A todos mis lectores y los que hoy aparezcan por acá les deseo una: ¡Feliz Navidad! Es lo primero que debo hacer ante el hecho que nuestra columna de los miércoles ha caído en la fecha que la cristiandad celebra el nacimiento del Dios encarnado: Jesucristo. Y como somos cristianos estamos muy contentos porque “nos ha nacido un Salvador”. Y aprovechamos para hablar del tema a nuestras anchas, anhelando animar a nuestros lectores a pensar cómo viviríamos las mejores fiestas.
En este sentido creemos que serían aquellas que nos ofrezcan paz y bien (como saludan los franciscanos); esas serían las mejores, las más felices. Para ello tendrían que combinarse un conjunto de condiciones: un ambiente de “silencio relajante” donde las angustias fueran reducidas a un mínimo y se lograra disfrutar el compartir con los demás. Compartir con las típicas comidas de esta temporada y la posibilidad de dar algunos regalos a nuestros seres queridos. Y siempre asumir una actitud contemplativa, como si estuviéramos como un pastor más en el pesebre ante el gran milagro de un Dios que se hace un tierno bebé.
¿Cómo logramos esa maravilla? ¿cómo logramos el “gaudium cum pace”? Para ello me gustaría tener un mes de vacaciones y no estas 2 semanas que siempre tengo. Sé que ya los “workaholic” están pegando un grito en el cielo. Pero pensemos con seriedad en el asunto: ¿es sano vivir en un frenesí de supervivencia tal como nos tiene el chavismo en Venezuela, obligándonos a trabajar y trabajar porque el sueldo no nos alcanza para ese mínimo que es comer todos los días? No olviden los que no viven en mi país, que el sueldo mínimo no pasa de 3 dólares y la definición de pobreza, según la ONU, es ganar 2 dólares ¡al día! Pero si desean, dejemos nuestro país y evaluemos la locura a la que nos somete la cultura capitalista. Sí, lo sabemos, es el sistema económico menos malo. Pero se debe reconocer ¡y criticar para que lo reformemos!, una forma de vida que no deja espacio para la paz. Y acá hablo de la paz relativa a la calma que da detener la obsesión por lo material, por la producción de bienes más allá de las necesidades básicas.
Un mes de vacaciones que comenzara cerca de la primera semana de diciembre permitiría que las personas prepararan con mayor calma las fiestas. No este agite alocado de los días en torno al 24 y el 31, en los cuales la mayoría vive con un apuro irracional. Apuro que tiende a hacer precisamente lo contrario a un verdadero espíritu cristiano y navideño: atropellar al prójimo al pensar solo en nuestro propio beneficio o el de nuestras familias (o “tribu”), atrapados en un absurdo consumismo (nada caritativo, nada ecológico). Unas semanas previas donde se pueda ir bajando el ritmo de la vida cotidiana, y todas las horas se centren en lo importante: la Navidad. Un tiempo perfecto para volver a lo valioso, al Absoluto. De modo que la gente pueda hacer una forma de “retiro” (el mío estaría rodeado de oración, libros y películas; y la decoración y gastronomía navideña venezolana). Creo que cada quien puede planearse el suyo de acuerdo con sus creencias y metas, pero todos ellos estarían bajo el mismo principio: discernir cómo hemos llevado el año: ¿hemos sido mejores personas?, ¿el año que termina ha tenido sentido?, ¿qué hemos logrado en relación con las metas que nos propusimos al principio del año? Sin duda seria el tiempo perfecto para cargar fuerzas y replantear objetivos de cara al bien y la paz.
Y nos haríamos un pequeño propósito para las fiestas: vivirlas de manera más sobrias, más auténticamente cristianas (o de la forma que los no cristianos “traduzcan” esto). Esto significa bajar la conflictividad, quejadera y crítica permanente del otro. Que en estos días tengamos solo ideas y palabras de amor y esperanza, y de esa forma iniciar la lucha por tenerlas todo el tiempo. O como mínimo hacer la recomendación de los Alcohólicos Anónimos: “Hoy ¡pase lo que pase! no beberé, mañana tal vez”, pues hoy sembraré la paz y no la peleadera sin sentido. Requiere esfuerzo pero vale la pena. E ir más allá y hacer todo el bien que podamos a los que nos rodean. Ofrecer nuestro amor de manera gratuita, sin esperar nada a cambio, en especial a los más pobres (en sentido amplio, pueden ser pobres de compañía, etc.). A los que conocemos y necesitan de nuestro tiempo y bienes, ofrecerles vivir una Navidad distinta. Y finalizo dando gracias a todos aquellos que durante 2019 me han soportado, y me han apoyado de manera gratuita. Nunca los olvidaré.
“¡Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad!”
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