Las recientes limitaciones de movilidad internacional a causa del coronavirus han sacado a relucir el fenómeno social de que el narcotráfico es un medio económico que sirve de sostén para millones de personas; es el caso que incrementó en 60% las detenciones en aeropuertos a personas asociadas con tráfico internacional de drogas.
Es presumible que habiéndose prácticamente congelado el turismo, los viajeros por trabajo sean la gran mayoría, esto implica que quien transporta drogas entra en teoría como “trabajador” y por ende demanda cupo en aviones para visitas no recreativas; sin embargo, las labores de aeropuertos y los controles no han reducido su nivel, al contrario, a menor cantidad de pasajeros más fácil es controlar.
El negocio del narcotráfico no respeta limitaciones, mucho menos pandemias o paralización de países, es una transnacional en constante actividad y por ello los Estados amplifican día a día su persecución, por vía legislativa, tecnológica y a través de cuerpos de seguridad.
El tráfico ilícito de estupefacientes en el derecho venezolano se ha equiparado a un delito de lesa humanidad, se entiende como un ataque grave a la integridad física, mental y económica de un grupo indeterminado de personas (por eso es contra la salud pública, contra la colectividad); en la misma dirección, varios países han solicitado que sea incluido en el Estatuto de Roma de forma taxativa como un delito enjuiciable ante la Corte Penal Internacional.
En la cadena de víctimas de este flagelo social, además del consumidor encontramos a la figura de las mulas, personas que ven una oportunidad de mejoría en su economía familiar a costa no solo del riesgo de ser detenidos y terminar en la cárcel, sino lo que aún es peor, poniendo en riesgo sus vidas.
El trabajo de la mula es riesgo permanente, no es solo transportar sustancias ilícitas de un lugar a otro dentro de su equipaje, ropa o cuerpo, sino que hay riesgo de que sí llegan con éxito, quedan a merced de los grupos de delincuencia organizada. Pueden terminar siendo víctimas de trata, usados como esclavos modernos o sencillamente extorsionados con la integridad de familiares para que se mantengan dentro del negocio y corriendo cada vez más riesgo.
Sin duda, muchas de estas personas son manipuladas a todo nivel, no realizan los viajes a gusto, lo hacen movidos por amenazas o por extrema necesidad, es aquí cuando sumidos en un estado de desesperación y pobreza, las mafias ven la presa fácil que es capaz de asumir grandes riesgos y comprar casi cualquier promesa.
Los relatos son muy tristes, salvo excepciones, encontramos personas que intentan financiar una enfermedad de algún familiar, quienes dicen hacerlo para procurar meses de alimentación en su casa, otros que se sienten obligados a hacerlo porque sencillamente son pobres y buscan una oportunidad.
La mula, al igual que al consumidor, empiezan por creer que las drogas resolverán todos sus problemas, les proponen un camino supuestamente placentero y fácil, lleno de cuentos de hadas que muy pronto terminarán dejando rastros de familias rotas, familias desesperadas que no supieron evitar esta pesadilla.
Particularmente las mulas, al ser detenidas, su situación familiar empeora inmediatamente. Ya no pueden colaborar con nadie, ¡no saldrán de la pobreza! años más tarde, cuando sean liberados, algunos familiares ya no estarán en este mundo, sus hijos habrán crecido y serán cada dia más pobres y más difícil encontrar empleo. Esta es la situación verdaderamente dramática escondida tras las mulitas de aeropuerto.
Seamos conscientes de que el narcotráfico es considerado un negocio muy rentable, pero no para todos. No se toma en cuenta que los grupos más débiles de la distribución que son justamente las mulas, integran un sector especialmente vulnerable, piensan que cobran bien, pero no se les permiten llegar a ser adinerados para que no puedan desprenderse de la organización o sencillamente para que no se conviertan en obstáculos y lo más triste es que siempre son sustituibles en minutos.
Esto revela que aceptar este tipo de contratos solo encamina una inevitable condena en tiempo corto, será en el primero o en el tercer viaje pero el tiempo es implacable, la cita con el destino puede demorarse pero al final llegará y perderá valor toda justificación que motivó la decisión. Los errores se pagan y algunos más caros que otros, pero con el narcotráfico no hay forma de que sean leves.
Siendo la dignidad humana el motor de los derechos humanos, la lucha contra el narcotráfico debe empezar por la colaboración de todos, no solo de los gobiernos pese a que tienen la principal obligación, también implica a la sociedad que desempeña un papel importante. Cada uno de nosotros debe contribuir, en su área de habilidad o experticia, los cuerpos de seguridad tras las organizaciones, los médicos con los adictos, los criminólogos vamos a las causas, cada uno en lo suyo pero todos juntos, todos tenemos el imperativo de luchar contra un problema de difícil erradicación pero no imposible.
Es lógico decir, que el hecho de cuidar su propia salud no es legalmente una obligación sino una facultad, por contrario perjudicarla a mi pesar también es un derecho, las drogas, sin dudas, son un camino eutanásico muy efectivo (involuntario generalmente), pero esto no implica legalizarla, no niego que la violencia asociada a las drogas es justamente porque es ilegal; sin embargo, el problema de salud pública seguirá siendo tal con o sin legislaciones severas, por lo cual debemos enfrentarlo como un fenómeno social y familiar, uno tan grave que ha cobrado más vidas que covid-19, por eso la carrera por detenerla es un compromiso social tanto gobiernos como para los ciudadanos.
@salvadorpr
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