Uno de los problemas de fondo que tenemos para enfrentar los desafíos del desarrollo sostenible, o del bienestar, con todo lo que ello significa en materias como la pobreza y el hambre, la contaminación o el calentamiento global, la pandemia y otros problemas de salud, es la concepción que tengamos de la especie humana en general, y de cada ser humano en particular.
Si consideramos que la humanidad es un conjunto de individuos que nacen, crecen, se multiplican y mueren, sin mayor valor que su poder adquisitivo, pues el comportamiento estará en consonancia con esa idea. Si consideramos que cada individuo es una persona humana poseedor de una dignidad que proviene de su propia naturaleza, porque que tiene conciencia de sí y de todo lo demás, entonces la conducta será otra.
Por los vientos que soplan, en los sectores que dominan la política y la economía mundial priva la primera acepción, llámese elector, pueblo o cliente. Si se constata que el mundo produce los alimentos para que no haya gente pasando hambre, si con unos centavos de dólar se pueden vacunar a todos los seres humanos contra el covid, y que solo eliminando los tres o cuatro consorcios que producen la mayor parte de la contaminación del mundo y de la comida chatarra se resuelven gran parte de estos problemas, y esto no se hace, ¿Qué clase de idea se cree que domina?
Digan lo que digan la Organización de las Naciones Unidas y sus organismos especializados, la Organización Mundial de la Salud, el Foro de Davos, las cumbres sobre el cambio climático y las otras cumbres, junto a la mayoría de los líderes, en el fondo y visto globalmente, el mundo se ha organizado de tal manera que, aun cuando se declara que somos una comunidad mundial, una comunidad de personas, pueblos y naciones, que somos la comunidad humana, la verdad es que somos individuos en una competencia por sobrevivir, cada quien como se pueda. Y el estímulo fundamental es la codicia, o el egoísmo como dice con auténtica sinceridad la teoría económica.
Sin embargo, por su propia naturaleza, el hombre no puede sobrevivir como un individuo, pues teniendo los conocimientos que tiene y todas las fortalezas que le da la inteligencia, el ser humano nace como el más débil de los seres vivos, que muere si no tiene por largo tiempo el apoyo de la madre, o no puede desplegar todo su potencial adecuadamente sin la presencia del padre, de la familia y de una comunidad local solidaria.
En ese espacio vital predomina el concepto de que cada individuo es una persona humana, que tiene dignidad y que se le quiere por haber nacido y formar parte de esa comunidad íntima. Todos allí se mueven por el amor al otro y a todos como totalidad. Se mueven por que se quieren, entonces se apoyan unos a otros, sin importar mucho cuánto cuesta esa ayuda, ni cuál es su sexo, sus creencias, ni siquiera su comportamiento. A veces se quiere más al que más dificultades tiene o crea.
Esa comunidad humana cercana genera seguridad y confianza porque responde a valores que no se tranzan en el mercado, ni son utilitarios, son valores superiores propios de la dignidad de la persona humana. Allí priva el cariño, el afecto, la solidaridad, el apoyo mutuo, los bienes compartidos. No priva la codicia, ni el lucro ni la competencia, aun cuando no son sociedades perfectas ni santas. Pero predominan los valores superiores que toda persona humana tiene.
Cuando la escala crece, esa comunidad se integra a otras y la sociedad se hace compleja, otros valores entran en juego. Sin embargo, las sociedades exitosas, mediante diversos mecanismos, hacen que esas virtudes, antes domésticas, se expandan y se hacen cívicas y la ciudad y la nación están impregnadas de ellas. Esas comunidades regionales y nacionales plasman en constituciones formales, en leyes y normas diversas, y en el despliegue de los “valores nacionales”, esas virtudes que nacen de la familia y el lugar, para que todos se sientan “en casa” cuando están su ciudad o en su país. Son países sensatos, libres y democráticos.
Pero la expansión vertiginosa de otros valores está causando males que parecen irreversibles al planeta y a los seres vivos que aquí moramos, y la confianza en la ciencia y la tecnología de posibilidades ilimitadas, se cuestionan no por su capacidad innovadora sino porque están movidos por los valores de la codicia que son la raíz del problema. Bienvenida la ciencia y la tecnología si es capaz de detener el deterioro, el hambre y la pobreza, de resolver los serios problemas de salud, de ayudar a crear conciencia en los liderazgos que se mueven por el poder y la ambición, pero que la propia ciencia les da las armas para imponerse.
La sociedad de la información está contribuyendo a expandir la conciencia sobre estos y otros temas, pero globalmente las personas se comportan como individuos, sujetos de consumo. El vínculo comunitario en la sociedad de redes globales y monopólicas se está perdiendo aceleradamente. La sociedad global se mueve más y más por los valores del consumo, el lucro, el poder y la codicia. Los gestos de solidad ya son noticias globales por la curiosidad que despiertan, pues si fueran lo común y corriente, ni noticias fueran.
Otro mundo es posible, si entendemos que somos personas humanas, sujetos de dignidad.