¿Todo comienzo tiene un final? ¿O es que sencillamente todo lo iniciado alguna vez ha sido antes parte de un todo infinito que nunca comenzó? Tal vez siempre estuvo allí.
La necesidad de nosotros los seres humanos de definir el comienzo y el fin de los momentos, de las cosas, tiene una razón lógica. Sin embargo, se responde así a la pregunta más profunda del por qué y para qué se inició cada cosa.
Desde el “comienzo” de la historia, es decir, desde cuando alguien pudo registrar la ocurrencia de cualquier hecho relevante, para contárselo más tarde a sí mismo o a cualquier otro interesado, estamos bajo el asedio de la infinita pregunta: ¿para qué hemos venido a este mundo? ¿Para qué tantos anhelos de lograr, de alcanzar, de llegar a una meta, a un propósito? Y aún más ¿por qué y para qué nos fijamos un propósito en el uso de nuestras vidas?
Muchos tratados de expertos en estos campos de la filosofía, la psicología, la sociología, la antropología nos han iluminado con brillantes y rigurosos pensamientos y evolutivos estudios (desde Aristóteles y su Teoría de la generación espontánea hasta la Pirámide de necesidades de Maslow). Pero a mis amigos lectores pido me disculpen si se sienten defraudados al comprobar que no les escribiré esta vez sobre asuntos académicos, sobre asuntos políticos, ni sobre la historia de la filosofía o del pensamiento del hombre. Pretendo más bien compartir con ustedes, y en este momento de mi camino responderme a mí mismo, más que pretender mostrarme ante ustedes con una pretendida sabiduría del saber de respuestas tan insondables sobre los misterios de la vida y del universo. Solo quiero usar lo que para mí son tres conceptos claves ante la vida misma: compartir la libertad, pertenecer con responsabilidad y amar sin reservas.
Quiero compartir con ustedes mi tristeza por la situación de nuestro país, Venezuela, al que no he podido ser más útil que lo que intenté aportar como aquel joven que alcanzó una profesión; gracias al esfuerzo de muchos que me precedieron en mi familia y en la familia extendida, que es toda la gente buena de mi patria.
Quiero compartir con ustedes que me siento avergonzado de ver que no contamos con nuestras propias fuerzas y aportes de quienes durante muchos años tanto obtuvieron de nuestra nación. No comprenden que no se llevarán nada cuando termine lo que supuestamente alguna vez comenzó. Solo el olvido o el repudio de todos los que pudieron haberlos reconocido como hermanos, por compartir su fortuna para una causa impostergable de alcanzar la libertad secuestrada.
Quiero compartir con ustedes que me veo incorporado también ahora a otra nación. Otra que sigue luchando por seguir siendo una gran nación de naciones. Otra que me reta a pertenecer a ella. ¡Y es que ahora ya es así, y para siempre! Tengo la convicción de que aquí encontré a otros hermanos. Venidos de muchos lugares, somos una comunidad humana que comparte, que demuestra ser solidaria, tener valores. Que se hace parte de ti y tú de ella. Que se desarrolla constantemente, día tras día, con sentido de responsabilidad, de pertenencia. Son los Estados Unidos de América.
Al vivir, sé y más que nunca, ante tantas inexorables preguntas sin respuestas, ¡que pertenezco a la humanidad de gente buena! de todos los países de la Tierra. Sé ahora, más que nunca, por qué nunca olvido que soy venezolano y para siempre, pues amo la palabra libertad tanto como la que nombra mi país ¡Venezuela!
@gonzalezdelcas
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