Por curiosidad, prolongamos nuestros ejercicios físicos rutinarios en la universidad. Vimos un inusual movimiento de personas, añadidos un pódium de ganadores y toldos en la pista; por supuesto, preguntamos.
Supusimos una competencia de las que regularmente deben hacerse entre el estudiantado veinteañero, pero nos sorprendió que fuese con niños y adolescentes. Realmente, los grandes olvidados de la era.
Recordamos la remota infancia en la que supimos de los inmensos campos deportivos, gracias a la escuela, aunque – en casa – nos llevaban de vez en cuando a sendas jornadas de fútbol, porque dos de los hermanos mayores lo practicaban. Por cierto, entrada libre, lucía normal llevar a los muchachitos del vecindario a apreciar las carreras de cien y más metros planos o maratones, posiblemente, con una deriva hípica posterior; salto largo y alto, una disciplina también buena, bonita y barata; o lanzamiento de disco y jabalina, siendo logísticamente más exigente el salto con garrocha; acotemos, con heladeros, raspaderos y algodoneros en las adyacencias.
Nos quedamos un buen rato divirtiéndonos con el griterío de los chamos, añadidos sus representantes (en su mayoría, amas de casa con un número importante de abuelos). Las obligaciones del día no permitieron extendernos, pero el torneo nos dejó una grata impresión, elevando un sentimiento de esperanza.
Nuestro respeto y admiración hacia los profesores extraordinariamente pacientes y diligentes, abnegados y optimistas, bajo un sol picante y un calor extremo. Apenas, alcanzamos a ver una que otra premiación, y, a falta de un buen equipo de sonido, anunciaban los ganadores con un megáfono y la entrega de un diploma, cuyo papel y tinta parece no tan caro como una medalla de hojalata pintada.
Quizá un fenómeno marginal por las consabidas condiciones y circunstancias en las que se encuentran las instituciones e instalaciones escolares, el encuentro deportivo nos reconcilió con el futuro de un país. E, igualmente, nos permite una breve reflexión sobre la competencia y la competitividad que, de un modo u otro, se aprende desde la más temprana edad y ha de tener efectos sistémicos en una sociedad que lucha por su revitalización.
Las tradiciones deportivas sobrevivientes, nos remiten a nociones como el arbitraje imparcial, reglas claras y transparentes, igualdad de oportunidades, premiación del talento que se esfuerza, incluyendo el reconocimiento moral que no tiene precio. Por ello, son muy reducidos los casos en los que deportivamente se trampea, o, mejor, aquellos que quedan impunes.
@luisbarraganj