En contraste con el sempiterno y habilísimo despotismo oriental, el mundo occidental ensaya una pretendida transformación antropológica que va más allá de la convencional superación del orden social y económico, corrompido cada vez más el lenguaje político en el marco de una deliberada estrategia de confusión. Hipótesis ésta, actualizada por el dramático y sonoro proceso político experimentado por los europeos, y, si se quiere, imperceptible entre los latinoamericanos, en claro desafío a los más conocidos teóricos que versan sobre la derecha, la izquierda y el centro, dificultada la interpretación de lo acontecido y de lo que está por acontecer en Francia y España; ineludible, el caso venezolano constituye un magnífico laboratorio que sigue trajinando el siglo a pesar de sus trágicos costos.
Discurso topográfico mediante, hoy, la izquierda levanta banderas de derecha, y la derecha alza las de izquierda con absoluta impunidad, y, rebarajadas constantemente, una y otra se acusan mutuamente de extremistas, ahorcando al centro: groseramente simplificadas las posiciones, perdida la pluralidad, no admiten matiz alguno en la correlación de las fuerzas que inexorablemente conforman el escenario público. Absurda polarización, unos pactan con el invasivo fundamentalismo religioso al mismo tiempo que el género atraviesa fronteras indecibles y contranaturales, mientras que, otros, caen en la tentación de un nacionalismo contaminado de aquel viejo e intolerable racismo.
A falta de términos precisos y convincentes, apelamos a la cómoda referencia topográfica, aunque – entre otros autores – el italiano Norberto Bobbio hizo un notable esfuerzo de sistematización apuntando a los valores de la libertad e igualdad, advirtiendo que la díada ha perdido la originalidad que alguna vez ostentó, gracias a las luchas, o, mejor, reyertas políticas. Añadiendo al meritorio mexicano Octavio Rodríguez que, valga observar, no oculta su compromiso ideológico, podemos concluir, inventando el agua tibia, que son y serán de izquierda y derecha los que se tengan por tales. Sin embargo, resulta indispensable reivindicar el centro, la honestísima aproximación de posturas, el apuntalamiento del consenso, la búsqueda de las coincidencias, la justísima reconciliación de posiciones, pero también es necesario desconfiar de los radicales del centro mismo que, en nuestro país, han dictado cátedra de oportunismo, doblez y complacencia frente al régimen, incapaces por siempre de protestarlo con el vigor y la vehemencia necesaria.
Por estas latitudes, hubo experiencias y aportes importantes que muy bien lo ejemplificamos con una polémica, entre muchas de las sostenidas con intensidad desde principios de los sesenta del veinte: los textos de Arturo Uslar Pietri (“¿Somos, o no, un país petrolero?”, El Nacional, Caracas: 30/03/1960) y Juan Nuño (“La voz de su amo: No somos un país petrolero”, Crítica Contemporánea, Caracas, N° 1 de mayo-junio/60) [https://apuntaje.blogspot.com/2024/07/un-asunto-polemico.html], demuestran con claridad el curso de los elementos de una política de centro que muy bien identificó y calibró el venezolano Juan Carlos Rey. Podemos considerar como una postura de derecha, la de Uslar Pietri al proponer el otorgamiento de nuevas concesiones que reafirme nuestra condición de país petrolero, siendo la de Nuño de izquierda al plantear la inmediata nacionalización de la industria, permitiéndonos catalogar de centro la política (de Estado), decidida por el presidente Betancourt e implementada por el ministro Pérez Alfonzo de no más concesiones, el impulso de una comisión coordinadora de las actividades del sector, una mayor participación en las ganancias, la creación de la CVP y OPEP, ampliamente conocidas sus exitosas consecuencias.
Paradójicamente, en la presente centuria, la izquierda que hizo de la gasolina barata una bandera histórica, no sólo la dolarizó y aumentó de precio en el mercado interno, sino que literalmente quebró una de las empresas transnacionales más importantes del mundo, arrasó con una gerencia especializada de larga formación, entregó la Faja del Orinoco y convirtió a Pdvsa en un fantasma –para más señas– constitucionalizado. Es el régimen que crea la ultraderecha de todos sus antojos, metiendo a la más variada y legítima oposición en el mismo saco, por más pacífica y desarmada que sea, al mismo tiempo que quema incienso por aquella vieja izquierda violenta, terrorista y asociada a la dictadura habanera; vale decir, a punta de propaganda, ha dislocado los más elementales parámetros del análisis proclamándose cínicamente de una honradez frívola e ilimitada.
La venidera transición democrática a la que aspiramos, iniciada por Edmundo González, sugiere la asunción de un centro dinámico, realista e imaginativo a la vez, pero jamás de la pueril neutralidad que encubrió el apoyo directo e indirecto del aún vigente desorden establecido. ¿Para qué un centro que, siempre afanosamente, consigo mismo, carece de todo valor, utilidad y pertinencia?
Incluyendo a los actores que la propulsan desde hace no poco tiempo, será otro el liderazgo de la transición, entendido como misión y servicio, equilibrado, comunicativo, realizador de valores, encaramado en las más insólitas cumbres para no perder la perspectiva del camino, pero con los pies hundidos en la realidad andada. Y, esperamos, que insobornable, humilde, transparente, profundamente comprometidos con los principios y valores que sólo se realizan –exactamente– a punta de realidades.
@luisbarraganj