Una de las primerísimas cuestiones planteadas hace unos 2.600 años por quienes en el Asia Menor comenzaron a filosofar fue el de la unidad de las cosas. ¿Es la multiplicidad de estas una simple ilusión, y si no, cómo puede conjugarse la diversidad? Una pregunta semejante se hacía respecto del movimiento de los seres. Las respuestas que entonces –y hasta hoy- se comenzaron a dar se repartieron entre enfatizar lo uno o lo múltiple, lo móvil o lo permanente. Aunque el pensamiento ha buscado siempre, en una u otra forma, disponer de algo firme compartido.
En 1979 tuvo lugar en Puebla (México) una reunión muy importante del Episcopado Latinoamericano: su Tercera Conferencia General. Pues bien, una cuestión que prioritariamente se planteó allí fue la de encontrar una categoría que, de modo explícito y sistemático, articulase todo lo doctrinal y práctico del mensaje cristiano y, consiguientemente, la misión y acción de la Iglesia en el mundo. Se convertiría, entonces, en hilo conductor del ser y quehacer de dicha Conferencia. Esta la precisó como comunión y la denominó “línea teológico-pastoral” (LTP). Ello constituyó un verdadero descubrimiento, pues hasta entonces no se había planteado formalmente una cuestión tal en la reflexión teológica y la acción pastoral de la Iglesia. No sobra decir que comunión es un término bíblico usado para designar la unión íntima intra-trinitaria y humano-divina (en la creación y la salvación) así como la fraternidad cristiana (ver 1 Jn 1, 3.7) y también una noción corriente en la Iglesia primitiva para designar la comunidad eclesial.
Una forma práctica de apreciar lo que es e implica la comunión como LTP es asumirla como respuesta a la pregunta ¿“Qué es”? respecto de las cuestiones básicas, doctrinales y prácticas cristianas, comenzando por la primera y fundamental: ¿Qué o quién es Dios? Pues bien, Dios es comunión, interrelación personal, Trinidad (Padre-Hijo-Espíritu Santo). Por cierto la Primera Carta de Juan da la siguiente definición: “Dios es amor (agápe)” (1Jn 4,8). Comunión y amor en realidad son sinónimos, términos intercambiables, si bien “amor” subraya el aspecto dinámico, generador, de la interrelación. La categoría comunión (amor) responde, por ende, a preguntas tales como el sentido del plan creador y salvador de Dios, el contenido del mandamiento máximo, el objetivo de la misión de la Iglesia y lo sustancial de la vida eterna. El Concilio Vaticano II definió significativamente a la Iglesia como signo e instrumento de unidad, de comunión, de los seres humanos con Dios y de los seres humanos entre sí (ver Lumen Gentium 1).
El Episcopado Venezolano al convocar el Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006) y buscando definir su LTP, asumió, prolongó y precisó (con gran fortuna) la elaborada por Puebla (comunión); brindó así a la Iglesia universal un consistente y muy generador aporte teórico y práctico, el cual espera de todos, por cierto, un correspondiente aprovechamiento. En efecto, la comunión como categoría interpretativa y valorativa mayor, favorece una comprensión y puesta en práctica verdaderamente armónicas del mensaje cristiano.
La comunión como categorización teológico-pastoral integradora tiene concretas aplicaciones con respecto al quehacer de la Iglesia en el mundo y, por tanto, de la misión de los laicos cristianos en el ámbito social. El documento 3 del Concilio Plenario se titula: “La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad”. Compromiso peculiar, específico, del laicado católico, ha de ser, pues, participar en la edificación de lo económico, lo político y lo ético-cultural en perspectiva de comunión, en la línea de los valores humanistas y cristianos del evangelio; hacia una convivencia libre, solidaria, fraterna, pacífica, de calidad espiritual. Y en relación amistosa con la naturaleza; así el papa Francisco en la encíclica Laudato Si´ llega a hablar analógicamente de una “comunión universal” (LS 220).
Coherentemente, si se tiende la mirada al ancho y vasto mundo considerado también desde el ángulo científico y filosófico, se podría hablar de comunión como de categoría “prima”, general, partiendo de la noción del ser humano como “ser-para-la-comunión” y de la “polis como tejido de comunión”. Lo cual rompe los estrechos muros tanto de un individualismo atomizante como de un colectivismo masificante.