OPINIÓN

¿Cómo será la “nueva normalidad”?

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

Un viejo principio de la investigación sociológica demuestra que si una necesidad se estudia durante un período suficientemente largo de tiempo, la necesidad desaparecerá.

Ello nos lleva a pensar cuánto la “nueva normalidad” que será la resultante de la superación de la pandemia del covid-19 contendrá de las viejas costumbres, necesidades y preferencias de antaño y cuánto nuestros hábitos habrán cambiado luego de estos meses de restricciones y transformaciones. No hay que ser un gran estudioso para percatarse de la manera en que la cuarentena ya ha modificado nuestras vidas. Las inclinaciones y preferencias del colectivo en todos los países han variado en todos los terrenos para generar nuevos hábitos que impactarán la cotidianidad cuando se produzca el ansiado retorno a aquello que nos era familiar.

El espíritu gregario del ser humano ha recibido un muy serio impacto con esta crisis por la obligación a mantener distancia hasta dentro de las familias. La economía global, así como la nacional y la doméstica serán las primeras en mostrar el golpe del encierro social y la desactivación laboral y educativa. De allí que sea esta ciencia la primera en tratar de adelantarse y medir lo que serán los retos del futuro que ya toca a la puerta en temas como, por ejemplo, el consumo. Porque es claro que los nuevos escenarios deberán atender a un consumidor con un perfil diferente y con vías novedosas para hacerse de lo que quiere o necesita. Los hábitos, que no son otra cosa que conductas repetidas en respuesta a un entorno particular, recibirán una sacudida de proporciones siderales porque el entorno habrá cambiado mucho, lo que quiere simplemente decir que es preciso hacer frente a un nuevo consumidor que atender.

Las técnicas de mercadeo y de publicidad ya comenzaron a adaptarse de manera ágil a este nuevo estado de cosas. Los estados de ánimo de los individuos, sus miedos, sus fobias, sus apegos han comenzado a jugar un importante rol a ser tomado en cuenta, pero de igual manera será necesario situarse frente a un individuo que se considera a sí mismo más pobre y más reacio a consumir porque a lo largo del encierro ha aprendido a vivir con menos en todos los campos. La racionalidad en el gasto será, pues, un elemento que hay que considerar en el consumo futuro y ello tiene que ver con la percepción individual de los que son “bienes esenciales”, es decir, aquellos en lo que es preciso gastar de manera imperativa.

La salud y lo saludable regresan fortalecidos de este capítulo de la pandemia. Lo superfluo y lo indispensable será parametrizado de manera diferente. ¿Turismo y descanso tendrán una mayor o una menor importancia? ¿Las compras por impulso responderán a estímulos diferentes o tenderán a desaparecer por un largo rato?  ¿Los presupuestos familiares contendrán asignaciones mayores para el deporte y ello se hará a costa de menos vacaciones? ¿Los seguros de vida y de salud entrarán en el rango de lo indispensable? ¿La inseguridad y el miedo que son los sentimientos colectivos más prevalentes en la hora actual, inclinarán a los trabajadores a ahorrar más y a gastar menos?

Qué tan grande va a ser la transformación social y económica en cada país es algo imposible de detectar aún, cuando el virus sigue haciendo estragos inmensos en sociedades como la americana y la brasileña y aún nos queda por ver lo que pasará en América Latina o África. Tampoco sabemos si un rebrote nos colocará en una nueva cuarentena o cuándo será que una vacuna terminará con la amenaza del pandemonio que ya conocimos. La aprensión, la inseguridad y la vulnerabilidad van a ser, por un tiempo, los estados de ánimo más presentes, aunque se experimenten de manera distinta en cada grupo etario de cada país.

En síntesis, apenas estamos preparándonos para el retorno a algo que creemos que conocemos bien, cuando aún no podemos imaginarnos cuánto nos hemos transformado.