A mediados de diciembre de 2007 estaba en la, ya doblemente milenaria, ciudad española de Cartagena. Actuaba como diligente guía un amigo cuyo nombre no viene al caso, doctor en letras por más señas, especialista en semiótica y demás hierbas aromáticas. Al final de una larga caminata por la capital murciana nos sentamos a comer frente al mar. Luego de tomarse la cerveza de rigor me comenzó a preguntar por los, en aquel momento, recién celebrados comicios en Venezuela que Chávez había “perdido”. Uso comillas para esa palabra, porque recuerdo el tono con que este amigo la pronunciaba, y remataba: “Es que cuesta tragar que no haya ganado unas elecciones como esas…”. Les recuerdo que se refería al referéndum constitucional de ese mismo año, cuando el comandante eterno fracasó en su idea de constituir el país en un Estado socialista. Confieso que haciendo de tripas corazón, ante la presencia de su esposa, opté por simular buenos modales y me dediqué a explicar a mi interlocutor lo que estaba ocurriendo en nuestro país. Mi asombro fue mayúsculo cuando, al cabo de una larga explicación de todo el desastre social, cultural, económico y ambiental que significaba la gestión del sabanetero, él irguió sus casi dos metros y dijo: “Es que eso de haber tenido los cojones de decir que olía a azufre por Bush, ya tiene todo mi respeto.”
A ver, aquel señor, catedrático de relumbrón y comprobados méritos académicos, conocedor del escenario venezolano puesto que con frecuencia visitaba el país invitado por una de nuestras universidades, que incluso había sido atracado por un chavista navajero en el centro de Caracas, al que había estado horas tratando de resumirle el drama del país, todo lo subordinaba a las glándulas de las entrepiernas de un personaje como aquel. La estulticia es infinita en sus manifestaciones.
Casi mes y medio más tarde, para más señas el viernes 25 de enero de 2008, andaba a casi mil kilómetros al noreste, en la venerable Montpellier, cuna académica de Ramon Llull, Arnau de Vilanova, François Rabelais y Nostradamus, por mentar algunos. En dicha ciudad se llevaba a cabo un encuentro literario, que no logro recordar su nombre exacto, y, para abreviar el cuento, terminé ese día almorzando con un grupo de lumbreras analistas del quehacer literario latinoamericano. En medio del plato principal una joven francesa me preguntó de mi procedencia; al decirle Venezuela, puso voz de circunstancias y dijo algo así como que no estábamos pasando unos buenos tiempos. Como bien han de suponer le di la razón. Ella añadió: Es que lo que se ve en la prensa no deja ver cosas muy halagüeñas. Nuevamente asentí, y súbitamente una voz meliflua, con tono pontifical, acento austral y no poco énfasis, acotó: “Pero no ha habido elección que no haya ganado…”. Me presentaron al augusto señor, y de veras que lamento no recordar su nombre, era un catedrático de una universidad chilena que se autoproclamaba chavista. De nada sirvieron las explicaciones de fraudes electorales que se venían cometiendo de manera sistemática, amén de las manifestaciones del claro deterioro de las condiciones sociales y económicas del país. Nones. Los estólidos son a prueba de razones, y más cuando se recubren con una coraza de “sabiduría”.
Ahora, catorce años más tarde, hago una ronda por algunos espacios de “conocimiento” y, pese a considerarme curtido contra la imbecilidad, no puedo evitar el asombro ante la irracionalidad militante de una casta pensante que voltea la mirada ante el desastre venezolano y habla de la dignidad de su pueblo… Poco les importa el desastre migratorio que algunos cifran en más de siete millones de personas a la desbandada por el planeta entero. De nada sirven las evidencias de todo orden y concierto que comprueban el desastre ambiental, social y económico. Y sus posiciones no las esconden precisamente, me parece un claro ejemplo de la necia terquedad de la intelectualidad, esta frase de uno de los santones de estos tiempos, en declaraciones al diario La Razón, de España, y el 20 de diciembre pudimos leer: “Me niego a calificar a las dictaduras de Cuba y Nicaragua, así como al autoritarismo de Venezuela, como de izquierda”. Maduro no es dictador según esta lumbrera chilena, de apellido Mires por más señas.
Estos ejemplos de imperturbable obstinación me hacen recordar a mi abuela Elvira, quien solía decir ante manifestaciones de este tipo: Al frente salta el sapo aunque le saquen los ojos.
© Alfredo Cedeño
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