Lo que Nicolás Maduro tiene por delante no es cualquier cosa. Los números han puesto de manifiesto que el candidato opositor -Edmundo para todo el mundo- ganará cómodamente la contienda electoral del domingo 28 de julio de 2024. Así las cosas, sólo por la vía del fraude mas descarado el candidato del gobierno “triunfaría”. Pero…, si así llegase a suceder, ardería Troya en todos los rincones de Venezuela. De modo y manera que lo que se impone es el juego limpio. Sólo de ese modo se avanzará por el camino correcto, ese que conduce a respetar a los perdedores y que se gobierne sin espíritu de venganza.

La historia ha puesto de manifiesto que todo gobierno que se impone a la fuerza, a troche y moche, como dicen por allí, tiene un final nada feliz. No importa cuán poderoso sea el régimen o, incluso, que haya llevado a cabo acciones que generaran crecimiento al país, tal fue el caso de Augusto Pinochet (1915-2006) en Chile. Su historia de vida es un claro ejemplo de lo que un gobernante no debe hacer nunca. El cantautor panameño Rubén Blades lo dejó claramente establecido en una de sus más relevantes composiciones que deberíamos recordar de cuando en cuando: “Todo tiene su final, nada dura para siempre…”.

Producto de los pésimos gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, Venezuela dejó de ser un país rico e industrioso y se transformó en nación de mendigos y emigrantes a granel; un país en el que, gracias a Maduro, se experimentan absurdos tales como el de profesionales del más alto nivel cuyos ingresos mensuales no alcanzan para comer un día. Tan calamitosa realidad no puede augurar nada bueno a gobernantes que sólo se centran en darse la gran vida a costa del erario público nacional.

No vengan entonces con más payasadas. Sólo con triquiñuelas el conductor de Miraflores podrá ganar la próxima contienda electoral. Pero no lo duden ni un momento; arderá Troya si eso llegase a acontecer. El pueblo venezolano estará feliz y encantado de esperarlos en la bajada. Allí les dejo eso.


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