No hace falta explicar lo que es un país desarrollado. Cuando lo ves, te das cuenta. Bien sea por internet, televisión o visitándolos, o viviendo en ellos, se puede apreciar que todos se parecen en algunas cosas: producen una gran abundancia de bienes y servicios y tienen una población que puede adquirirlos, cada uno en la medida de sus posibilidades. La gente trabaja duro y parejo y disfrutan en general una vida más cómoda que en países de menor desarrollo. Las monedas nacionales tienen valor y la inmensa mayoría de la gente gana lo necesario para comer, alojarse, vivir, y más. Casi toda la población es de clase media. Los llamados pobres tienen un nivel de vida de algunos de clase media modesta en América Latina. Tienen mejores servicios de salud; mejor y más masiva educación para los niños y jóvenes; inventan cosas, eso que llaman desarrollo tecnológico; el internet es más rápido y confiable; el agua es potable; no se les apaga la luz; las ciudades son más ordenadas y funcionan mejor; las carreteras, puertos, aeropuertos son, bueno, (…) de primer mundo. Tienen gobiernos democráticos y se respetan las leyes y la propiedad privada. El promedio del PIB per cápita, es decir, la división del total del valor de la economía entre la totalidad de la población es superior a 30.000 dólares por persona (valga la redundancia) al año.
Ahora me dirán que eso está muy lejos de que lo alcance Venezuela, o incluso algunos argumentarán que a eso no llegaremos nunca. Al fin y al cabo, se entiende el escepticismo, en Venezuela apenas tenemos un PIB de unos 2.500 dólares per cápita en este momento. La clave para llegar a ser un país desarrollado es crecer, y crecer aceleradamente. Entre todos los países de América Latina, Venezuela es el que tendrá mejores condiciones para crecer rápido y sostenidamente. Por supuesto, para lograrlo hace falta salir del régimen, cambiar la relación del Estado con la sociedad, cambiar radicalmente la política económica, redefinir la manera cómo funcionan la salud, la educación, rehacer un sistema de pensiones serio, entre otras cosas. Pero, recordemos, la clave para salir del caos actual y ponernos en la trayectoria de convertirnos en un país desarrollado es crecer, crecer y crecer.
Los países crecen de tres maneras que actúan juntas: acumulación de capital, trabajo y productividad. ¿Cómo queda retratada Venezuela en esta historia?
La acumulación de capital no es otra cosa que el volumen de inversiones que realiza el sector privado y, en menor medida el sector público. En general, en América Latina, el sector privado invierte el equivalente a entre 20% y 35% del total de la actividad económica o PIB por año. El Estado tiende a invertir en infraestructura un promedio de 3% del PIB en la región. En Venezuela hace ya muchos años que el Estado no invierte y el sector privado solo invierte lo necesario para sobrevivir, no para crecer.
El trabajo es el producto del esfuerzo de todos los trabajadores, profesionales y gerentes que se encuentran activos en la economía. El incremento de la población es generalmente un indicador saludable de que un país cuenta con una fuerza laboral creciente y, por lo tanto, se genera un potencial positivo de crecimiento de la economía y, a su vez, se amplía la oferta de empleo. Pero, no se hace nada invirtiendo en fábricas, agronegocios, comercio, servicios, etc. si no hay la fuerza laboral necesaria para ocupar los puestos de trabajo creados. En Venezuela, no solo no ha habido un incremento de la cantidad de trabajadores dispuestos a trabajar, sino que estamos viviendo un descenso del número de trabajadores disponibles a consecuencia de la emigración masiva de una cuarta parte de la población. Adicionalmente, quienes emigran lo hacen mayoritariamente en el grupo que está en edad de trabajar.
La productividad es el incremento de la producción económica de bienes y servicios, dado un determinado nivel de acumulación de capital y de disponibilidad de trabajadores. Se pueden crear empresas y disponer de una buena cantidad de mano de obra, pero sin productividad las economías crecen poco y los salarios son bajos. La muy baja o nula productividad de América Latina es un problema crónico que mantiene a la región con un crecimiento bajo, estancándola en lo que se conoce como la trampa de ingresos medios. Es decir, los países crecen poco, en el orden de 2% a 3% del PIB al año, chocan con un techo de crecimiento, y no llegan a dar el salto a países desarrollados. Es como el horizonte: cuanto más nos acercamos, más se aleja. La clave para crecer entonces es una combinación de inversión, de disponibilidad de trabajadores, y aumentar la productividad de manera consistente y sostenible en el tiempo.
En Venezuela la productividad es una palabra exótica hoy. En estudios tanto del Banco Interamericano de Desarrollo como del Banco Mundial, se muestra que uno de los factores que limitan la productividad de muchos países en América Latina es la carencia de suficiente cantidad y calidad de infraestructura. De hecho, en estimaciones de estos estudios, se llega a atribuir a las carencias de infraestructura hasta el 70% de los problemas de productividad de la región. Venezuela es un ejemplo extremo de este tipo de problemas. Pensemos primero en la energía. Los apagones constantes hacen perder tiempo y dinero a las empresas y a los ciudadanos. El internet deficiente del país dificulta usar todo el potencial de esta herramienta. Su velocidad llega en promedio a 12 MB por segundo. En Estados Unidos el promedio es 120MB por segundo, 100 veces más. La infraestructura de transporte está en ruinas, las carreteras en gran parte deterioradas, los puertos y aeropuertos con tecnología atrasada e ineficiente, las edificaciones, dotación y tecnología de los hospitales y escuelas en estado de postración, etc. etc.etc.
A pesar de todas estas dificultades, hay cómo empezar a salir de este desastre. Al tiempo de establecer un ambiente de estabilidad de precios, parar la devaluación y dar confianza a los ciudadanos, se requiere inversiones privadas y públicas masivas en infraestructura y servicios públicos. Tanto como 6% del PIB por año, el doble de lo que se invierte en promedio en América Latina. Esta magnitud de inversiones requiere recursos internacionales primero, que se conseguirán con las instituciones multilaterales de desarrollo (FMI, Banco Interamericano de Desarrollo, Banco Mundial, CAF). Requiere también atraer la inversión privada nacional e internacional, en todos los sectores de la economía. Requiere privatizar las empresas del Estado, empezando por Pdvsa, para capitalizar y poner a producir la industria petrolera y llevar la producción a 4 millones de barriles por día a lo largo de los años por venir.
Y, por supuesto, para crecer se requiere, ante todo, salir del régimen del socialismo del siglo XXI. Y para allá vamos con las elecciones primarias del movimiento democrático del 22 de octubre, y las elecciones presidenciales donde un tsunami electoral va a aclarar el panorama, sentar las bases para reconstruir el país y enfilarlo a un futuro de desarrollo creciente. Con un país en orden y una economía creciente, con creación de centenares de miles de empleos formales, muchos de los emigrantes verán las oportunidades y se reunificarán las familias. Venezuela puede hacerlo.
Unas palabras finales por hoy. A los que se preguntan si estas inversiones masivas las ha intentado algún país en América Latina, y ¿cómo le ha ido?, les comento que sí. Hay al menos dos buenos ejemplos de lo que digo aquí. A uno le fue muy bien. Al otro algo menos por razones que explicaré. El incremento masivo de la inversión es una condición necesaria, pero no suficiente. Otra pregunta, ¿hay riesgos en el crecimiento acelerado, como presiones inflacionarias? En quince días les cuento.
Rafael de la Cruz es miembro del equipo económico de María Corina Machado y ex gerente general de países andinos del BID.