OPINIÓN

Cómo ha cambiado el liderazgo

por Ender Arenas Ender Arenas

Rómulo Betancourt

No sé por qué cosa, pero me ha dado ahora por escuchar el programa del gobernador Omar Prieto todas las mañanas en una de las emisoras del circuito CRB.

La razón, creo, es por cierta nostalgia que me produce escuchar al gobernador, pues, invariablemente cuando lo escucho recuerdo una conversación que tuve con un viejo amigo en la que me recordaba que cuando éramos muchachos y estudiábamos en el liceo veíamos a los líderes políticos de aquel entonces, sin importar la posición ideológica de ellos, y por supuesto la nuestra también, como personas preparadas, densas en sus pensamientos, respetuosos del lenguaje y, sobre todo, grandes oradores.

Pensemos en Rómulo Betancourt, quien ha sido el que mejor ha interpretado y pensado el país en el siglo XX y en consecuencia ofreció un proyecto de orden social y político, sin lugar a dudas exitoso por más de cuarenta años.

Esos líderes eran intelectuales en el sentido riguroso del término. Uno los escuchaba y tenía la seguridad de que no meterían la pata en ningún escenario en el que comparecieran y obviamente nos representaban con dignidad.

Eso era verdad. Ni les cuento el entusiasmo de mi abuela cuando Caldera habló en las Naciones Unidas en un hilvanado discurso en inglés. Los discursos, por ejemplo, de Teodoro Petkoff, con seguridad uno de los dirigentes políticos más brillantes del país, son memorables.

Incluso dirigentes sumamente criticados por casi todo el país, como Luis Herrera Campins o Jaime Lusinchi, tenían cierto respeto por el lenguaje. A pesar de los refranes del primero, una forma en la que expresaba su identidad como hombre que venía del llano y que de hecho, creo, lo hacía exprofeso y del cual se hicieron hasta programas cómicos de TV; y de que el segundo fue asesinado mediáticamente por aquel “tú no me jodes a mí”, lo que no fue sino otra forma de reforzar la idea de que Lusinchi era como el más común de los venezolanos: chistoso, impredecible, algo bebedor y hasta mujeriego.

Ahora escuchamos a la nueva élite que nos gobierna y hay que decirlo: escucharlos produce espeluzno por la mediocridad de sus discursos, por ejemplo, el presidente Maduro irrespeta el lenguaje cada vez que habla, sus excesos no hacen otra cosa que provocar risa por el disparate de sus giros en el habla (son antológicos lo de libros y libras, por citar uno solo) e irrespeta los paradigmas teóricos de los cuales dice que es afín. Pero para ser sinceros no los conoce porque no los ha leído, de allí la pobreza de su habla.

Por su parte, la señora Delcy Rodríguez piensa que todavía vive en los setenta, con consignas que la crisis de los paradigmas y de los grandes relatos que ella recita como un mantra convirtieron toda la batería de conceptos que usa en zombis (muertos que todavía creen que están vivos). Y Diosdado Cabello balbucea insultos contra quienes no le dirigen la palabra y ni lo mencionan.

Por eso los hablantes desde el gobierno ya no se dirigen al país, lo hacen a un sector muy pequeño que se cree mayoritario, no por la fuerza de los argumentos, sino por poseer en sus manos el dominio de los aparatos autoritarios del poder.

Así que los venezolanos enfrentamos hoy un cambio en la calidad (será pertinente esta palabra) del dirigente político venezolano. Pero esta baja calidad de los dirigentes no es monopolio de la nomenclatura chavista. Los de la oposición en este aspecto y en otros también presentan los mismos síntomas (lamentablemente eso es lo que hay). Por ejemplo, Guaidó es seguramente el más parco dirigente que hemos tenido, no de ahora sino en toda la historia patria, sus discursos y diagnóstico son 148 caracteres. No es que esté mal si lo que dijera en sus cortos mensajes asumiera el espíritu, el sentido y los sentimientos de los venezolanos, pero en verdad (lamentablemente) los deja fríos.

De López y Capriles podemos decir que sus discursos están llenos de lugares comunes: del primero su retórica está llena de las expresiones que repite hasta el cansancio “Fuerza Venezuela” y la “mejor Venezuela” dejada en herencia a todo militante de Voluntad Popular que tome un micrófono en sus manos. El de Capriles sufre de giros religiosos que ya no vienen con el espíritu secularizado de esta época, así sus alusiones a la Virgen del Valle (con todo respeto por los creyentes) y sus alusiones permanentes a esa expresión con la que suele cerrar sus intervenciones: “El tiempo de Dios es perfecto” dejando en manos divinas lo que es una responsabilidad humanamente venezolana.

De Rosales ni hablemos, pues todos los chistes de mal uso del habla lo tienen a él como protagonista

¿Quiénes se salvan dentro de este conglomerado de gente que de cuando en cuando quieren erigirse en salvadores de la patria? Bueno, los herederos del viejo liderazgo, por ejemplo, Ramos Allup, para citar a uno solo, pero este es sumamente odiado para que se le reconozca su discurso bien hilvanado, coherente y con mucha fuerza

Y volviendo a Omar Prieto, óiganlo si tienen paciencia y descubrirán cuál es el sabor del batido de yuca.