Crecí leyendo las páginas de El Nacional, como un niño cinéfilo de Caracas. Una rutina semanal era buscar la columna de cine, para leer los comentarios de los críticos y columnistas del periódico, entre los ochenta, noventa y principios del siglo XXI.
Los articulistas y reporteros publicaban análisis pormenorizados, reseñas y desmontajes acuciosos de los filmes del momento, de los estrenos y de los clásicos oportunos, sin censura o presión alguna.
Descubrí un estilo preciso en la información, afilado en la opinión, siempre libre e independiente en la expresión.
Pronto, la emoción lectora de juventud devino en un primer sueño de poder colaborar para el medio fundado por Miguel Otero Silva.
En aquel entonces no tenía claro cómo lograría la meta, pero un mapa de vida ya había sido trazado en el horizonte, bajo la inspiración de Rodolfo Izaguirre, Juan Nuño, Alfonso Molina, Gonzalo Jiménez y Juan Antonio González, algunas de las mejores plumas contenidas en los cuerpos de cultura y entretenimiento del diario.
A la postre comprendí la apertura de la empresa para las voces emergentes, siempre y cuando existiera la vocación del trabajo, la investigación y el estudio.
Antes de obtener el título de comunicador social, conseguí debutar, con unos modestos ensayos, en la sección de Nuevas Firmas, un espacio dedicado a difundir la incipiente obra de futuros redactores del patio criollo.
De paso ahí recibimos el estímulo de competir por un prestigioso premio, concedido anualmente. Lo ganaron, con justicia, compañeros y colegas de la generación de relevo, dejando en alto el listón de la contienda, la importancia de refrescar el paisaje de la reflexión, el sentido de integrar a los talentos alternativos.
Posteriormente tuve la fortuna de cursar la maestría de Periodismo Avanzado en la sede de Los Cortijos, absorbiendo las lecciones y orientaciones de Pablo Antillano, Elías Pino Iturrieta, Tomás Straka, Milagros Socorro, Marcelino Bisbal y Marianela Balbi, miembros de un line up de cuarto bate que nos enseñaron a depurar nuestros recursos expresivos.
Finalmente, Hilda Lugo Conde me dio la oportunidad de conducir la columna de cine de El Nacional, desde el año 2012.
Gracias a ella, a su invitación, a su mística y a su ojo clínico para la edición, asumí la enorme responsabilidad de interpretar y evaluar los contenidos de la cartelera en la versión impresa.
A la iniciativa le pusimos el nombre de “La ventana indiscreta” en un guiño a la película del maestro del suspenso.
Los tiempos de dictadura cortaron las fuentes de papel, generando una clima de incertidumbre en Venezuela y la necesidad de adaptarse a los cambios de la esfera digital.
Así hemos llegado a la era de la cuarentena, con los mismos principios y las esperanzas sembradas en la reconstrucción del país.
La semana pasada me hizo una gran ilusión publicar la crítica número 400 en El Nacional, sobre la cinta “Resistencia” de Jonathan Jackubowicz, la cual disfrutamos por internet, a pesar de los serios problemas de conectividad.
El esfuerzo se justificó en brindarnos un motivo para pensarnos y unirnos a la distancia.
Mucha gente buena estuvo conmigo, a lo largo del recorrido detallado.
Los amigos de El Nacional, en primer lugar, los creadores y “prosumidores” del mensaje compartido.
De igual manera, cabe reconocer el mérito a los productores, los directores, los distribuidores y los exhibidores, al margen de cualquier diferencia puntual acerca de un contenido en específico.
Ellos ofrecieron la materia prima indispensable para proponerles un diálogo en forma de revisión y tejido de red. Apreciamos las conexiones, somos tolerantes con las divergencias de enfoque.
Por último, el guion personal se labró secretamente en una continua y enriquecedora influencia de la familia, de mis padres, de mi hermana Tulia, de mi pareja Malena Ferrer, de mis estudiantes y hasta de quienes se empeñaron en desalentarme con diversas imposturas de inquisidores trasnochados.
Conviene limpiar las energías negativas, de hipócritas y celosos de ocasión, quedándose con los recuerdos y los consejos positivos de los auténticos mentores.
La metodología es la siguiente. Por lo general, proceso una película o varias en cuestión de un día, a veces de una semana. Escribo el lunes el artículo durante la mañana. Lo corrijo el martes, le coloco el título y se lo mando el miércoles a la redacción, para ser publicado el día viernes.
El ciclo se repite con ligeras variantes, convirtiéndose en un verdadero incentivo y ejercicio de la actividad intelectual.
Esta humilde columna me sacó de bajones terribles, de depresiones indescriptibles, de vacíos existenciales y de abismos creativos.
Implica un compromiso de actualizarse, de no conformarse, de interrogar y cuestionar la realidad, de intentar recuperar la inocencia de la mirada.
Supone elaborar la belleza, destacar la magia, acompañar la aventura, disentir ante las inclinaciones mediocres, refutar al simplismo y la frivolidad.
Es un placer no culposo, una catarsis y una terapia colectiva.
Si la vida y el destino lo permiten, aquí volveré con ustedes para narrar las próximas tendencias del séptimo arte.