OPINIÓN

Cómo mueren las democracias y cómo salvarlas – Caso Latinoamérica y Venezuela

por William Santana William Santana

Como ha sido reseñado en los medios de comunicación, este 2024 será un año singular en cuanto a procesos electorales porque la mitad de mundo tendrá escrutinios de todo tipo para escoger sus autoridades presidenciales, locales y supraestatales afectando en consecuencia a la otra mitad de alguna manera, motivo por el cual vale la pena destacar lo que corresponde a sus efectos en la democracia y la necesidad de frenar su debilitamiento y por ende el avance del autoritarismo en el planeta.

Conforma a los índices sobre democracia en el mundo su retroceso es alarmante y está revirtiendo las olas sucedidas en el siglo pasado que configuraban un mundo de respeto a las libertades fundamentales y a los derechos humanos. A nivel teórico he escrito en este mismo diario dos artículos sobre importantes obras referidas al tema: uno relativo a El ocaso de las democracias de Anne Applebaum, ganadora del afamado premio Pulitzer («Anne Appelbaum y América Latina», mayo 12, 2023) y el otro a La nueva soledad de América Latina escrita por Ricardo Lagos, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar (noviembre 25, 2023).

En esta oportunidad, sin pretender hacer una trilogía, puesto que el tema no se va a agotar en mucho tiempo, me voy a referir a un libro que es un análisis alarmante y también una guía para reparar una democracia amenazada por el populismo titulado Como mueren las democracias de los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de Harvard, quienes han invertido dos décadas en el estudio de la caída de varias democracias en Europa y Latinoamérica.

Con un recorrido que abarca desde la dictadura de Pinochet en Chile hasta el discreto y paulatino desgaste del sistema constitucional turco por parte de Erdogan, sin obviar por supuesto lo que sucede en Estados Unidos, los autores muestran cómo han desaparecido diversas democracias y qué podemos hacer para salvar las nuestras. Coinciden con las obras anteriores en que la democracia ya no termina con un golpe militar o una revolución, sino con “un leve quejido: el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, como son el sistema jurídico o la prensa y la erosión global de las normas políticas tradicionales”.

El libro advierte contra la ruptura de la tolerancia mutua y el respeto por la legitimidad política de la oposición. Esta tolerancia implica aceptar la participación y los resultados de unas elecciones libres y justas en las que ha ganado la oposición. Los autores también afirman la importancia de respetar a quienes tienen opiniones políticas distintas en contraste con atacar el patriotismo de quienes no están de acuerdo o advertir que si llegan al poder destruirán el país.

Steven y Daniel aconsejan poner énfasis en las siguientes recomendaciones políticas para salvar la democracia como un compromiso: Debemos ser humildes y audaces; aprender de otros países para ver las señales de advertencia: ser conscientes de los fatídicos pasos en falso que han arruinado otras democracias y ver cómo los ciudadanos se han levantado para hacer frente a las grandes crisis democráticas del pasado.

Para tener un contexto de nuestra situación: en 2023 la publicación The Economist recoge: “América Latina en esta ocasión volvió a retroceder en el ranking. La región apenas cuenta con tres democracias plenas (Chile, Costa Rica y Uruguay). En los últimos tiempos, los países que eran democracias completas han pasado a ser democracias fallidas y las democracias fallidas han derivado en regímenes híbridos. En este momento, ocho países de la región son considerados regímenes híbridos o lo que algunos llaman autoritarismos competitivos. Se suscriben dentro de esta categoría aquellos países que guardan cierta fachada de democracia, pero ejecutan prácticas dictatoriales como violaciones a los derechos humanos, concentración del poder en manos de una persona o una élite gobernante y anulación del principio de separación de poderes”.

En 2024 la trayectoria de la democracia en América Latina en este nuevo periodo, si se fortalece o debilita, va a estar determinada en gran parte por lo que se haga o no para construir un Estado que sirva a los ciudadanos de forma eficaz, eficiente y equitativa a lo interno de cada país. A nivel regional el fortalecimiento de grupos cada vez más importantes en la denuncia y creación de mecanismos para contrarrestar las nefastas influencias de agrupaciones como el Foro de Sao Paulo, Grupo de Puebla, regímenes como el de Cuba y Venezuela, incluso Brasil como cabeza de playa del BRICS y la injerencia extra continental de China, Rusia e Irán.

En América Latina también están previstas elecciones presidenciales en Panamá (5 de mayo), República Dominicana (19 de mayo), México (2 de junio), Uruguay (27 de octubre) y Venezuela (pactadas para el segundo semestre del año). El Salvador también tendrá un proceso que algunos califican de inconstitucional.

Si queremos revertir la tendencia al socavamiento de la democracia, los actores tanto regionales como aliados democráticos (Estados Unidos y la Unión Europea) deben concertarse en poner atención a estos procesos, particularmente al caso venezolano. Asuntos como el derecho al voto, a la participación en la candidatura presidencial y la eliminación de obstáculos como el cierre del registro electoral, el discurso gubernamental e discrecionalidad en cuanto a la fecha de las lecciones, amén de la política de odio y hostigamiento de la oposición, entre otros, deben ser atendidos de manera fundamental. El cambio de gobierno en Venezuela de por sí ya sería un logro importante para los avances de la democracia latinoamericana. Esto desarticularía un eje autoritario que ha venido irradiando problemas graves en la región como la injerencia ilegal en procesos en otros Estados, el éxodo masivo e nacionales que ya supera 8 millones con las consecuencias que esto conlleva y la actuación desestabilizadora y que ahora atenta contra la paz y la seguridad regionales amenazando y movilizando recursos militares frente a Guyana antes de hacer uso de un instrumento civilizado que es el judicial ante la Corte Internacional de Justicia.

Podemos este año marcar un punto de inflexión importante en un mundo donde dos tercios de la población se encuentran bajo autoritarismos o dictaduras. Podemos ser uno de los pivotes del regreso al cirulo virtuoso, de una ola democratizadora de vuelta, de una luz de esperanza para nuestros vecinos, de alianzas solidarias en favor del desarrollo y del bienestar de nuestras poblaciones. Por último y no menos importante, no debemos de dejar de ocuparnos de dos lunares que afean el paisaje regional que son Cuba y Nicaragua.