnos las orejeras y mirar más allá de la doctrina y lo políticamente correcto.
Entra Ábalos a una pizzería con dos chicas de los brazos y pide dos pizzas. El dependiente le pregunta – “¿familiares?”. A lo que Ábalos responde “No, son putas. Pero tienen hambre”.
No se tomen la vida tan en serio. Total, no saldrán vivos de ella.
@elvillano1970
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